Calle de Afligidos. Leonce Angrand; lápiz; mayo 1838.
Juan Lepiani, Asalto al Morro
Primera cuadra del Jiron Cailloma
A pocos metros de la esquina que forma la calle de la Veracruz con la de Afligidos, una de las del antiguo Jirón Lima, ahora Conde de Superunda, se yergue una casa de dos plantas y líneas sencillas, acaso producto de la influencia italiana del s. XVIII, de las escasas que aún se pueden ver en Lima. El clásico portón abre a un zaguán con patio embaldosado.
La placa de bronce nos dice que se trata del Museo de los Combatientes del Morro.
El Morro, un sencillo sustantivo que es una oración. Para los peruanos cuyo largo litoral patrio presenta notables accidentes geográficos, no dudamos a su sola mención no pueda ser otra que la del Morro de Arica, célebre por la resistencia y holocausto de un pequeño contingente de soldados peruanos que lo defendió con denuedo hasta sucumbir del abrumador asalto de los regimientos chilenos, la mañana del lunes 7 de junio de 1880.
La tropa hambrienta, pero siempre erguida,
no implora una limosna de la Suerte;
es como una avanzada de la Vida
es como una avanzada de la Vida
que presenta sus armas a la Muerte... [1]
Entremos:
Restaurada la vieja morada, destina ahora sus habitaciones para museo, fue el lugar del nacimiento y vivienda del coronel Francisco Bolognesi Cervantes y la de su familia. [2]
En el patio, bastante bien cuidado presenta su robusta mole un cañón Voruz, modelo de 1866, como los usados en la defensa del Morro y volados por sus sirvientes en momentos decisivos de la pelea. También otro pequeño de bronce y de avancarga de la fundición nacional de Morales Alpaca. Oleos de militares en hierática actitud, uniformes de fino paño, con los vivos del arma a los lados del pantalón; documentos impresos y hojas a pluma y tinta, objetos de uso personal y menudos otros efectos del dueño de casa. Un libro de esgrima, otro de vieja factura sobre asuntos militares ...
Una sala lleva el nombre del coronel Alfonso Ugarte Vernal. Allí se puede apreciar el magnífico óleo, en toda su magnitud. Visión tremenda la de ese jinete ya en su salto inmortal; es el jefe del batallón Iquique No. 1, lanzado al abismo en su caballo, en una mano empuña con seguridad y confianza la bandera nacional; pero en la diestra, todavía amenazante, alza su sable roto. La hueste contempla asombrada a ese centauro en trance de héroe.
De pronto en un corcel, entre el tumulto
que arrolla el invasor, rápido avanza
Afonso Ugarte; esgrime un meteoro.
Tal en las sombras del dolor oculto
brilla, a veces, un rayo de esperanza...
Es blanco su corcel (cascos de oro y pupillas de Sol).
Rasga la bruma como flecha veloz; y sobre el alta
cumbre, erguido en dos pies, salpica espuma
con relinchos de horror... ¡y luego salta!
Otra sala es dedicada al teniente coronel, Roque Sáenz Peña Lahitte, primer jefe del Batallón Iquique Nº 33. Se ve, entre los reflejos de luz en los cristales de la vitrina, aquél uniforme de general peruano que lució como jefe de línea, en 1905, cuando llegó de la Argentina, su tierra natal, con motivo de la invitación que le hizo el gobierno para la inauguración del monumento al Héroe del Morro, en su condición de ilustre sobreviviente (Ver).
Salas contiguas exponen bustos, uniformes, cuadros, relación de tropas, los amarillentos planos en pergamino de los cañones Vavasseaur de campaña, traídos de Inglaterra por Bolognesi durante el gobierno de Castilla y otros valiosos documentos de aquella acción y sus protagonistas.[4]
Los auténticos sanitarios de la casa, en el último recinto de ese lado, son de loza, propios del siglo XIX, lucen en ellos el monograma con la marca del fabricante. En la sala contigua, de por medio un pasadizo, se exhiben muebles de la época colonial con las armas del halcón bicéfalo de los Habsburgo, los Austrias Menores; en una vitrina finos cubiertos y loza de la casa. Al fondo un pequeño patio y la cocina con una hermosa y robusta estufa de hierro admirablemente conservada con sus hornillos, marmitas, ollas de hierro, depósito de carbón y cenicero; la negra enhiesta y larga chimenea perfora el segundo piso rumbo al techo.
