jueves, 21 de agosto de 2008

Perú libra batalla legal por un tesoro



Don Gabriel de Avilés y del Fierro, marqués de Avilés


La noticia viene desde España; aquí algunas importantes glosas de ella que la ofrecemos integra en la referencia del link correspondiente a Todo a Babor, que se muestra entre las fuentes de Internet al final del artículo. La historiamos con los datos del gobernante del Perú, en la época de los sucesos, habida cuenta de su importancia y de la considerable cantidad de visitantes, que registra la estadística del artículo Virreyes del Perú, del blog Al Manzur:

ELPAIS.com

La batalla por un tesoro

Oro, plata y 249 cadáveres en el fondo del mar
Los diarios de los capitanes de la batalla de Santa María reconstruyen la historia de una explosión trágica.

Á. DE C. - Madrid - 13/04/2008

Lo que sigue es la historia de lo que le ocurrió a la fragata La (sic) Mercedes el 5 de octubre de 1804. La narración de los hechos está basada en los datos que ofrece el capitán de navío de la Armada Española Cesáreo Fernández Duro (1830-1908) en el volumen VII de su Armada Española. Él a su vez se basa en los diarios de a bordo y en algunos documentos de la época.

Son las ocho de la mañana del día 5. La fragata La Clara hace a esa hora señal de cuatro velas indicando al resto de la flota la aparición de fragatas inglesas en el mismo rumbo. La cosa está tranquila. Las noticias que han llegado de los bajeles que la escuadra se ha encontrado a su paso desde que saliera el 9 de agosto de Montevideo, sólo confirmaban la neutralidad de España en la guerra que mantenían Inglaterra y Francia. Pero el jefe de la escuadra, José Bustamante y Guerra, es hombre precavido. Ha pasado mucha mar como comandante de la corbeta Atrevida, compañero de Malaespina en la campaña científica y además ha sido gobernador político-militar de Montevideo. Así que prefiere estar preparado por si la cosa ha cambiado sin que él se enterase y ordena formar en línea con zafarrancho de combate.

Una hora más tarde, y a vista del cabo de Santa María, las fragatas inglesas se acercan por barlovento. La más grande de todas, la llamada Indefatigable, está comandada por el comodoro Moore, que acaba de mandar un bote con un oficial y un intérprete para decirle algo a Bustamante. Que tenemos orden de retener esta división y llevarla a Inglaterra y además nos vamos a quedar con todo lo que lleváis. A no ser que quieran ustedes derramamiento de sangre, en cuyo caso, a la vista está que les superamos en porte y cañones. Bustamante se lo pensó y lo consultó con sus oficiales, para concluir que mantendrían el honor si la Indefatigable y las otras tres se atrevían a atacar.

No se había separado el bote aún cuando se escuchó el primer cañonazo de aviso de Moore, los cuatro barcos se acercaron a corta distancia dando comienzo la batalla. A los pocos minutos de combate, La (sic) Mercedes salta por los aires llevándose al fondo los cadáveres de 249 de sus tripulantes y la fortuna acaudalada por soldados y mercaderes en las Indias. El resto son apresados sin mucha resistencia y llevadas a Inglaterra.

La prensa británica de la época ya tenía el colmillo que posee la de ahora y no se arredró a criticar con dureza la decisión de atacar a los españoles. "Un gran delito acaba de cometerse", señalaba un papel de Londres. "La ley de las naciones ha padecido la violación más atroz: una potencia amiga ha sido atacada por nuestra fuerza pública en medio de una profunda paz [...] sus leales súbditos han perecido en su defensa, infestando nuestras costas sus saqueados tesoros, y, como el de un pirata, nuestro pabellón tremola sobre el débil, el infeliz y el oprimido...".

La historia continúa con el apoyo de España a la Francia de Napoleón. La afrenta de esta batalla frente a la costa portuguesa del Algarve, y que supuso el hundimiento de La (sic) Mercedes y el apresamiento del resto de la flota, acabó con la paz entre Inglaterra y España y fue un antecedente reconocido de la batalla de Trafalgar un año después. El comodoro Moore amenazó con atacar al jefe de escuadra Bustamante.

Perú reclama el tesoro del 'Cisne Negro'

Lima se hace parte del contencioso entre España y la empresa 'cazatesoros' Odissey por el botín del barco 'La
(sic) Mercedes'

ÁLVARO DE CÓZAR - Madrid - 20/08/2008

La disputa que mantiene enfrentados a España y a la empresa estadounidense Odyssey Marine Exploration por el tesoro del Cisne Negro tiene un nuevo contendiente: La República de Perú. El país ha reclamado ante la Corte de Florida el tesoro de 500.000 monedas de plata y oro que encontró Odyssey frente a las costas del Algarbe en mayo de 2007. El hallazgo fue bautizado entonces por la empresa con el nombre en clave de Cisne Negro, pero detrás de estas dos palabras podría estar La (sic) Mercedes, un buque español hundido en 1804 en un combate contra la flota británica.

Oro, plata y 249 cadáveres en el fondo del mar. Los escudos de plata y oro y los reales de a ocho que transportaba este barco desde América con destino a Cádiz son de la época de Carlos IV y fueron acuñados en Lima, es decir, que salieron de las minas de Perú. Por esta razón, el país decidió el pasado 1 de agosto presentar una reclamación ante la Corte de Florida, donde el juez Mark Pizzo lleva el caso que hasta ahora enfrentaba sólo a España y a la empresa estadounidense.


En su reclamación Perú declara que mantiene su interés en sus propiedades y que no ha consentido ningún salvamento de su patrimonio. También señala que su reclamación se refiere exclusivamente a la carga del buque y no al buque en cuestión.







La fragata española Mercedes hace explosión; octubre 5, 1804




Glosas del combate tomados de TODO A BABOR


Cuatro contra cuatro


Acción:

[...] A la amanecida del día 5 de octubre del año de desgracia de 1804, cuatro fragatas propiedad de la Real Armada (“Medea” de 42 cañones e Insignia del Jefe de Escuadra don José de Bustamante y Guerra; “Clara”, “Mercedes” y “Fama”, todas de 34 piezas), oriundas del puerto de Montevideo, y repletas de los caudales recogidos en los virreinatos de Perú y Buenos Aires, divisaban las estribaciones de la sierra de Monchique, cómo preámbulo de su arribada a la Península. [...]

[...] Próximas a su destino, la escuadra divisó al alba del 30 de septiembre sendos bergantines en el horizonte, forzándose la vela hasta llegarse a su través y efectuarse un disparo de sobre aviso [...]

[...] El combate fue tan breve como demoledor. A las pocas avancargas, la fragata española de nombre “Mercedes” (con un importante contingente civil entre sus cubiertas), esparcía literalmente sus maderas por unas cuantas yardas alrededor. No he encontrado la cita, pero me permito suponer que el fuego alcanzó su “santabárbara”, estallando en apoteósica deflagración ante el estupor y la confusión propia de la batalla [...]

El acto de piratería perpetrado por la cuadrilla de HMSs trasladó hacia los abrigos de Porstmouth la cifra de 3.855.153 pesos fuertes. En realidad, el montante embarcado desde Montevideo ascendía a 4.736.153 pesos (sin contar el valor de los efectos personales), de los cuales reclamó para sí el Océano los 871.000 cargados en las bodegas de las malograda “Mercedes”. Pero, a pesar de que con los números apresados la Inglaterra podría sufragar una módica parte de su presupuesto anual fijado a al Royal Navy; para el depauperado Erario de España no supuso todo lo que pudiera en un primer momento parecer, pues en el cómputo total de la mercancía disponía de una cantidad propia de 1.307.634 pesos (todos en plata), quedando el sobrante (3.428.519) en manos de particulares (según datos del historiador Manuel Marliani, con 1.269.669 en oro, 2.158.850 en plata, 26.925 en cueros de lobo, 4.732 en estaño, 1.735 en cobre y otras cantidades menores de lana de vicuña, tablones de madera, cajones y zurrones de ratania (Del quechua ratania, mata rastrera. Arbusto muy usado en medicina como astringente poderoso) [...] Sin dejar las cifras, asignaremos unas 15.000 libras al capitán Hamon, de la “Medusa”, sumadas a las 60 por persona adjudicadas a la tripulación y dotación embarcadas en dicha fragata.

[...] Varios medios escritos de Londres, en consonancia con otros sectores de la fachada “cara al público” del Gobierno británico, vilipendiaron en mayor o menor medida el hecho: “...se ha considerado semejante proceder, sin declaración de guerra o algún equivalente a ella entre las naciones, como un acto de piratería. Puede convenirnos coger un millón de libras esterlinas (cínico aserto, pues fueron algunos cientos de millones los embolsados por los asaltantes, según cambio de divisa de época a “grosso modo”: 1 millón de pesos fuertes = 300 millones de libras esterlinas), pero lo conseguimos a costa del derecho de gentes, que ya en éste hecho puede considerarse como absolutamente violado”. [...]

Hasta aquí todo el relato español. Juzguemos ahora la procedencia y la posición del Perú como parte interesada en el hallazgo de dichos caudal. Para ello será necesario el entorno de la situación del virreynato y su gobernante en aquella época.


Don Gabriel de Avilés y del Fierro, Marqués de Avilés, XXXVII virrey del Perú
Procedía el señor de Avilés de un antiguo solar del principado de Asturias. Era hijo de José de Avilés Itúrbide, coronel de dragones con Isabel del Fierro Brito. Al igual que su padre siguió la carrera militar y en 1767 fue nombrado capitán del regimiento de Dragones de la Reina. Enviado en 1768 en ese grado con destino a América en la expedición de don Baltasar de Sanmanat para desalojar a los ingleses que se habían apoderado de las islas Falkland (Malvinas), empero se le cambió de destinó a Chile donde tomó parte en la campaña contra los indios araucanos (mapuches). En 1768, con el grado de sargento mayor es destinado al Perú.

Militar en el Perú
En 1771 se le designa sub-inspector para la instrucción de las milicias de caballería, aunque en la práctica actúa como director de las tropas. En 1776 obtiene por Real Orden el grado de coronel.

El 11 de noviembre de 1780, el cacique de Surimana, Tungasuca y Pampamarca, Gabriel Túpac Amaru, se levantó en armas contra el sistema español por lo que el virrey Agustín de Jáuregui dispuso que el coronel Avilés saliese con tropas de Lima con dirección al Cusco para sumarse a la guarnición de aquella ciudad y combatirlo. Consiguió la victoria, al mando de la reserva el 6 de abril de 1781 en un ataque por la retaguardia a tiempo que el teniente coronel Manuel Villalta, limeño de nacimiento, atacaba el frente del rebelde ocasionándole severas pérdidas.

Producida la pacificación siguió al mando del general Valle y a la muerte de éste le sustituyo en el mando en 1782. Se le elevó al grado de brigadier en 1787, como subinspector de la caballería y gobernador del presidio y plaza fuerte del Callao y ese año heredó el título de marqués de Avilés, por fallecimiento de su hermano primogénito sin sucesión quien ostentaba dicho título. Permaneció en Perú hasta 1796, un año después de alcanzar el grado de teniente general regresa a Chile para suceder a don Ambrosio O’Higgins quien había sido promovido a virrey del Perú.

Gobernador del Reino de Chile
En 1796 Avilés ocupó al cargo de Capitán General y Presidente de su Real Audiencia de ese reino.

Durante su gobierno realizó diversas labores de gestión pública en Santiago relacionadas con la seguridad, limpieza, ornato, construcción, servicios públicos, y caridad; el adelantamiento de los tajamares del río Mapocho; empedrado de calles; instalación de alumbrado público por medio de faroles de vidrio colgados en pescantes de hierro ubicados en las principales cuadras; provisión de alojamientos para desvalidos (Hospital San Juan de Dios); etc. También en la capital, instauró el Tribunal del Consulado, el cual asumió las funciones de juez de las causas comerciales e industriales, siendo su primer síndico el abogado Manuel de Salas. Recorrió otros lugares del Reino, donde también mandó ejecutar trabajos similares a los de la capital, como la construcción de varias iglesias.

Virrey del Río de la Plata
En 1799 Avilés marchó a Buenos Aires como Virrey del Río de la Plata. Desde su puesto fomentó el desarrollo de las poblaciones fronterizas con los indígenas; suprimió las encomiendas de guaraníes, a los que liberó y entregó la propiedad de las tierras; organizó expediciones a las salinas para la obtención de sal; creó la Escuela de Náutica; y promovió la publicación del Telégrafo Mercantil, primer periódico de Argentina.

El 20 de junio de 1800 fue nombrado Virrey del Perú por el rey Carlos IV, aunque no ocupó el cargo hasta el año siguiente.

Entregó el mando de Buenos Aires al general don Joaquín del Pino y emprendió el viaje por tierra empresa que le demandó cinco meses para llegar a Lima donde entró el 5 de noviembre de 1801 aplazándose su recepción oficial hasta el 6 de diciembre de aquel año.