En la segunda planta, un cristal protege el diorama a escala del Morro con las señales del desplazamiento de los atacantes, posiciones de los defensores y el relieve del campo de operaciones el día de su épica defensa. En la sala inmediata aparecen fusiles Comblain, arma oficial de los chilenos; también Chassepot, Minnie, Winchester, Remington y otras de la varia colección que usaron los peruanos, amén de la munición para servirlos. Bayonetas, espadas, sables, yataganes.
La sala contigua, posiblemente el dormitorio principal, alberga, a mi juicio, el alma evocadora de la casa convertida en museo: pende de una de las paredes el celebrado cuadro, obra del pintor Juan Lepiani, El Asalto del Morro.
Describe con épico dramatismo el momento culminante de la batalla y la muerte del anciano defensor de la plaza. Este valioso óleo produce la necesidad de alguna, aunque pálida, somera mención:
Entre marcos de madera en pan de oro, ocupa gran parte de la pared; es la visión panorámica de la numerosa hueste atacante en su uniforme azul y rojo. En primer plano se lucha cuerpo a cuerpo a la bayoneta. Un puñado de marinos peruanos, de azul oscuro, con su clásica gorra con la pretina bordada donde se lee Independencia, pelea obstinado y confundido, codo a codo, al lado de soldados de línea peruanos en uniforme blanco; se trata de los supervivientes del naufragio de la fragata Independencia, en la escollera de Punta Gruesa la mañana del 21 de mayo de 1879.
Ese resuelto grupo, entonces indefenso por el estado de naufragio en que se hallaba, busca ahora la muerte en tierra. Es un simple puñado de marinos convertido en infantes en su hora postrera, subido en la cima de ese peñasco cargado de arena salitrosa y sangre.
Un soldado chileno blande un fusil tomado por el cañón y se dispone a descargar, resuelto y fiero, el violento peso de su culata sobre la blanca cabeza del anciano jefe de la plaza, quien caído se acomoda en actitud de disparar su revolver, para entonces ya habría quemado el último cartucho, así lo tenía prometido. A su lado y en su torno un tendal de muertos, entre ellos el teniente de navío, don Guillermo More, yace exangüe libre ya de los pesares del inesperado naufragio y la pérdida de su nave, había entregado la vida en tierra como un simple soldado, viste el uniforme de los jefes de la armada nacional, al lado su espada con la dorada dragona.
Un soldado peruano tiene pasado con su bayoneta a un infante del Rancagua, quien mortalmente herido acusa el terrible trance. Cerca, un grupo de enemigos rodea al coronel argentino Roque Sáenz Peña, adherido a la causa nacional, hermanado al grupo de resueltos capitanes que secundaron a Bolognesi en su deseo de defender el Morro. Respetan y protegen la vida del jefe aliado por haberlo ordenado así uno de sus oficiales.
El fin está próximo …
Llueve el plomo, se rasga la bandera,
se destempla el clarín; y roncamente,
la invasión adelanta y adelanta;
y caen los soldados, a la manerade las espigas
cuya altiva frente el granizo quebranta...
La visión de conjunto que se muestra del cuadro, somete el alma, pero más aún el marcial detalle: Vivos colores de soldados enconados en lucha fiera, fornituras de cuero y lona al cinto, correajes enhebillados, cantinas, yataganes, sables dispersos por doquier… esgrima a la bayoneta; por el fondo y de los lados, entre volados cañones, nuevo refuerzo del enemigo sube y flanquea a los escasos defensores; el duro suelo de aquel magnífico peñón se empeña en beber sangre destinada a la inmortalidad.
Al retirarme de esa morada, convertida en museo, hay una impresión en el alma, es la impronta del pasado estampada en la matriz del recuerdo. La casa de la calle de Afligidos. El largo Jirón Cailloma termina en la cuadra que lleva el curioso nombre de Monopinta. Las intermedias son Argandoña, Calonge, Puerta Falsa del Teatro, Acequia Alta, Villegas.
Calle abajo, el invisible vate me susurra al oído...
El desgarrado grito
del vibrante clarín pregona al viento que la silente paz del infinito
ha bajado también al Camposanto... [6]
[Ver]
Lima, 7 de junio; 2007.
Notas al final de página
Grabados:
El Asalto del Morro. Juan Lepiani. Museo de los Combatientes del Morro de Arica, Lima - Perú
Calle de Aflgidos, apunte a lápiz de Leonce Angrand. 1838. Edt. Milla Batres. 1972
[1] José Santos Chocano, La Epopeya del Morro, I, En Espera. Poema Americano. (Premiado con medalla de oro por el Ateneo de Lima. Lima 1899)
[2] Durante el gobierno que presidió el general Juan Velasco Alvarado.
[3] Obra citada. VI Fin del Asalto.
[4] Con el sello: London Ordnance Works - J. Vavasseaur - South Work St. London S. E.
[5] Obra citada. IV El Asalto.
[6] Obra Citada III Antes del Asalto.
5 comentarios:
No debe haber peruano que al leer este artículo no se sienta conmovido por los recuerdos que esta magistral descripción de un famosos cuadro en la casa museo de la calle Afligidos despiertan.
La intercalación de versos del Poeta de América resultan apropiados, haciendo de la composición una lectura vibrante y aleccionadora.
Felicitaciones
Este interesante artículo nos hace recordar, a los que hemos visitado el Museo, cuántos peruanos con verdadero amor a la Patria pasaron a la inmortalidad en condiciones muy difíciles y desventajosas para defenderla y a los que todavía no la han visitado es una invitación para acudir a la casa de la calle "Afligidos" e ilustrarse con testimonios que se ha cuidado de recopilar y que todo peruano está en la obligación de conocer.
Hay que felicitar al autor del artículo por la rica descripción que nos presenta de vistas alusivas a esos momentos de la historia de nuestra querida Patria.
Excelente tu articulo, mi hermano, acepto a tu convocatoria,
abrazos
Rafael
LUCHITO:
MAESTRO UD. SIEMPRE TAN PRECISO Y CIERTO, ES VERDAD EN EL PERÚ SI HAY ALGO QUE SOBRAN SON LOS MINISTROS ENTREGISTAS POR CITAR UN EJEMPLO.
PARECE QUE LA AMNESIA ALCANZA A MUCHOS PERUANOS Y ESO CON LA AYUDA DE LOS GOBIERNOS QUE NO APLICAN UNA EDUCACIÓN NACIONALISTA Y QUE COMO CONSECUENCIA DE ELLO ESTO NO AYUDA A TENER UNA CONCIENCIA DE AMOR AL PERÚ DE LA CUAL NUESTROS HEROS NOS DIERON EJEMPLO.
PARA MÍ TIENE UN VALOR PROFUNDO ESTA FECHA PORQUE MI PADRE ME INFUNDIÓ UN GRAN AMOR AL PERÚ, Y, ADEMÁS, PORQUE MI PRIMOGÉNICO NACIÓ UN 7 DE JUNIO, DICHO SEA DE PASO QUE TE COMENTO QUE HACE DOS MENES SE HA GRADUADO DE ABOGADO EN LA UNIV. SAN MARTIN QUE ES MI ALMA MATER.
SALUDOS Y CARIÑOS.
PEPE
Estimado Don Luis:
Hace dos semanas, un frio domingo por la tarde visité con mi hija la casa de Bolognesi, que usted describe con admirable sentimiento.
Leímos allí la carta que escribió Bolognesi a su esposa días antes de morir, enterado quizás que no recibiría ningún tipo de refuerzos:
"Arica 22 de Mayo de 1880
Adorada Maria Josefa,
Esta será seguramente una de las últimas noticias que te llegaran de mi, porque cada día que pasa vemos que se acerca el peligro i que la amenaza de rendición o aniquilamiento por el enemigo superior a las fuerzas peruanas, son latentes i determinantes. Los días i las horas pasan i las mismas como golpes de campana trágica que se esparcen sobre este peñasco de la ciudadela militar engrendecida con un puñado de patriotas que tienen su plazo contado i su decisión de pelear sin desmayos en el combate, para no defraudar al Perú.
¿Qué será de ti, amada esposa, tu que me acompañaste con amor i santidad? ¿qué será de nuestra hija i de su marido, que no me podrán ver ni sentir en el hogar común? Dios va a decidir este drama en que los políticos que fugaron i los que asaltaron el poder, tienen la misma responsabilidad. Unos i otros han dictado con su incapaz conducta, la sentencia que nos aplicará el enemigo. Nunca reclames nada, para que no crean que mi deber tuvo precio. Besos para ti i Margarita. Abrazos a Melvin.
Francisco Bolognesi"
Francisco Bolognesi culpa a Prado y Piérola.
Lamentablemente el país continúa así, a muchos políticos con tal de ostentar el poder no les interesa si se le hace daño al Perú o se mata a su gente.
Un abrazo y gracias por tan brillante descripción.
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