Virrey del Perú
Los acontecimientos y hechos notables de su gobierno fueron los siguientes:

- En 1802 llegó a Lima el viajero y sabio prusiano, barón Alexander von Humboldt acompañado del naturalista francés M. de Bonpland. Notables son los resultados del viaje de este viaje narrados en el libro Viaje a las Regiones equinocciales del mundo (Voyage aux regions eqqinocciales du Noveaou Continent). El insigne naturalista exploró durante más de cinco años (del 5 de Junio de 1799 al 5 de agosto de 1804) extensas regiones septentrionales de la América del Sur y considerables áreas de la América Central y el Norte, costeando su viaje exploratorio de su propio peculio. Sus compañeros de viaje desde el comienzo hasta Lima fueron el médico y botánico Aimé Goujoud, comúnmente conocido como Bonpland, y más tarde, desde Quito, se unieron a ellos Carlos Cortés y Carlos Aguirre y Montúfar.

- Se incorporaron al Perú la comandancia general de Maynas con los pueblos de Quijos y Canelos, Lamas y Moyabamba. La región, debido a la expulsión de los jesuitas, había caído en abandono y los portugueses con inocultable codicia intentaban penetrar más allá de las fronteras trazadas en por el Tratado de San Ildefonso de 1777, por el cual España y Portugal intercambiaban territorios en Sudamérica y África Occidental. Gracias al conocedor de la vastísima región, D. Francisco Requena, gobernador de las comandancias de Maynas y Quijos y a sus instancias fueron segregadas del virreynato de Santa Fe y pasaron al Perú. Esto se produjo por el sustento de Requena que dio origen a la real cédula de 15 de julio de 1802, creadora de la comandancia de Maynas bajo la inmediata jurisdicción del virrey del Perú.

- En 1803, se estableció la intendencia de Lima. Su primer intendente fue don Juan María Gálvez.

- En 1804 se erigió la sub-inspección de artillería a cargo del coronel don Joaquín de la Pezuela, posteriormente, marqués de Viluma y virrey del Perú.

- Se incorporó Guayaquil al virreinato del Perú. Único astillero del Pacífico; este importante puerto a la desembocadura del Guayas y la extensa costa del Perú, a juicio de la Junta de Fortificaciones de América, el uno necesitaba del otro para su defensa. Además de las razones del comercio mucho más activo entre Guayaquil y el Callao que de aquel puerto con Santa Fe y la misma Quito. Por Real Orden de 8 de julio de 1803 se anexó la provincia de Guayaquil.

- Se erigió el obispado de Maynas.

- Se estableció en Lima el servicio de serenos, tanto para anunciar las horas como para alejar a los ladrones, institución que perduró hasta bien entrada la república.

- El 8 de marzo de 1805 falleció el XVI arzobispo de la diócesis, don Juan Domingo de la Reguera. Vale la pena en este punto historiar que este ilustre clérigo en sus mocedades vendía pacotilla a todo grito, es decir una suerte de baratija y fantasía que hacía las maravillas de las damas y mozuelas de Lima, actividad que gracias a un feliz acuerdo, antes de una tragedia, tuvo que compartir, dividiéndose Lima en dos sectores, con otro pacotillero que había aparecido de pronto para su sorpresa y enojo, el rubicundo joven irlandés Ambrosio O’Higgins, a quien se le conocía como Ño Ambrosio y voceador, en terrible castellano, de lo mismo en abierta competencia con su moreno rival español. Más tarde socios de una pequeña fortuna tomaron plaza en un lugar de la Covachera, como así se llamaba el espacio delantero y bajo nivel que se ubicaba delante de las gradas de la Catedral, para dar albergue a tiendas o bazares bajo toldos, pero cuyas utilidades gastaron en los servicios que las alegres damas del callejón de Patateros (Actual Pasaje Olaya) ofrecían y ellos demandaban. Quebrados y a punto de ser llevados al Tribunal del Consulado, jurisdicción de comerciantes arruinados e instancia de pleitos de ese gremio, decidieron entonces, por toda precaución, salir del Perú.

-¿Y cuando nos volveremos a ver, Juanito?

-Cuando yo sea arzobispo y tu virrey expresó proféticamente el de la Reguera. I así sucedió.


En 1796, hacía su entrada en Lima el Marqués de Osorno, procedente de Chile donde había llegado a Capitán General y recibido el anuncio de su nombramiento al elevado cargo de virrey del Perú. Al pasar por la puerta del arzobispado en la plaza mayor, rumbo a palacio, se detuvo el cortejo, se abrió una portilla de la calesa y ascendió el arzobispo de Lima, don Juan Domingo de la Reguera quien se confundió en un abrazo con Ño Ambrosio. Huidos en direcciones diversas habían luchado la vida y ejercitado sus dones hasta alcanzar las preeminencias que ahora ostentaban. Es importante anotar, además, que don Ambrosio O’Higgins fue el padre del precursor de la independencia de Chile y vencedor de la batalla de Chacabuco, don Bernardo O’Higgins Riquelme.

- Se fundó el Hospicio de Incurables, que fue a costo del propio virrey.

- Igualmente, a su costa, se relacionaron los beaterios de las Amparadas y el Patrocinio.

- En materia de higiene todo lo que pudo hacer fue mantener limpias las acequias y con agua corriente, pues habían sido verdaderos focos de enfermedad por la inmundicia que corría por ellas, en tanto se trabajaban las obras de desagüe. Además que servían, por otra parte, para la limpieza de huertos y jardines.

- La imposición de la cuarentena para las embarcaciones procedentes de puertos infectados por la peste. En marzo de 1705 arribó al Callao el navío Fernando o Príncipe de Asturias, perteneciente a la Real Compañía de Filipinas, que salido de Cádiz, devastado por una epidemia. Durante la navegación se produjeron varias muertes, al parecer por el contagio. Avilés dispuso que no fuera recibida la nave y nombró al alcalde del crimen, D. José Baquijano y Carrillo, para dar cumplimiento de la orden además de la ventilación y fumigación de la carga y los pasajeros, operación que se realizó en la isla de San Lorenzo.

- El 23 de octubre llegó el primer tubo con fluido de vacuna, conducido desde Buenos Aires por el cirujano don Pedro Belomo. Don Hermilio Valdizán Medrado (Huanuco, 20 de noviembre de 1885 - Lima, 25 de diciembre de 1929) destacado médico peruano, expreso haciendo historia de este hecho: “Título de honor para el reinado de Carlos IV, es el envío de la vacuna a América. Sabida es la tragedia de la viruela en el Nuevo Mundo; las epidemias se sucedían unas a otras con aterradora frecuencia y con una letalidad que superaba en mucho a aquella producida por la viruela en otros países”

- El 5 de diciembre fueron ejecutado en la horca el 5 de diciembre de 1805 en la plaza del Cusco Lima, don Gabriel Aguilar, natural de Huanuco y don Manuel Ubalde, abogado de profesión y natural de Lima por haber intentado en el Cusco una revolución en pro de la independencia del Perú. Esta conspiración viene a ser uno de los primeros brotes de la insurrección americana. En 1823, el congreso de la república declaro a Aguilar y a Ubalde, beneméritos de la patria.

- En 1806 llegó la comisión encargada de propagar el fluido vacuno presidida por el médico don José Salvani al que se incorporó el cirujano Belomo que la había portado desde Buenos Aires. La expedición principal había partido de la Coruña para América en 1803, además de los médicos y enfermeros venían 22 niños expósitos al cuidado de la rectora de la casa de huérfanos de la Coruña, los cuales habían de servir para la obtención del virus y su conservación, pasándolo de brazo en brazo. Hecho el reparto dentro de las colonias, llegaron al Perú por la vía de Cuenca y Loja cuatro de aquellos niños para conservar el fluido, el 32 de diciembre de 1805. El hecho fue celebrado con júbilo. Poco después la vacunación se propagó por el Perú, pese a la reticencia de los indígenas y otros escépticos. Antes de ingresar a jurisdicción del virreynato de Buenos Aires, se había logrado vacunar a 197,000 personas en el Perú. D. José Salvani y Lleopart fue el héroe de esta inmensa jornada y su salud quedó arruinada, es el caso que aún no se le ha reconocido su merito en el mármol, con excepción del elogio que hizo de él el protomédico don Hipólito Unánue en ocasión de imponerle la borla doctoral en la Universidad de San Marcos de Lima.

- Otro tanto ocurrió con la lepra. Los experimentos del Dr. Baltasar Villalobos para la cura del llamado Mal de Hansen. El 19 de julio de 1804, dispuso autorizar al Dr. Villalobos a cuatro pacientes de lepra internos del hospital de San Lázaro y tratarlos de dos en dos. En noviembre de ese año el científico presentó a examen de la comisión a uno de los enfermos el que fue declarado perfectamente sano. En marzo del siguiente año presentó certificado de la curación del resto de pacientes en prueba. Villalobos no llegó a escribir la obra que prometió exponiendo su tratamiento, por lo que su método terapéutico permanece desconocido.

- En materia de hacienda, el virrey Avilés, compulsivo en la economía, teniendo en cuenta los riesgos de la navegación por asuntos de la guerra con Inglaterra que de hecho aminoraron los ingresos por almojarifazgo y alcabalas en 300 o 400,000 pesos por año y en la misma proporción se advertía la rebaja en otros ramos, de ellos los derechos de fundición y ensaye del oro y la plata, por la falta de azogue, situación que venía produciéndose desde hacía nueve años, no obstante que el virrey O’Higgins había informado a la Corte hallarse con un sobrante de de seis millones de pesos, suma que inmediatamente ordenó remitir a España y se enviaron con este fin tres fragatas de guerra, para proteger el cuantioso envío. La lucha contra los piratas ingleses que asolaban las costas de Sudamérica llegó a ser constante en época de Avilés.

- Haciendo un esfuerzo logro el virrey remitir a España, en 1802 a 1803 la cantidad que se le había pedido, a pesar de que a fines de 1800 la deuda de la hacienda pública ascendía a nueve millones. Esta deuda disminuyó notablemente con las remesas hechas en esos años a la Península y todavía en el año 1804 podo enviar 1, 241,570 pesos, de los cuales eran de la Real Hacienda 2000,000 y el resto procedía de otros ramos. El colofón de esta remesa fue la batalla de Santa María, el 5 de octubre de 1804, a la cuadra del Algarve, del árabe الغرب al-Garb, el oeste, la tierra por donde se pone el sol que es la región del extremo meridional del Portugal, a cuya cuadra se produjo el célebre combate materia de esta crónica, que ha dado origen a esta narración y la tercería del Perú en los asuntos del tesoro que le pertenece. Sólo se salvaron 231,265 pesos que conducía la fragata de comercio Joaquina.

- En 1805, todavía alcanzó a enviar algunas partidas extraordinarias, a saber 400,000 pesos, sobrante del líquido de la renta de tabacos de años anteriores que no se habían enviado a las Cajas Reales, 97,453 pesos de un préstamo gratuito que franquearon algunos particulares; 50,000 de un donativo del Tribunal del Consulado y 172,291 pesos del subsidio eclesiástico. Para los tiempos de casi ruina económica no era poco. Las fuentes de ingresos representaban la minería, en el Perú el ramo más productivo, por entonces sólo alcanzaba a los 600,000 pesos de plata y 3,000 de oro, con lo que se redujeron los derechos reales al 10%. La alcabala producía, antes del establecimiento de la Aduana 550,000 pesos. El producto que le virrey Guirior impuso al aguardiente alcanzaba 87,000 pesos. Los tributos de los indios 1, 100,000 el estanco del tabaco proporcionaba al erario unos 280,000 pesos. El ramo de Temporalidades (Bienes eclesiásticos) apenas si lograba 61,000 pesos, en tanto que el de Correos liquidaba 80,000. A estas sumas había que agregar unos 400,000 pesos procedentes de otros diversos gravámenes. En resumen, si mediante una prudente economía, podían cubrirse los gastos ordinarios, en cambio no lo había para los extraordinarios que con frecuencia se presentaba. No era pues, muy halagüeña la situación del fisco.

- El 26 de julio de 1806, el marqués de Avilés, entregó el mando al general don José Fernando de Abascal y Souza el gobierno del virreynato del Perú. Su ejercicio había durado 4 años, 8 meses y 20 días.

En el ejercicio de su gobierno, además de su tarea administrativa, ocupó buena parte de su tiempo en asuntos religiosos por lo que el pueblo le conocía como el Virrey devoto.

Su permanencia en el Perú, contados los años de su servicio militar con los de su ejercicio político, dificultó el ánimo del marqués para retirase y por el contrario viajó a la ciudad de Arequipa en busca de mejor clima para reparar su quebrantada salud. En esa ciudad del sur del Perú le llegó la invitación del virrey de Abascal para que se hiciese cargo del Virreynato de Buenos Aires vacante por haber sido depuesto el marqués de Sobremonte, que no se hizo efectivo por lo avanzado de la edad y el estado de su salud. Cuando al fin se decidió por España, habiendo tocado el puerto de Valparaíso falleció en dicha ciudad el 16 de septiembre de 1810.

Había casado por poder en el Cusco con la dama limeña, señora doña Mercedes del Risco y Ciudad, viuda del marqués de Santa Rosa, que falleció en el pueblo de Magdalena en 1806. No había dejado sucesión.

Según refiere el general don Manuel de Mendiburu, célebre autor del Diccionario Biográfico del Perú, (…) era el señor de Avilés excesivamente económico y escrupuloso para el manejo de la hacienda: en su época nada se malgastó, todo su conato (propósito, empeño) lo puso en igualar los ingresos con los egresos, reduciendo más estos por su constante empeño en acopiar sobrantes: nunca hubo más orden en la administración de las rentas, libres de compromisos en su época, y ningún virrey cuidó mejor que él, de dar a su sucesor abundantes y claros datos en materia de hacienda, y en orden a quebrantos, que venían de atrás y que hizo lo posible por remediar, agrega (…) fue modesto y benéfico, que socorría las necesidades de muchas personas secretamente y que de su caritativo celo a favor de los enfermos y desvalidos, hay abundantes testimonios (…)

No obstante los méritos y virtudes señalados, circuló en Lima una caricatura del virrey d Avilés que le representaba de rodillas orando ante un crucifijo, bajo el cual se leía:




Hábil es en la oración
En el gobierno inhábil es..


Miembros de Odisssey examina el cuantioso tesoro peruano



Vocabulario naval empleado en el presente artículo

Aleta: Partes curvas de los costados del casco en las proximidades de la popa. Hay dos aletas: la de estribor y la de babor.alcázar: En los grandes navíos de vela, es el espacio en la cubierta superior que media entre el palo mayor y la popa, donde se encuentra el puente de mando.

arribada: Acción y efecto de arribar. / Llegada obligatoria o forzosa de un barco a un puerto, que no era el de destino ni el de escala, por cualquier causa imprevista.

babor: Lado izquierdo de la embarcación mirando de popa a proa.

bajel: Barco.

barlovento: (De barloa y -vento, a imit. de sotavento). m. Mar. Parte de donde viene el viento, con respecto a un punto o lugar determinado. ganar el ~. fr. Mar. Situarse dejando al enemigo u otra escuadra o buque a sotavento y en disposición de poder arribar sobre él. 2. p. us. Aventajar a alguien en cualquier línea.

bergantín: Un bergantín es un barco generalmente de dos mástiles con todo su aparejo formado por velas cuadras. El bergantín aparece en la segunda parte del siglo XVII y se empleó de forma generalizada hasta el siglo XIX. Se caracterizaba por la gran superficie vélica que era capaz de desplegar para su desplazamiento, de hasta 600 toneladas, siendo los bergantines buques extremadamente rápidos y ágiles en la maniobra y apropiados para tráfico entre continentes. Los bergantines fueron empleados como buques para tráfico mercante pero también como corsarios gracias a su gran velocidad, que les permitía escapar de navíos y fragatas y alcanzar toda clase de tráfico mercante. De esta forma las armadas incorporaron a su vez el bergantín, que portaba normalmente hasta una docena de piezas en cubierta, para exploración y lucha contra la piratería.

brick: Bricbarca.

bricbarca: Buque de tres o más palos con los dos primeros aparejo con aparejados cuadras al estilo del bergantín y el resto de cuchillo, disposición usual en las corbetas.

carronada. (Del ingl. carronade, y este de Carron, lugar de Escocia). f. Cañón antiguo de marina, corto y montado sobre correderas.

estribor: Lado derecho de la embarcación mirando de popa a proa.
facha, ponerse en: Orzar hasta quedar proa al viento.

fragata: Embarcación de tres palos (trinquete, mayor y mesana) y aparejo de velas cuadras.

gavia: Vela que se larga en el mastelero mayor, o mastelero de gavia; por extensión, todas las velas de los masteleros.

navío: Barco grande, con más de una cubierta. Se daba este nombre al barco de guerra de tres mástiles y velas cuadras, con dos o tres cubiertas y otras tantas baterías de cañones.

orzar: Gobernar hacia barlovento, para reducir el ángulo de incidencia del viento respecto al rumbo de la embarcación.

tamborete: Trozo de madera grueso y rectangular que sirve para sujetar dos palos superpuestos.

Fuentes:

Incas, virreyes y presidentes del Perú. PEISA

Historia General del Perú. R. P. Rubén Vargas Ugarte S. J.




Internet:


El tesoro de la fragata Mercedes llega a España después de haber ganado el juicio de posesión sobre ese importante material. El Perú reclama derechos. Febrero 2012:

viernes, 18 de julio de 2008

Crónica del primer ferrocarril de carga y pasajeros del Perú y Sudamérica



Stephenson con tender, modelo 2-4-0, 1850, como las del Perú.






Ruta Lima – Callao, 17 de mayo de 1851

"Ha tocado a su término en esta ciudad el ferrocarril, a los once meses dieciocho días de haberse colocado la piedra que servirá para perpetuar la memoria del ferrocarril entre Lima y el Callao: a las diez y media de la mañana de hoy pasaron por delante de ella los trenes que minutos antes habían salido del Callao. Dentro de ellos no se advertía otra señal de fiesta que el toque de una gaita que soplaba uno de los constructores del ferrocarril; muchas personas vinieron del Callao en los coches, porque se había esparcido alta la voz de que una gran reunión de regocijo celebrara el inmenso acontecimiento de poder llegar desde el Muelle del Callao hasta San Juan de Dios en un cuarto de hora, pero no habiendo encontrado mas que los curiosos de costumbre se regresaron inmediatamente...".

Así comentó El diario El Comercio, en su edición vespertina, el viaje de ingreso por una abertura practicada en la vieja muralla colonial, que aún ceñía la ciudad de Lima, del tren Callao, que arrastraba su tren de vagones, aquél histórico sábado del 17 de mayo de 1851.

Antecedentes


Corría 1850, era el 8 de noviembre y había llegado el momento de probar la línea férrea que uniría veloz y cómodamente, entre vegas, potreros y descampado el puerto del Callao con una de sus estaciones, la de Baquijano llamada también Tambo de Taboada. Era este ya un hecho. Con este acto se daba también inicio al ferrocarril en el Perú y en Sudamérica. Sin embargo, el sueño del camino de hierro se había hecho esperar por largo tiempo.

Para entonces Inglaterra y USA producían material ferroviario y se tendían los carriles por centenas de millas en Europa y los Estados Unidos en febril actividad.

Pero la historia de este importante paso de modernidad para el Perú, especialmente Lima y su vecino puerto del Callao, necesita a mi modesto entender, en lo posible, una exposición somera en apretada crónica, sin privarle de la consignación de aquellos esfuerzos documentados que sirvieron para dotar a la capital de la nación, desde los inicios de la república, del uso de la vía férrea con sus impresionantes máquinas.

La máquina de vapor sobre rieles


El joven inglés George Stephenson (1781-1848), diseñador exitoso de la locomotora, logra, en 1813, que los dueños de una mina de Wylam, donde prestaba servicios de mecánico, financiaran su proyecto; así, el 25 de julio de 1814, queda terminada la construcción de su primera máquina, que conseguía arrastrar una carga de cuarenta toneladas a una velocidad de seis kilómetros por hora. Si se tiene en cuenta que el transporte masivo de carga y pasajeros se hacía mediante carretas y diligencias tiradas por troncos de caballos, el cambio debió de ser notable, práctico, cómodo y rentable.

Los gráficos muestran aquella locomotora movida por un pistón acoplado a un cigüeñal, directamente a la rueda motriz, que era movido mediante vapor producido por un caldero alimentado con carbón. Se puede observar la máquina que tira del tender carbonero y su tonel de agua. Más tarde lo hará del vagón de tren, con lo que se revoluciona el transporte pesado para carga y pasajeros.



En 1823, el Parlamento británico aprobó la titularidad del proyecto planeado por el novel inventor para comunicar por medio de una línea férrea los pueblos de Stockton y Darlington. Edward Pease, promotor de la empresa otorga entonces a Stephenson el puesto de ingeniero jefe y el 27 de septiembre de 1825 una locomotora emprendía el viaje transportando ocho toneladas de peso, a una velocidad de 25 kilómetros por hora. Puede el lector imaginar la importancia de aquél nuevo avance del transporte por tierra en aquella época.

Tras una larga batalla tecnológica y pese al decidido rechazo de los campesinos y agricultores, el 15 de septiembre de 1830, quedó inaugurada la línea Liverpool-Manchester.

Para 1829, nuestro diseñador e inventor había fabricado la que puso por nombre el sugestivo de The Rocket, para transportar carga y pasajeros a la vertiginosa velocidad de 40 km/h. Así, los talleres de Stephenson produjeron otras poderosas máquinas, una de ellas, la del modelo 1850, habría de ser la que arribó al Perú dos años después de la muerte del célebre diseñador inglés. Comenzaba entonces el lento ocaso de carruajes y diligencias, pues había arribado el progreso.

La primera locomotora y tren del Perú


La línea ferroviaria de Lima al Callao fue la primera que se construyó en el Perú y la primera en Sudamérica como tren de pasaje y carga, bajo tarifa. Para lo cual debe someterse a juicio histórico aquella máquina que se registraría en 1848 en la Guayana Británica, para un recorrido de 8 kilómetros en la ruta Georgetown y Plaisense, que no habría sido a vapor, o aquella otra rural para acarreo de hierba mate, en el Paraguay, que para la historiografía oficial tiene por comienzo 1857, pese a que la actividad ferroviaria en ese hermano país se inició en 1854; y especialmente la que corrió de Caldera a Copiapó en 1851 siete meses después que lo hiciera la locomotora Callao en la ruta del puerto a Lima en viaje comercial, después de permanente actividad y prueba desde 1850. Sobre la materia existe una marcada discusión.

Será necesario, en este punto, abandonar todo impulso chauvinista para fijar objetivamente la prelación de hechos, certificar además si el propósito de aquellas locomotoras de vapor era efectivamente el de transportar carga y pasajeros o constituían equipo de simple acarreo auxiliar en el campo, para poder concluir en la verdad histórica, que de los valores que aquella ciencia postula, resulta ser la más preciada y por ello sufre con frecuencia cruel deformación. De adoptar este temperamento, entonces el asunto de la primacía sudamericana en el uso del ferrocarril, se reducirá a criterios de mera taxonomía.

En Chile, el 25 de diciembre de 1851 marca fecha inolvidable para Copiapó. Al ritmo de campanas y silbatos el primer tren hizo un trayecto completo desde el cercano puerto Caldera a la llamada capital del mineral de plata, arrastrado por una locomotora, la Copiapó. Esta máquina y todo el material ferroviario procedían de los Estados Unidos donde se encargó de fabricarlo Norris & Brothers. El equipo llegó el 21 de junio de 1851 a Caldera. Conforme lo tomamos de una crónica chilena.

La locomotora Copiapó, después de más de 50 años de servicios, se conserva en el patio de la Escuela de Minas, actual Universidad de Atacama. Le cupo al empresario estadounidense William Wheelwright, avecindado en Chile, luego de impulsar con éxito la fundación de la Pacific Steam Navigation Company, armadora dueña de los vapores Chile y Perú que hacían la carrera Valparaíso, Callao y Panamá, la empresa de desarrollar el primer ferrocarril chileno.

Al Perú le correspondería, la primacía por siete meses de antelación con relación a Chile, de ver correr y oír el tren de vagones de pasajeros, clasificados por clase y para carga, acoplado a una vistosa locomotora, que lo arrastra estridente y acompasada, pintada de negro o verde oscuro con aquellas vistosas grecas doradas; espantando acémilas, provocando el ladrido de los perros a su raudo paso, jadeante, con su negro penacho de humo de chisporroteo intermitente; exhalando vapor blanco por sus válvulas, prorrumpiendo pitadas de alerta en los recodos del camino y los angostos callejones entre adobones, con sus avisos a campana al ingresar el tren, soberbio y majestuoso, lentamente en las estaciones terminales. Era el primer ferrocarril de pasajeros y carga de América septentrional.

Aquí se consignan los avatares históricos de su realización y puesta en marcha de la actividad del ferrocarril en el Perú, propiamente el de la línea de Lima-Callao. Iremos ceñidos, en lo posible, a la docta y documentada narración del Ingº. Alberto Regal Matienzo, profesor de la antigua Escuela de Ingenieros y acucioso escritor:

El primer contrato se habría firmado el 23 de mayo de 1826, es decir casi en los albores de la república y a la par del éxito de Stephenson en Inglaterra, con una sociedad formada por los empresarios Francisco Quiroz, José Fletcher y Guillermo Cochrane. El acto se produjo durante el ejercicio gubernamental del Libertador Simón Bolívar, presidido por don Hipólito Unánue Pavón, en tanto Bolívar se encontraba de viaje por el sur del Perú.

El 20 de marzo de 1834 el gobierno del mariscal Luis José Orbegoso y Moncada, presidente provisorio de la República, decretó la construcción del ansiado ferrocarril, instrumento oficial que publicó El Conciliador, como se llamó en alguna oportunidad El Peruano, convocando a su construcción. Sólo se presentó un postor, el Ingº. Tomás Gill, acreedor de una suma de dinero por la reconstrucción del muelle del Callao, destruido por contingencias de la guerra de la independencia.

El gobierno aprobó su propuesta pero la obra no se inició por haber sido anulada en febrero de 1835 por el Jefe Supremo, general Felipe Santiago Salaverry del Solar, enemigo político de Orbegoso. Sin embargo, Gill fue el autor del trazado de la vía férrea en 1834 que utilizaron sus colegas en 1850.

En 1840, el Tribunal del Consulado de Lima, que se ocupaba de los litigios entre comerciantes y hacía las veces de Bolsa de Comercio, presentó al gobierno la formación de la Cia. del F. C. de Lima al Callao, que se encargaría por cuenta propia de la construcción y administración del ferrocarril. La redacción del proyecto técnico fue del Ingº Leopoldo, barón de Winterfeldt, un estudio bastante completo pero que no pasó de tal.

Con motivo de la explotación del guano y la suscripción del contrato sobre estos derechos, en febrero de 1842, el grupo de capitalistas formado por Francisco Quiroz, Aquiles Allier y la empresa Puymirol y Gibbs, se estipuló la obligación de presentar propuestas para la construcción del FF CC Lima–Callao e invertir hasta 500,000 pesos, por cuenta del Estado. El contrato cumplió su cometido principal menos lo correspondiente a la vía férrea.

Don Jorge Basadre, historiador de la república, asegura que los contratos en la novísima organización del Perú, no siempre se cumplían en los plazos fijados habida cuenta de la agitación política de la época de nuestros inicios democráticos, de allí que el primer contrato y los esfuerzos de Orbegoso durmieran el sueño de los justos.

Finalmente su construcción fue dispuesta por Castilla el 14 de noviembre de 1845 y a una convocatoria oficial, en enero de 1846, se presentó el Ingº. Juan Nugent Rundall, a nombre de la organización F. C. de Lima al Callao y de la Costa del Pacifico, creada en Inglaterra, con una propuesta que ceñía a las bases oficiales.

Durante los primeros diez meses de 1848 se suceden nuevas propuestas, de ellas la de un grupo de capitalistas peruanos encabezado por Joaquín de Osma y otra de Samuel Stanhope Prevost; la del notable empresario norteamericano Guillermo Wheelwright; finalmente las de Teodoro Geofroy; Antolín Rodolfo; y la del Ingº. Edwin O. Carter. Era un hecho y todo hacía ver que el ferrocarril era una imperiosa necesidad y para quienes resultaran sus favorecidos explotadores, un negocio de veras lucrativo.

De las especificaciones contractuales y su aprobación


Las bases y condiciones se aprobaron en diciembre de 1848, después de una lluvia de propuestas y memoriales que fueron declarados inaceptables por no ofrecer las garantías exigidas, otorgándose finalmente la concesión a los empresarios Pedro Gonzáles de Candamo y José Vicente Oyague y hermano (Manuel Oyague) para la construcción del camino de fierro entre Lima y Callao.

Dispuso el gobierno el examen documentario de las bases y propuestas por los funcionarios del ramo, además el informe de la Corte Suprema y con ello su elevación al gabinete de ministros, entidad que aceptó el contrato el 6 de diciembre de 1846. Luego se dispuso su traslado al ministerio de hacienda, para la suscripción de la escritura y el pago de 20,000 pesos a los contratistas, según lo estipulaban las bases.

Las carteras de gobierno, instrucción pública y beneficencia las desempeñaba don José Dávila Condemarín, a quien correspondía el trámite del expediente; la de hacienda y comercio, a don Manuel del Río. Los otros integrantes del gabinete eran el general José María Raygada, en guerra y marina y don Felipe Pardo y Aliaga en relaciones exteriores, justicia y negocios eclesiásticos.

Para beneficio de estudiosos e investigadores, se ofrecen a continuación detalles contractuales de la obra, algunos de carácter singular:

El contrato estipulaba, entre otros asuntos, que el ferrocarril sería de una vía, pero capacitado para ampliarse a dos. Su extensión el que corría entre el muelle del Callao y la Capital; la empresa gozaría del privilegio exclusivo por 25 años.

Transcurridos 99 años, a partir de 1851, pasaría con sus elementos muebles e inmuebles a propiedad del Estado, sin retribución alguna de esta parte. El inicio de obra no excedería de los doce meses de aprobado el contrato y se terminaría en los tres años de recibida la constancia oficial de la firma del contrato por el agente del país en Inglaterra. Por circunstancias que emergieran de aplazamiento de la obra sin culpa de los contratistas el gobierno podría otorgar un prórroga de seis meses; de igual forma proporcionaría de 200 a 300 presidiarios a los que la empresa pagaría tres reales diarios, por hombre; y un real diario a cada uno de los individuos de tropa, encargados de su cuidado.

Los terrenos del Estado destinados para el camino y las estaciones serían proporcionados por el propio Estado y los terrenos privados, expropiados y pagados por los empresarios. Tanto el camino, como los edificios, el capital y la renta de la empresa quedaban exentos de toda contribución ordinaria y extraordinaria; los materiales, carruajes, mejora, conservación y uso del ferrocarril, libres de los derechos de importación y exportación.

En punto a la explotación, fijaba tarifas para pasajeros de 1ª y 2ª clase; los fletes de carga se calcularían por toneladas de peso o toneladas de diez pies cúbicos. Los carros de lujo, serían proporcionados por la empresa, a precios especiales. Ésta sería responsable de la transportación, carga y descarga del muelle a la estación del Callao. Las tropas con su impedimenta, carga del Estado y la correspondencia quedaban gratuitas.

Iniciación de las obras


Gestor de la moderna República del Perú, el Gran Mariscal, Ramón Castilla Marquesado, vislumbró con la sagacidad y profundidad de su criterio de avanzada, que los caminos de hierro para el vastísimo territorio nacional eran la suerte de su desarrollo. Qué mejor inicio que dotar de este medio de transporte como eficaz complemento del viejo camino del Callao a Lima, traficado por carruajes y acémilas y no siempre en correcto estado de conservación, donde también asechaba alguna banda de asaltantes.

Por decreto supremo de 28 de junio de 1850, se resolvió la colocación de la primera piedra para el domingo inmediato, 30 de junio y lo sería en la estación de San Juan de Dios.

La piedra inaugural


A las 2 de la tarde del día señalado llegó a la estación el presidente de la república, acompañado de su gabinete ministerial en pleno, funcionarios, autoridades, formación de tropa de la guarnición de Lima y numeroso público.

En su momento, el presidente procedió a colocar, en albañilería, la piedra simbólica empleando un badilejo de plata maciza que llevaba grabada al anverso la siguiente inscripción: "Sirvió para poner la primera piedra de la estación del F. C. de Lima y Callao, el día 30 de junio de 1850, por el Excmo. Sr. Ramón Castilla, Gran Mariscal de los ejércitos peruanos y Presidente Constitucional del Perú” y al reverso el grabado de una locomotora y la leyenda “Siendo sus empresarios D. Pedro González de Candamo y D. José Vicente Oyague y Hno. Director en jefe D. Juan Nugent Rudall. Ingeniero D. Jorge Ellis y D. Alejandro Forsyth. 1850.

Además de Castilla, se consignan los nombres de los verdaderos constructores del ferrocarril, los capitalistas y técnicos. Se colocaron en ese nicho los últimos números de El Comercio, El correo y El Peruano; cuatro monedas de cada uno de los tipos en curso; el Presidente agregó una botella de vino y otra de aceite, emblemas de abundancia.

Nugent pronunció un expresivo discurso y ofreció al mandatario el badilejo ceremonial de plata maciza y labrada. A su turno Castilla pronunció el discurso de orden con esta remembranza y deseo:

“Después de haber transcurrido más de un cuarto de siglo desde que se promovió el camino de vapor de Lima al Callao –sin suceso hasta hoy- cábenos la inmensa satisfacción de ser los ejecutores de esta obra que anuncia nuestro progreso, colocando, como efectivamente colocamos, la primera piedra que ojalá sea tan productiva para la industria nacional, como lo han sido para la política el árbol de nuestra Libertad y la Independencia”

Así, iba a iniciarse la era de los ferrocarriles en el país. Los gobiernos de José Balta, su gran impulsor, Manuel Pardo, José Pardo, Nicolás de Piérola y Augusto B. Leguía, ampliarían el progreso ferroviario nacional en gran medida.

Las obras con síntesis de su más importante cronología


Después de la ceremonia las obras se aceleraron pues se hallaba próxima la renovación presidencial y tanto a gobernantes como empresarios les urgía terminarlas en lo que restaba de los pocos meses de mandato al Gran Mariscal.

Según el trazo, los rieles al Callao partían de la referida estación de San Juan de Dios, cruzaba la antigua plaza La Micheo, para seguir, en línea recta, por las calles Iturrizaga o Alfareros y San Jacinto, que hoy forman el jirón Quilca; atravesaba la muralla y ya en los terrenos cultivados, la huerta de La Virreina o San Jacinto.

Pasaba luego sobre un pequeño cauce de aguas de riego llamado Río de la Magdalena, continuaba siguiendo un antiguo callejón de chacra, cerca del cual se hallaba el llamado Molino del Gato. El sendero o callejón terminaba muy cerca del tercer óvalo de la carretera Lima-Callao, allí hacía un ligero giro hacia la izquierda, tomaba una de las alamedas que flanqueaban la calzada de la carretera, lateral sur. La sección transversal de este camino estaba formado por una calzada, 17 metros el ancho y dos alamedas laterales de 6.20 metros de ancho cada una.

Siguiendo aquella alameda la vía pasaba a los terrenos de los fundos Conde de las Torres, Mirones, Concha, La Legua y Baquijano. Frente a la casa-hacienda de esta última, los rieles dejaban la alameda para continuar por los terrenos que quedaban al norte de poblado de Bellavista y enrumbar hacia la larga y antigua calle del Callao, llamada La Condesa, después Ferrocarril y ahora Buenos Aires. Al terminar esta calle la vía contorneaba el castillo de la Independencia (antiguo Real Felipe), para terminar en la calle Magdalena, hoy Av. Gamarra, donde se levantaba la estación del tren, punto final e inicial en el puerto.

El 20 de septiembre de 1850, arriba al Callao la barca peruana Lima portando madera de los bosques chilenos, destinado en su mayoría para durmientes o travesaños sobre los que descansarían los rieles.

El 8 de noviembre, se realizó el primer viaje de prueba, el primero en el Perú y también en Sudamérica.

El corresponsal de El Comercio en el Callao hizo la crónica periodística del notable suceso, que se publicó ese mismo día, con el siguiente relato:

"El día de hoy la locomotiva (sic), después de un ensayo de recorrido que se hizo desde el muelle del Callao hasta Bellavista (unos 4 kilómetros) se le enganchó un carro de equipajes en el que se embarcaron las siguientes personas -cita los apellidos y el historiador Alberto Regal -al que hemos seguido muy de de cerca en estas descripciones- añadió los nombres propios, cargos y ocupaciones de esta comitiva oficial:

- S. E., el Presidente de la República, Gran Mariscal Ramón Castilla.
- Manuel del Mar, ministro de gobierno, instrucción pública y beneficencia.
- Florencio Forcelledo, coronel, edecán de S. E.
- Manuel Suárez, coronel, prefecto de Lima.
- Buenaventura Seoane, abogado, oficial mayor del ministerio de gobierno.
- Pedro Salmón, administrador de la aduana principal del Callao.
- Pedro González Taramona, coronel, primer jefe del regimiento Húsares de Junín.
- Pedro González de Candamo, comerciante, empresario del ferrocarril.
- José Vicente Oyague, comerciante, empresario del ferrocarril.
- José M. Silva Rodríguez, capitán de fragata, comandante del vapor de guerra Rímac.
- Pedro José Carreño, capitán de corbeta, jefe del partido y capitán del puerto del Callao.


Agrega el corresponsal que se embarcaron otras veinte personas, entre oficiales y comerciantes nacionales y extranjeros. El convoy partió a la 1:45 p.m., e hizo alto en Baquijano o Tambo de Taboada, a la 1:51, o sea que recorrió tres millas inglesas (4,800 m.) en 10 minutos. En esta parada se sirvió champaña y se regresó el carro al Callao, dándole andar contrario, a la 1:59 p.m., todo esto dentro de una gran expectación del público.

El recorrido se había iniciado en el muelle, hasta Baquijano, la casa-hacienda del fundo agrícola donde hoy abre sus puertas el cementerio de ese nombre, que tenía por frontera el Tambo de Taboada sobre el borde del camino.

Los viajes de prueba continuaron por la tarde con numerosas personas que se disputaron un lugar en el convoy. ¡Vaya el entusiasmo!, no era para menos.

El 10 de diciembre arribó la barca Druid, salida de Londres conduciendo a su bordo los carros y material para el ferrocarril. Había empleado 147 días de navegación.

El 20 de marzo de 1851, el presidente presentó un mensaje al congreso extraordinario, correspondiente al término de su gobierno y del que se trascriben las siguientes frases:

“La construcción del ferrocarril, tan bueno como los mejores del mundo, va rápidamente a su término; en breve habrá desaparecido la distancia entre la Capital y el Callao y todos los inconvenientes y molestias del antiguo camino, destrozado por el tráfico. Comodidad, facilidad, seguridad y velocidad son ventajas inapreciables para el comercio y para el vecindario en general”. “La línea corre ya muy cerca de la Portada”.

Los días 3 y 4 de abril, la empresa comenzó a correr trenes entre el muelle del Callao y una estación provisional que se había construido aceleradamente en le llamado tercer óvalo de la vieja carretera colonial. Iban colmados de pasajeros en viaje gratis. Pero los empresarios anunciaron que a partir del 5 de aquel mes se establecería tráfico regular y cobrarían los pasajes según la tarifa aprobada.

Es así que el 5 de abril de 1851, puede considerarse como la iniciación comercial de la moderna vía, ya que desde ese día comenzó a cumplirse un itinerario de tres trenes diarios de viaje redondo, o sea de ida y vuelta.

Los pasajes se vendían, en el Callao, en el local de las máquinas y en Lima, en la estación del tercer óvalo. Eran de 1ª y 2ª clase, pero como los coches o vagones de segunda no habían sido aún armados se usaron provisionalmente los de primera. Los coches de primera eran de 24 y 60 asientos, distribuidos en banquetas de dos asientos cada una y forrados en cuero o paja.

El día 9 de abril, los trenes traspasaron las viejas murallas coloniales de Lima, penetrando en la zona semi-urbana por una abertura practicada ex profeso muy cerca de la portada de San Jacinto avanzando “hasta veinte varas” conforme lo expresa el corresponsal de El Comercio.

Para el 19 de abril, se habían ya movilizado muy cerca de 9,000 pasajeros. Al día siguiente, esto es el 20 de abril, se inauguró un nuevo paradero en la plazoleta de La Salud, que entonces se llamaba Callejón de la Virreina, por tratarse de un largo y estrecho sendero delimitado entre tapias que desembocaba allí y pertenecía a la hacienda de ese nombre que también se conocía como San Jacinto.

El 20 de abril de 1851, el Gran Mariscal Castilla entregó la banda presidencial a su sucesor, el general Rufino Echenique Benavente. Castilla había subido al poder seis años antes, precisamente el 20 de abril de 1845. Ponía fin de esta marcada forma a su primer gobierno.

Conclusión del tendido de rieles y destino final

La obra prosiguió sin interrupción, y el 17 de mayo de 1851, los trenes comenzaron a atravesar las calles de Lima, para llegar a la estación principal de San Juan de Dios, a los once meses y 7 días de haberse colocado la primera piedra. Lima novelera bullía de entusiasmo. Pese a lo que se suponía habría de ser una manifiesta expresión de júbilo por el arribo del tren a la estación de Lima, no hubo tal y los limeños curiosos de algún acontecimiento festivo pudieron ver y oír, por todo espectáculo, a un pasajero inglés, arribado del convoy que se suponía inaugural, tocando una meliflua gaita.

Datos complementarios y crónica final


La longitud del ferrocarril, entre las estación de San Juan de Dios y la principal en el Callao, cerca del muelle, fue de 13. 717 km. La trocha, o espacio entre rieles, llamada trocha normal, era de 1.435 m. Era del tipo más popular en Inglaterra y declarado en el Poder Legislativo de 1845 como standard o normal para todos los ferrocarriles de Gran Bretaña. La longitud primaria de los rieles era de sólo 3. 60 m de largo, fabricados en hierro forjado a mano de sección periforme; se sujetaban a los durmientes o travesaños por medio de silletas o cojines, según el sistema inglés, en boga los primeros años de la vida de los ferrocarriles en el mundo.

Pero la demanda hizo que pronto fueron sustituidos por otros más largos fabricados a máquina, de 7.20 m, de longitud, de sección patín que se afirmaban al durmiente por alcayatas o clavos de cabeza de forma apropiada. Los rieles se unían entre si por medio de chapas o platinas llamadas eclisas. Estos se aplicaron con el tiempo en todos los ferrocarriles peruanos. El peso de cada riel era, aproximadamente de 30 Kg. por metro. Para los primeros meses de la explotación la empresa disponía de tres locomotoras a carbón, construidas en 1850, por la firma inglesa de R. Stephenson & Co., cuyo fundador, fallecido en 1848; George Stephenson ha sido considerado el inventor de ferrocarril desde 1814.

Cada una de las máquinas era de 38 toneladas de peso, dos ejes motrices y de carbonera o tender con 10 toneladas de peso. Se llamaron, respectivamente, Callao, Castilla y Oyague. La Callao fue la que condujo a Lima el primer tren de pasajeros el día 5 de abril de 1851, fecha que al iniciar el tráfico comercial se considera o tiene carácter, por ello, inaugural conforme lo hemos anotado.

Resulto ser esta importante obra uno de los mayores negocios ferrocarrileros de su época, pese a sólo tener 14 Km de recorrido, con una trocha de 1.435 m. Su costo de 550,000 pesos había producido a la empresa 2’540,713 pesos, lo que significa un interés anual de 46.58 %. Entre 1851 y 1860, casi una década, transportó un total de 6’100,147 pasajeros, es decir, más de tres veces la población del país en ese tiempo.

Al iniciarse la construcción de la plaza San Martín en 1920, la estación pasó a ocupar espacio entre los jirones Quilca y Chota, en la calle San Jacinto y el nombre de la empresa se cambió a Ferrocarril de carga al Callao. La nueva The Lima Railways, formada en 1865, firmó en 1906 un contrato de permuta de propiedades con el gobierno, a través del cual adquirió a perpetuidad la línea. Tenía un ramal a Bellavista abierto en 1897.

En 1907 esta línea junto con la Callao-La Punta, Lima-La Magdalena y Lima-Chorrillos fueron arrendadas a las Empresas Eléctricas Asociadas que las electrificó. Se iniciaba entonces la era de los tranvías. Las estaciones del tren en 1907 eran, San Juan de Dios, La Salud, La Legua, Bellavista, Mercado, Santa Rosa, Chucuito y Principal en el Callao. En 1934 la Peruvian Corporation la compró, paralizó la mayor parte del recorrido y se hizo cargo de las secciones aún operativas. La resolución suprema del 24 de junio de 1938 declaró cancelado el contrato de concesión y dispuso el levantamiento de la vía.

Moría así el más antiguo tren del Perú después de más de 80 años de actividad. La compañía The Lima Railways Co. fue liquidada el 20 de marzo de 1961 en Londres. Todavía pueden verse con nostalgia en algunas áreas de la zona industrial de Chacra Colorada o de Lima restos de su línea.



Fuentes:

Castilla Constructor.- Las obras de ingeniería de Castilla. Alberto Regal, Ingº. Civil y miembro de número del Instituto Libertador Ramón Castilla y del Centro de Estudios Históricos- Militares del Perú.

Internet

Perú

http://www.perutren.org/portal/ de don Elio Galessio, que incluye la foto de la máquina Stephenson.
http://es.wikipedia.org/wiki/Ferrocarriles_en_el_Per%C3%BA#Ferrocarril_ingl.C3.A9s_Lima-Callao
http://es.wikipedia.org/wiki/Cronolog%C3%ADa_del_ferrocarril

Chile

http://guillermocorteslutz.blogspot.com/2006/07/el-primer-ferrocarril-de-caldera.html
http://www.efe.cl/html/corporativo/ferrocarril.php

Paraguay

http://www.histarmar.com.ar/Entrecasa/ViajeParaguay/Paraguay-5FFCCParaguay.htm

Grabados, de fuente diversa

viernes, 25 de abril de 2008

Resistencia y asalto a Concepción



A don Máximo Sánchez Arévalo


Jefe guerrillero

Operaciones militares de la Guerra del Salitre

Domingo, 9 de Julio, 1882



El Mariscal Cáceres tenía la imaginación como un arma secreta. Fue un soldado encendido por la pasión creadora, un imaginativo audaz. Por algo le decían El Brujo. Cuando nadie veía el camino, se desplazó certeramente hacia el Perú central y de la nada levantó un ejército. Donde no existía sino desaliento, desató energía. Cuando todo parecía hundirse, encontró una razón de combate. Fue el fundador y jefe de un nuevo ejército popular. Encarnó la conciencia nacional y la dignidad indeleble. El invasor vio en Cáceres al hombre más peligroso, porque era precisamente el más imaginativo, y trató muchas veces de matarlo. Pero El Brujo estaba bien protegido: no por la magia misteriosa sino por el poder popular”

ROMUALDO, Alejandro 1982; Comentario en: Reflexiones sobre la resistencia de La Breña, Comisión Permanente de Historia del Ejército del Perú. Ed. Lima: Ministerio de Guerra.


Antecedentes importantes

Para el segundo año de ocupación de Lima, la presencia clara y cada vez más evidente de la resistencia en el centro del país traía preocupadas a las autoridades militares chilenas. En la sierra central columnas de campesinos se movían a la cabeza de jefes nombrados, sea por voluntad colectiva o como respuesta al llamado de un indiscutible jefe que se hacía más visible y que cobraba autoridad, el coronel Andrés Avelino Cáceres Dorregaray.



Después de permanecer oculto a salvo gracias a la diligencia de los padres jesuitas del convento de San Pedro, en Lima, en cuyo hospital curó de las heridas que recibió en Miraflores en la jornada del 15 de enero de 1881 y puesta su cabeza a precio por el enemigo, se había evadido y marchado al centro, al feraz valle del Mantaro. Allí prepararía la resistencia y a sus escasas tropas de línea se sumarían entonces columnas de montoneros armados con cualquier instrumento ofensivo, acicateado el ímpetu por el odio al invasor que tanto daño causaba en sus pueblos.

Su casa en Lima, de la calle San Ildefonso en los Barrios Altos, ocupada por su esposa y alguna familia, era materia de vigilancia constante. Pero allí bullía una quinta columna o inteligencia siempre dispuesta a prestar los socorros de ambulancia o los envíos furtivos de armas, al paso del ferrocarril que detenía en la cercana estación de Viterbo rumbo a la sierra central, que para entonces su punto más alto y final era la localidad de Chicla, en las altas punas de la cordillera.

Oriundo de Chupas, en Ayacucho, poblado en las pampas inmediatas al sur este de Huamanga, el coronel, veterano de todas las campañas del sur, hablaba con fluidez el quechua y por ello llegaba con facilidad al corazón de los pueblos por donde pasaba que a su voz se enrolaban, sumándose al pequeño ejército de regulares que le acompañaba, el batallón Zepita, que era el más conspicuo por haberlo comandado en toda la campaña del sur; de esta forma se asimilaban sencillos campesinos armados con rejones y antiguas armas coloniales de fuego dando lugar a una considerable fuerza.

Formaban parte de su Estado Mayor, selectos oficiales que se le reunieron y un grupo de entusiastas adscritos que respondía a la Ayudantina, como se le denominaba; eran estos señoritos hijos de los hacendados de la sierra central decididos a presentar al enemigo un frente móvil de sorpresa y desgaste en un terreno alto con una orografía agreste tal como lo presentan los contrafuertes del hermoso, extenso y fértil valle del Mantaro.

Destacamentos a la búsqueda de Cáceres

El comandante en jefe de las topas de ocupación, con cuartel en Lima, por entonces contralmirante Patricio Lynch Solo Zaldivar, dispuso la salida de sendos regimientos con dirección al Mantaro, para poner fin a la amenaza que ya había sorprendido a las tropas regulares que incursionaron a la sierra en busca de botín y exacción. Pero la actividad de los guerrilleros era un constante obstáculo para atender estos propósitos.

En este aspecto es preciso apuntar que fueron montoneros peruanos los que en pampa Quinua, Ayacucho, afligieron el flanco derecho del valiente brigadier español Jerónimo Valdez, como que guerrilleros fueron los que encabezados por Juan Martín “el Empecinado” dieron cuenta de las tropas francesas en las jornadas anteriores a Bailén, en España. Es decir, aquellos eran cuerpos de irregulares animados por una suerte de venganza que apuntalaba fuertemente sobre su espíritu y por ello fueron capaces de conseguir triunfos insospechados.

Un regimiento chileno, en general, comprendía 1,200 plazas de infantería, asistido de artillería y caballería, es decir, un conjunto bien afiatado de combate y su componente adecuadamente armado, muy bien montado, avituallado por su intendencia y socorrido por sus bien dotadas ambulancias, con lo que le bastaba para penetrar con suficiente autonomía, como era el caso que nos ocupa, dentro de los breñales de la sierra peruana con la ventaja consecuente de la fuerza y la aplicación del cupo a los indefensos pueblos, cuyos padres e hijos habían acudido a formar la resistencia que Cáceres estaba convocando. Este era el caso del regimiento Chacabuco, o Sexto de Línea, cuyo jefe el coronel José Francisco Gana había dispuesto que una columna de esa cuerpo se adelantara y ocupase Concepción.

Plan de ataque y resistencia en simultáneo

Entre mediados de 1881 y mediados de 1882, la primera maniobra estratégica concebida por Cáceres, durante la llamada Campaña de la Breña, fue emprender una guerra de guerrillas para, en el entreacto, formar y adiestrar sus primeras tropas. Una vez que estas hubieron adquirido volumen y consistencia, adoptó un esquema defensivo y al abrigo de esa estrategia de guerra de desgaste alcanzó la fuerza suficiente para pasar a la contraofensiva.

Dentro de este contexto de resistencia y contraataque se dieron las continuas incursiones de las fuerzas peruanas en las localidades de Matucana, La Oroya, Tarma, Jauja, Chicla, San Mateo, con preferencia a muchas otras, con notable suceso.

Para fines de 1881, persuadido de la importancia de esta acción de iniciativa personal, el dictador supremo del Perú, don Nicolás de Piérola, ascendió a Cáceres, dueño ya de una respetable fuerza disciplinada y armada, al grado de general y lo nombró jefe superior político-militar del centro. Contaba con 3,000 hombres, ocho piezas de artillería y un regimiento de caballería, fuerza con la que daba sorpresivos golpes a los chilenos desde Chosica, pequeña e idílica localidad a diez leguas al este de Lima.

Tampoco dejó de lado el concurso de sus campesinos-guerrilleros de las diversas comunidades altas de los Andes, como lo eran las de Apata o las de Comas quienes operaban con la habilidad propia de su naturaleza frugal y resistente a la faena en altura, en especial la colocación de trampas o galgas al borde de los abismos en los desfiladeros y pasos obligados de los breñales, arte que dominaban a la perfección y otras tareas destinadas al apoyo táctico de las tropas regulares.

Era conocido y un motivo de apremio y temor para el enemigo, que necesariamente se aventuraba por los desfiladeros, el peligro que significaba para las tropas, acémilas y equipo, generalmente parque de artillería cuando en las alturas tronaba de pronto fatal, in cressendo, el horrísono alud de las galgas que dando tumbos empujaban a su paso rocas de mayor tamaño, mensajeras terribles de la muerte.

Consideraciones de paz y envio de fuerza punitiva

Consolidada la ocupación de las principales ciudades de la costa del Perú –excepto Arequipa, Cusco, Puno y vastos sectores de la sierra- el alto mando militar chileno tenía claro que la presencia de la fuerza hostil que operaba en los Andes, con el coronel Cáceres a la cabeza, haría imposible la tan ansiada paz que urgía, habida cuenta de los altos costos de la ocupación -que no lo era de todo el país- inmenso para tal propósito, la manifiesta hostilidad y el desaliento de las propias tropas por el abandono de la metrópoli, tal como lo señala el historiador chileno Jorge Hinostroza en su famoso Adiós al Séptimo de Línea, capítulo Los batallones olvidados y, sobre todo, el avance para concertar acuerdos de paz que negociaba con el presidente del gobierno provisorio, con sede en el pueblo de la Magdalena, don Francisco García Calderón.

Sin otro recurso el jefe militar de ocupación, contralmirante Lynch, para evitar que la guerra se prolongase indefinidamente, por cuanto no se había dado la rendición oficial del Perú -hecho que jamás ocurrió- envió, en mayo de 1881, una fuerte expedición punitiva rumbo a Junín y Cerro de Pasco al mando del teniente coronel de caballería Ambrosio Letelier Salamanca con órdenes de destruir sin contemplaciones cualquier forma de resistencia por parte de los peruanos.

Letelier pasaría a la posteridad no sólo por su ineptitud como oficial, sino principalmente por la crueldad con que asumió su función en la sierra central peruana, imponiendo cupos, saqueando e incendiando sin el menor escrúpulo, indiscriminadamente, propiedades y exigiendo cuantiosos y absurdos rescates. En Huancayo había impuesto uno de 100,000 soles y 60 caballos a la población.

Su nefasta actitud, incluyendo el hurto de dinero propiedad de la caja del ejército chileno fue censurada por su propio comando, quién lo sometió a corte marcial por corrupción. Posteriormente el gobierno de La Moneda lo exculparía por considerar importantes sus servicios en la guerra.

La acción de este militar, que deshonra las armas chilenas, valdría de por sí crónica aparte, por la forma de exacción y depredación con la que cumplió su cometido, pero baste decir que su innoble conducta sirvió para endurecer la resistencia. Aquella misión resultó un fracaso y por el contrario originó un escándalo por los actos manifiestos de corrupción y abuso de autoridad que le fueron atribuidos a Letelier. Dueño de un cuantioso botín colectado de las casas de hacendados, campesinos y de ornamentos preciosos extraidos de los numerosos templos, huyó acosado por los guerrilleros sedientos de venganza.

Para proteger su retirada desde Cerro de Pasco, Letelier ordenó a un batallón del regimiento Buín desplazarse desde Casapalca hasta el caserío de Cuevas.

Una sección de dicha fuerza se dirigió luego hacia la hacienda de Sangrar (que los historiadores chilenos por desconocimiento denominan Sangra), donde fue atacada por un batallón peruano, que le causó muchas bajas y la pérdida de cincuenta estupendos rifles.

Alarmado por este suceso, escarmentado por la resistencia, Lynch llevó a Letelier a juicio militar, suspendió el envío de este tipo de expediciones y para asegurarse la conquista de la sierra central dispuso un ejército, fuerte de unos 3,220 hombres, al mando de competentes oficiales. El primero de enero de 1882, aquel ejército, dividido en dos columnas y al mando del coronel Juan Francisco Gana, emprendió su marcha hacia los altos breñales del Perú.

Este era el detalle de ese efectivo:

Batallón Lautaro, 750 hombres
Batallón Chacabuco, 800
Batallón Tacna, 820
Regimiento Carabineros de Yungay, 400
Regimiento Cazadores a Caballo, 50
Dos baterías de montaña (12 cañones) y 4 ametralladoras, 400 hombres.

Total del efectivo: 3.220 plazas.


Los animales de transporte de tropa, carga y tiro: 1,250 acémilas, de ellas 100 mulos y 600 caballos de la artillería que guarnecía la Capital.

Para la fecha, el general Cáceres, jefe político y militar del Centro, obraba sobre la base de la siguiente disposición y efectivo:

Coronel Francisco de P. Secada, comandante en jefe del ejército del Centro.

Batallón de línea Zepita
Batallón de línea Tarapacá
Batallón de cívicos América
Batallón de cívicos Huancayo
Escuadrón Cazadores del Perú
Cinco piezas de montaña. Para entonces Cáceres contaba con 4 cañones Krupp y 4 piezas de avancarga, ánima lisa, por toda artillería.

Total del efectivo: 1.000 hombres.

No tardarían en darse los primeros enfrentamientos entre las tropas regulares chilenas con las de Cáceres. En Huarochirí, la fuerza de Cáceres sufrió su primer revés por la defección traicionera, en pleno combate, de los batallones del coronel Manuel de la Encarnación Vento y de algunas tropas de caballería. Cáceres impidió la debacle y pese a las pérdidas logró replegarse sobre Tarma. Su ejército había quedado reducido a 1,000 hombres de infantería, 98 jinetes y 90 artilleros, pero aún constituía una importante unidad de combate.

Urgido de refuerzos, pues estos se encontraban en Ayacucho, a las órdenes del coronel de artillería Arnaldo Panizo, le adelantó un mensajero para notificarle tuviese disponible aquellas tropas a su llegada; pero Panizo, alegando obediencia a las órdenes del dictador supremo Piérola se mostró remiso a proporcionarle dichas fuerzas y en previsión, por el contrario, se hizo fuerte en las alturas del cerro Acuchimay que domina la ciudad.

Cáceres apareció en marcha envolvente, el 22 de febrero, por donde menos se le esperaba y emprendió el asalto cuesta arriba con sus disminuidas tropas y consiguió imponerse. Asimiló entonces el efectivo conquistado y ahora, formando una sola fuerza, reemprendió su marcha sobre los chilenos que ocupaban el valle del Mantaro.

El jefe del Destacamento Chacabuco

Integrando el componente del ejército de Gana, venía el Sexto de Línea o Chacabuco, al mando del comandante Marcial Pinto Agüero. Fuerte de seis compañías había tenido una destacada y decisiva participación en las batallas de San Juan y Miraflores y en la toma del Morro Solar, que no había sido fácil. Por ello se le consideraba un regimiento de élite.

Con referencia al regimiento Chacabuco la profusa historiografía chilena refiere que en los inicios de la campaña del Pacífico, desde el asalto de Pisagua, esta unidad formada por voluntarios de la clase obrera, al mando de oficiales profesionales, perteneciente en su mayoría a la burguesía -como también era costumbre dentro del ejercito peruano-, apuntamos nosotros, no tenía enrolados los provenientes de las clases acomodadas, lo que ocasionaba la consecuente molestia por semejante privilegio y el desigual peso de la carga del conflicto.

Por esta razón muchos jóvenes de las clases media y alta concurrieron a sus filas. Entre ellos Ignacio Carrera Pinto, sobrino del presidente de Chile y descendiente de José Miguel Carrera y Verdugo, prócer de la independencia de su país, enroládose en el ejército donde recibió el grado de sargento del Regimiento Cívico Movilizado No 7 de Infantería, Esmeralda, conocido como el Séptimo de Línea.

Ocupada Lima, Carrera fue ascendido al rango de teniente. Poco más de un año después, fue promovido al rango de capitán y jefe de la cuarta compañía del regimiento Chacabuco, que en aquellos momentos formaba parte de la división que ocupaba la sierra central del Perú. Ascenso del cual no alcanzó a enterarse.

La fuerza chilena llegó a operar, en su mayor amplitud, un radio de trescientos kilómetros entre las localidades andinas de Chicla, Marcavalle y Cerro de Pasco, localidad minera esta última arriba de los 4.000 metros sobre el nivel del mar. El cuartel general fue la ciudad de Huancayo, capital del departamento de Junín, a orillas del río Mantaro, a 3.340 metros de altitud y a la vista de los nevados del Huaytapallana, conocida por su clima templado y saludable.

Para obtener mayor control el jefe de la división del centro, coronel Gana, había dispuesto guarnecer el valle con fracciones de tropas ubicadas en los pueblos y caseríos distanciados unos de otros entre 20 y 30 kilómetros. Era claro que esta forma fraccionada de estacionar tropas podría acarrear consecuencias de gravedad. Así lo intuyó Lynch y no se equivocó.

Los sucesos importantes inmediatos tienen lugar en febrero, cuando ausente el coronel Gana, que retornó a Lima, dejó el mando de las tropas del centro al coronel Estanislao del Canto, a la sazón comandante del regimiento Buín, Segundo de Línea.

Sobre la base de estas consideraciones respecto a lo fraccionado de las guarniciones del valle del Mantaro, Lynch ordenó al jefe chileno abandonar Huancayo y replegarse a Jauja donde tendría mejor dominio del ferrocarril de la Oroya y en caso de emergencia el paso del ejército al otro lado de la cordillera de los Andes. La ofensiva podría reanudarse concluido el penetrante invierno andino.

Sin embargo, del Canto, apremiado por las circunstancias y el considerable número de enfermos retrasó el repliegue. Asolaba el tífus.

Pucará y Marcavalle

El 5 de febrero la fuerza chilena sostuvo un primer combate con las tropas de Cáceres en la localidad de Pucará al noreste de Huancayo. Las tropas enemigas, en franca desorganización, luego de sufrir muchas bajas, replegaron hacia Zapallanga donde buscaron refugio. Habían dejado abandonado considerable cantidad de armamento y munición.

Era el momento esperado por el general Cáceres. Decidió rodear las fraccionadas fuerzas chilenas, para impedir su retirada hacia Lima y batirlas al detalle, por partes. Marcharon en consecuencia y ajustados al plan tres columnas con un total de 1,300 soldados y 3,000 guerrilleros.
La primera columna el batallón Pucará número 4, las columnas guerrilleras de Comas y Libres (voluntarios) de Ayacucho y fracciones del batallón América, al mando del Coronel Juan Gastó; la segunda columna, un batallón de regulares y un destacamento de guerrillas, a órdenes del coronel Máximo Tafur y, la tercera con el resto del ejército, permaneció bajo el mando del propio Cáceres.
El coronel Gastó debía marchar por el sector derecho de las alturas del río Mantaro y, virando por la localidad de Comas, caer sobre el pueblo de Concepción y batir al destacamento que ocupaba ese lugar. La columna de Tafur debía avanzar hacia el oeste, pasar por Chongos y Chupaca, caer sobre la Oroya, atacar a la guarnición chilena y cortar el puente del mismo nombre para impedirle el escape hacia Lima. El general Cáceres se reservó batir a los destacamentos chilenos de Marcavalle y Concepción.

El 8 de julio Cáceres arribó a la localidad de Chongos y se desplazó por los pueblos de Pasos, Ascotambo, Acoria y otros sin ser avistado por el adversario; acampó finalmente en las alturas de Tayacaja, frente al poblado de Marcavalle, primer objetivo militar de la expedición.

Desde aquella posición los peruanos pudieron divisar claramente a las tropas chilenas del Regimiento Santiago. En la madrugada del 9 de julio, el general Cáceres ejecutó un ataque simultáneo con artillería e infantería. La sorpresa fue tal, que en no más de 30 minutos las fuerzas chilenas se vieron obligadas a retroceder hasta el pueblo de Pucará, ubicado a poco menos de un kilómetro y medio de Marcavalle, en dirección a Huancayo.

En este proceso los chilenos sufrieron 34 bajas. En Pucará se trabó un nuevo combate entre las tres compañías del Santiago y cuatro compañías de los batallones peruanos Tarapacá, Junín y la columna de guerrilleros de Izcuchaca. El ataque peruano alcanzó tal intensidad que la tropa chilena debió emprender otra apurada retirada. Las pérdidas sufridas por el enemigo invasor en las acciones de Marcavalle y Pucará fueron considerables. Tuvieron 200 bajas, entre muertos y heridos. Asimismo dejaron en el camino municiones y demás pertrechos de guerra. Sus muertos fueron enterrados por las tropas peruanas; entre ellos seis oficiales, para quienes el general Cáceres dispuso sepultura especial así como los honores militares correspondientes. Un auténtico soldado.

Concepción

Fundada el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, por el conquistador español Hernando Pizarro, el pueblo de Concepción se ubica a un poco más de cinco leguas al noroeste de Huancayo y a nueve de Pucará, por entonces con unos tres mil habitantes. De origen inca en territorio de los antiguos huancas había sido ocupada, como tenemos explicado al comienzo de este artículo, por una guarnición del ejército chileno, una de las fracciones diseminadas por orden del coronel del Canto a lo largo de diversos pueblos del espléndido valle.

Dicho jefe chileno, el 5 de julio, había dispuesto que la cuarta compañía del Chacabuco, a órdenes del capitán Ignacio Carrera Pinto relevara a la tercera compañía del mismo regimiento en el pueblo de Concepción. La compañía de Carrera consistía en 57 soldados, 1 sargento, 4 cabos y 1 segundo oficial. A ellos se sumaban 2 subtenientes de la quinta y de la sexta compañía del Chacabuco, convalecientes del tifus. Además 10 soldados, todos ellos excluidos del servicio por enfermedad; 9 pertenecientes a diversas compañías del Chacabuco y 1 a la primera compañía del regimiento Lautaro. En total, 77 hombres; 4 de los suboficiales estaban acompañados por sus mujeres, enroladas como cantineras, quienes convivían con ellos como también era lo usual entre las tropas peruanas y bolivianas.

La vida apacible en aquel pueblo, pese al natural rechazo de la población, hacía parecer que el destacamento recién llegado no sufriría mayores contratiempos y la posibilidad de un enfrentamiento inmediato con el ejército peruano se vislumbraba remota.

El cuartel de la guarnición, era la casa parroquial contigua a la iglesia y del otro extremo se levantaba otra de dos pisos que hacía de enfermería, predios ubicados en la plaza de armas del pintoresco pueblo de Concepción. En prevención Carrera Pinto había dispuesto defensas externas. La parte posterior del improvisado cuartel daba a las faldas del cerro. Para evitar sorpresas el teniente ordenó levantar barricadas en las bocacalles en los accesos a la plaza, conforme le previno un natural sentido de defensa...

El 9 de julio, a las 9 horas, se produjeron los ataques a las guarniciones chilenas de Marcavalle y Pucará que desde luego pasaron inadvertidas en Concepción. El enemigo retrocedió hacia Zapallanga. Las tropas del Santiago lograron hacerse fuertes en un lugar llamado La Punta, donde fueron reforzados por el destacamento acantonado en Zapallanga.

Advertidos del acontecimiento y pasada la sorpresa de los primeros momentos, la fuerte división central de Huancayo se movió para socorrer a sus camaradas; por esta razón y otras circunstancias contingentes, Cáceres suspendió el ataque a este sector, con el propósito de reemprender las hostilidades al día siguiente. Había logrado su objetivo principal y los chilenos habían sido desalojados de Marcavalle y de Pucará.

Del Canto recogió a los sobrevivientes del Santiago, y con el grueso de la división se replegó a Huancayo, y en vez de tomar rumbo a Concepción el comandante en jefe decidió permanecer en aquella ciudad y pasar ahí la noche. Había recibido noticias de Concepción, pero nadie podía imaginar los dramáticos sucesos que ahí se producirían con los del Chacabuco, uno de los regimientos que se había distinguido en las batallas del sur. Una sección de setenta hombres al mando del teniente Ignacio Carrera Pinto dos oficiales, cuatro clases y cuatro cantineras, habría de sufrir, víctima de sus hechos, la venganza de numerosos campesinos que armados de cualquier forma los aniquilaría.

Con arreglo al plan general de operaciones, el coronel peruano Juan Gastó, comandante general de la división de Vanguardia, avanzó sobre el destacamento de Concepción. Llevaba 300 soldados del ejército regular y 1,000 campesinos armados con lanzas, todas las armas de fuego que pudieron colectar y sus infaltables rejones, bajo las órdenes del comandante guerrillero Ambrosio Salazar Márquez quien debería ejecutar el asalto.

Concurrían también diligentes otros jefes guerrilleros, primer comandante de la columna Apata, Andrés Avelino Ponce Palacios y el alcalde Juan Manuel García, segundo jefe de Aquella columna; el Jefe apatino Emilio García Barreto; el alcalde Juan Manuel García; el jefe guerrillero Jerónimo Huaylillos de la columna Comas, teniente Juan Nicanor Castillo; teniente Santos Alzamora; el coronel Mariano Aragonés, primer Jefe de la columna Comas; el tercer jefe de la columna Apata Ambrosio Salazar Márquez; el teniente Antonio Cama Portugal; el segundo y tercer jefes de la columna Comas, José Manuel Mercado y Manuel Concepción Arroyo; los capitanes Arcadio Minaya y Mariano Villasante que mandaban a los guerrilleros de Concepción; el teniente Juan Nicanor Salas; el subteniente Julián Farje, además de otros jefes valientes y esforzados comuneros, de ellos Juan de la Mata Sanabria, Marcos Chamorro, Esteban Alzamora, Tomás Astucuri, Cipriano Camacachi, Paulino Monge, Gregorio Maldonado, Bonifacio Pando, Lino Huamán, José Quintanilla, José T. Martínez, Víctor Cuenca, Justo Ponce, Jerónimo Véliz, Mariano Jesús, Estanislao Pairiona; el capitán de caballería Venancio Martínez; José Rosa Martínez, Crisanto Ponce, Pablo Bellido, Pedro Medina, Baltazar Chávez, Jorge Carrera, Santiago Quispe, tenientes Felipe Muñoz, Antonio Cama Portugal y Juan Nicanor Castillo Salas; Santos Alzamora, Luis Salazar, Toribio Gamarra, Ricardo Cárdenas, Estanislao Vivar, Rufino Meza, Fernando Urrutia; el doctor Santiago Manrique Tello; Luciano Villasante, Esteban Alzamora, Melchor Moreno, Daniel Peña, Manuel Santos, Moreno, Manuel Alzamora, Marcos Chamorro, Adolfo Coca, Pedro León, Miguel Patiño, Ismael Carpio, Dámaso Peña, Ángel Véliz; los oficiales Francisco Carbajal, de Moquegua; el alcalde Nicolás Berrospi, de Cerro de Pasco; el coronel Andrés Bedoya, de Tacna; el alcalde Pablo Bellido, de Ayacucho, estos últimos sin mando efectivo pero que formaban el pequeño cuerpo de regulares del coronel Juan Gastó y muchos otros más cuyos nombres iremos incorporando.

El asalto




Aquel domingo 9 de julio, las campanas doblaron llamando al oficio religioso, pero fuera de costumbre el destacamento chileno no concurrió a la misa de las 9 horas conforme había acudido otros domingos, asunto que llamó la atención de los pobladores quienes no acostumbraban ingresar al templo cuando lo había hecho el destacamento. Era evidente que esperaban algún ataque.

A las 2 de la tarde las fuerzas peruanas aparecieron por los cerros que rodean Concepción, una abigarrada y nutrida poblada armada con rejones, machetes y algunas armas de fuego en compañía de soldados regulares de uniforme pero en menor número.


El sorprendido teniente Ignacio Carrera Pinto evaluó de inmediato cómo enfrentar la situación.


Emprender una retirada rápida pero ordenada aconsejaba el instinto, dado el crecido número de la hueste atacante o, de lo contrario, permanecer en el sitio. Pero era muy probable que en el intento de retirada los guerrilleros peruanos pudieran emboscarlos y batirlos en campo descubierto, eso era evidente.

Únicamente quedaba el recurso supremo de la resistencia. Se decidió mantener la posición, pues se esperaba contar con el apoyo del coronel del Canto, que luego de evacuar Huancayo, debía pasar por Concepción en el transcurso de las próximas horas. Tal cosa se esperaba, pues así estaba dispuesto.

Para coadyuvar este último plan de apresurada contingencia, el jefe chileno despachó a un cabo y dos soldados para que abriéndose paso de alguna forma llegaran al cuartel general de Huancayo para dar cuenta de la socorrida situación en que se encontraba el destacamento, a la par que dispuso sus hombres para la defensa.


Quedó entonces la guarnición fatalmente reducida a 74 soldados. Pero, como era de esperarse, los mensajeros fueron descubiertos en su intento y los comuneros dieron rápida cuenta de ellos y con este hecho desvanecida la búsqueda de socorro.

Hemos dicho que el coronel del Canto no marcharía aquel fatídico día sobre Concepción; había decidido permanecer con el grueso de sus fuerzas en Huancayo. Además, acababa de recibir una comunicación del propio teniente Carrera, a la a 1 y 30 de la tarde, por la que daba parte que la guarnición bajo su mando se encontraba sin novedad. Ironías del destino.

La fuerza peruana inició esporádicos y aislados disparos desde las colinas. La guarnición chilena, obligada a conservar municiones, no contestó el fuego. Estaba preparada para repeler un ataque frontal. Carrera dividió entonces su destacamento en principio para defender el perímetro de la plaza de armas, donde había anticipado barricadas, para lo cual distribuyó a sus hombres en los cuatro accesos a la plaza.

En poco tiempo ejército y guerrilleros peruanos bajaron las laderas; por el sendero de Lastay, los comasinos; al mismo tiempo los hombres del ejército regular aparecieron por el lado opuesto de la quebrada de Matinchara, por el camino que conduce a Quichuay; quedaba de esta forma cercado el pueblo. De inmediato emprendieron el asalto simultáneo a la plaza. Los chilenos parapetados respondieron con una descarga cerrada, causando muchas bajas en los asaltantes, pero el ánimo caldeado de éstos no se amilanó y continuaron en la brega. Fueron rechazados una y otra vez hasta llegar de a poco a las posiciones chilenas, primera fase del combate, que se prolongaría por una hora.

La disciplinada destreza de los defensores a cubierto, disparando sus fusiles Comblain de reglamento, producía tiro certero y causaba considerable baja. Las embestidas peruanas con sus armas de toda suerte y factura no podían romper las barricadas y se veían obligadas a retroceder para reintentar una y otra vez penetrar las defensas del adversario no sin antes causarle muertos y heridos. No había, pese a las bajas sufridas por los peruanos, intención alguna de suspender o concluir el ataque. Era evidente, sin embargo, que pronto los esfuerzos de resistencia serían acallados.

Los chilenos poco tiempo después fueron forzados a replegarse el centro de la plaza cargando a sus heridos y dejando los cadáveres de sus compañeros caídos en acción. Los guerrilleros, bajo la viva voz de su jefe, comandante Ambrosio Salazar Márquez, avanzaron resueltos. La nueva posición que tomaron los chilenos los había dejado más expuestos. El teniente Carrera ordenó entonces el inmediato repliegue hacia el cuartel y la plaza de armas quedó desierta, excepto los cadáveres de los primeros momentos.

Afirmadas con trancas las pesadas puertas conventuales y tapiadas las ventanas, los resueltos defensores buscaron troneras para disparar. Todos quienes pudieron tomar el fusil acudieron a las armas. Había llegado ese momento cuando los espíritus enardecidos se atacan y acometen con esa fuerza irrazonable, una paradoja desesperada por salvar la vida.

Había en el espíritu de los pacíficos y laboriosos trabajadores del campo, convertidos ahora en feroces guerreros, la indignación y sed de venganza por las tropelías, cupos y abusos cometidos por las fuerzas chilenas contra sus pueblos y familias y por ello no cejaron en su empeño y se lanzaron cada vez más osados y decididos para recibir fuego nutrido y compacto que los replegaba con las consecuentes bajas.

Suspendido por un momento el ataque, el coronel Gastó, consciente que tarde o temprano se tomaría el cuartel chileno y en consideración al posible exterminio del valiente destacamento enemigo, amén del profuso derramamiento de sangre, envió a uno de sus oficiales para que, bajo bandera de parlamento, planteara la rendición de los parapetados soldados con arreglo a los usos y costumbres de la guerra.

Aquí queremos consignar detalles del relato del corresponsal en campaña del diario chileno El Mercurio con relación al apremio de rendición dispuesto por Gastó, muy difundido por la prensa chilena más no consignada en los partes peruanos.

Rezaría el texto, en clara redacción militar:

"Señor Jefe de las fuerzas chilenas de ocupación.- Considerando que nuestras fuerzas que rodean Concepción son numéricamente superiores a las de su mando y deseando evitar un enfrentamiento imposible de sostener por parte de ustedes, les intimó a deponer las armas en forma incondicional, prometiéndole el respeto a la vida de sus oficiales y soldados. En caso de negativa de parte de ustedes, las fuerzas bajo mi mando procederán con la mayor energía a cumplir con su deber."

Ignacio Carrera Pinto, persuadido de su dramática situación frente al enemigo superior en número y consciente de su ligazón familiar con el mandatario de Chile, además de saberse descendiente de un prócer, respondió resuelto en el mismo papel de notificación:

"En la capital de Chile y en uno de sus principales paseos públicos existe inmortalizada en bronce la estatua del prócer de nuestra independencia, el general José Miguel Carrera, cuya misma sangre corre por mis venas, por cuya razón comprenderá usted que ni como chileno ni como descendiente de aquel deben intimidarme ni el número de sus tropas ni las amenazas de rigor. Dios guarde a usted".

Bien, continuamos, cumplidas las formalidades de la guerra y estando a la respuesta el mando peruano dispuso la reanudación del ataque que se produjo de inmediato, a pecho descubierto, por hombres en su mayoría armados con rejones, pero nuevamente fue rechazado con las feroces descargas de plomo.

El combate encontró a los adversarios, con el mismo ímpetu, hasta que la tarde alcanzó a la noche; el frío se acentuó, el silencio se apoderó de la plaza y cada bando se apresuró en asistir a sus heridos y a reponer fuerzas. En el ánimo de los chilenos estaba pendiente la esperanza de la llegada de Gana y la salvación. Era cuestión de tiempo, en tanto sólo quedaba continuar la lucha...

A eso de las 7 de la noche se reinició el combate, esta vez los atacantes continuaron disparando contra el cuartel pero avanzaron protegidos por la oscuridad. Finalmente alcanzaron las paredes del recinto. Los hombres del Chacabuco salieron en grupos a repeler a la bayoneta, con lo que lograron hacer retroceder a sus atacantes. Esta acción, repetida en varias oportunidades, pese a lograr alejar a los peruanos de su posición por un momento, les había hecho sufrir bajas en mayor proporción.

Dueños ahora de la posición de la plaza, los atacantes pudieron penetrar a las casas aledañas al cuartel que terminó rodeado. Trepados sobre los techos vecinos y desde distintos ángulos, continuaron disparando contra el objetivo y causando más mortandad entre sus agotados adversarios.

Ya el cuartel chileno estaba soportando sus últimos instantes. Los gritos intimando a la rendición se sucedían. Pero era evidente que aquellos soldados preferirían seguir la lucha, la alternativa de la vida era remota en manos de los guerrilleros. Sabían del rencor que les guardaban.

Para la media noche de aquél fatídico día la mitad de la compañía del Chacabuco había perecido. Los sobrevivientes seguían batiéndose. Entonces, una variante dramática surgió de momento. Fueron practicadas varias aberturas en las blandas pero gruesas paredes de adobe del viejo templo y algunos osados asaltantes que penetraron por ellos treparon sobre el techo de paja y le prendieron fuego; de inmediato el incendio se propagó. Se quería forzar la evacuación del enemigo a campo descubierto.

Lenguas de llamas, avivadas por los atacantes hicieron presa del cuartel y sus precarios ocupantes se agolparon donde mejor pudieron. Carrera Pinto decidió otra salida con objeto de limpiar el perímetro. Al frente de su grupo se abrió paso, avanzando por el frente y los costados del cuartel.



El resto que permaneció en el interior intentaba alejar a los heridos del fuego y detener a los peruanos que ya ingresaban. Fue en estas circunstancias, según versiones chilenas, que el decidido teniente y varios de sus hombres cayeron muertos en acción, el primero por una bala que le atravesó el pecho. No más de dos docenas de hombres combatían desesperados, ahora bajo el mando del subteniente Montt que también resultó muerto. La responsabilidad recayó entonces en el joven Pérez Canto.


Los emisarios enviados para pedir la nueva rendición fueron baleados en el fragor del combate y ello enfureció a los atacantes que consideraron tal reacción como un acto de traición. Los ataques se prolongaron durante toda la madrugada, sin mitigarse y sin que los chilenos se decidieran a presentar bandera de parlamento.


Amaneció finalmente y Pérez Canto se vio obligado a efectuar una nueva incursión fuera del cuartel y sucumbió en su propósito. Dentro del recinto sólo permanecía el joven subteniente Cruz con una docena de soldados y tres cantineras

Por su parte el comandante de guerrilleros, don Ambrosio Salazar Márquez, quien quedó como único responsable militar de las acciones para neutralizar al destacamento chileno, apreció la dilatación de la lucha sin ver nada positivo y decidió dar más ímpetu al ataque.


El coronel Gastó, ante semejante derramamiento de sangre, quiso salvar la vida de los sobrevivientes y exhortó a Cruz a deponer su actitud combativa. Fue inútil, el contagio de heroicidad era evidente. Entonces Cruz ordenó a los pocos hombres que le quedaban salir del recinto para abrirse paso a la fuerza hacia la plaza. En el acto subteniente y acompañantes sucumbieron.

La batalla había concluido.



Los pocos soldados aún con vida no tuvieron más opción que soltar sus rifles entre el llanto desconsolado de las cantineras. Habían sostenido su lucha hasta el final. Se entregaron al comandante que ejercía el dominio del asalto. Pero el oficial peruano no era suficiente para contener la manifiesta y boceada ira de los guerrilleros.

El coronel Gastó y la mayoría de soldados y oficiales del ejército regular se habían retirado poco antes en cumplimiento de órdenes superiores, pues sabía que en la práctica el combate había concluido y era cuestión de poco tiempo rendir a los sobrevivientes enemigos.

Por ello, aproximadamente a las 8 de la noche dispuso que las tropas del ejército regular se dirigieran hacia al fundo Santibáñez, entre Quichuay e Ingenio. El mayor Juan Manuel García, que se esforzaba para que los guerrilleros los tomaran en calidad de prisioneros, impotente finalmente no pudo frenar a los enfurecidos campesinos. Pero los antecedentes eran elocuentes respecto del trato y la reciprocidad.


Todo guerrillero, en su condición de tal, capturado por los chilenos era pasado por las armas, se desconocía el carácter de beligerantes de esos improvisados guerreros, quemaban sus viviendas, saqueaban sus pueblos y ejecutaban a sus padres, hermanos e hijos. Esta vez, decenas de ellos yacían muertos en aquel combate de Concepción. Guerrileros, muchos de ellos que únicamente hablaban el quechua pero que tenían el sentido de lo suyo y la fuerza determinante de la pelea.

Ajenos a toda voz persuasiva se lanzaron sobre los sobrevivientes y ante el horror del vecindario los ultimaron sin contemplación.



El 10 de julio el general Cáceres reanudo la marcha sobre Huancayo para continuar la lucha, pero del Canto ya había evacuado la población con dirección a Jauja, por la cual la capital de Junín fue recuperada por las fuerzas peruanas.


Represalia chilena


En su repliegue, el jefe chileno entró en Concepción y se dio con el dantesco cuadro. Acto seguido ordenó en venganza fusilar a cuanto montonero y residente, sin exclusión de edad o sexo estuviera a mano, incendiar las viviendas y arrasar con el pueblo.


Por iniciativa del comandante del regimiento Chacabuco dispuso que, por el cirujano de la división, los corazones de los cuatro valientes oficiales fueran retirados de sus cuerpos para ser transportados a Lima y posteriormente remitidos a Santiago, donde descansan en una columna de mármol ubicada a inmediaciones de la entrada por la puerta derecha de la Catedral.


El general Cáceres honra al comandante Ambrosio Salazar al citarlo en el parte de guerra sobre los combates de Marcavalle, Pucará, Concepción y San Juan Cruz, publicado en Tarma el 28 de julio de 1882.


Dice en el parte:


“El 10 tuve conocimiento de la retirada emprendida de las fuerzas de Huancayo y la toma del cuartel de Concepción, donde pereció toda la guarnición chilena al brío de los guerrilleros de Comas mandada por el Teniente Coronel provisional, don Ambrosio Salazar”.


Y en cuanto a los vencedores de Concepción expresa:


“Guerrilleros de Concepción, estoy orgulloso de vosotros, y el Perú entero debe estarlo también. Si mi nombre como lazo de unión patriótica ha merecido nuevo lustre por vuestros heroicos e insospechados hechos bélicos, ellos me obligan a proseguir como hasta hoy, en el futuro, por los senderos, a través de todas las dificultades y sacrificios, por sólo el bienestar y dignidad del Perú”.


Parte del comandante guerrillero don Ambrosio Salazar y Márquez:

Comandancia de la "Columna Cazadores de Comas"

Ingenio, julio 10 de 1882- 1p.m.

Señor coronel don Juan Gastó, Comandante General de la División Vanguardia del Ejército del Centro.

S.C.C.G.

Ayer á las diez a.m. dejamos el caserío de San Antonio, á donde arribamos en una sola jornada, habiendo salido de Comas el 8 del que rige, con objeto de atacar la fuerza chilena que guarnecía la ciudad de Concepción. A las 4 p. m. Llegamos á otro caserío nombrado Lastay, que está sobre la expresada ciudad á distancia de tres kilómetros; aquí hicimos alto para distribuir á la fuerza de mi mando, que constaba de 170 hombres con rifles desiguales, las municiones que á costa de muchas fatigas me arbitré en Comas, después del primer combate que libré en dicho pueblo contra una fracción del escuadrón chileno "Yungay", que fue destrozado también por las fuerzas que me obedecían el dos de marzo del año en curso.

US. opinó que la hora era inoportuna para emprender el ataque y que además era necesario saber con fijeza sobre el paradero del señor General Cáceres y su ejército, o de algún movimiento que éste haga contra el grueso del ejército enemigo, que en la actualidad ocupa Huancayo; y que, en consecuencia, era más conveniente en concepto de US. ocupar las alturas de este pueblo, para estar atento á las evoluciones que lleve á cabo dicho señor general y operar en seguida de concierto con ellas .

Yo no quise cejar ni un punto de la resolución que traía desde que salí de Comas, de atacar al enemigo sin pérdida de instante. Viendo el sargento mayor don Luis Lazo, 2° jefe de la columna Ayacucho, que mi propósito era inquebrantable, se asoció á mi dictamen y dijo en voz alta, como á US. le consta, que él me acompañaría en mi empresa aunque sea solo.

Entonces US. me dio el alto y honroso de dirigir el ataque, alegando que no conocía la topografía de la ciudad que, media hora después, fue el teatro de la lucha sangrienta; acepté desde luego tan honrosa comisión inmediatamente me adelanté á tomar el camino que conduce sobre el Morro que sobre sale de la colina que domina Concepción por el este, distante mil metros de la plaza de la ciudad, con la columna de mi mando, el 2° jefe de ella sargento Mayo Uladislao Masías y don Crisanto Meza, quien espontáneamente, me ofreció sus servicios del día anterior en San Antonio.
Una vez que hube llegado al expresado Morro, abrí los fuegos contra los chilenos, que desplegaron en guerrillas en la plaza y en el patio del convento que hacía de cuartel, nos esperaban, á consecuencia sin duda de algún aviso que en ese instante tuvieron de nuestra aproximación por ese lado. Por espacio de una hora sostuve un nutrido fuego de fusilería en esa posición hasta que US., según convenimos de antemano, se introdujese á la ciudad sin ser visto por el enemigo, siguiendo el camino de Quichuay, para llevar á cabo un movimiento envolvente, es decir, para desembocar á retaguardia de los combatientes de la plaza, por la equina de la casa la Sra. Valladares; tomada la retaguardia por US. descendí de frente para tomar el flanco derecho de los adversarios, apareciendo por los portales.

El movimiento se ejecutó sin tropiezo ninguno, los chilenos de la plaza, luego que se apercibieron de ello, se replegaron al cuartel incontinenti; hasta esa hora mis fuerzas no sufrieron más bajas que dos caballos, uno de ellos de mi ayudante, capitán Cipriani (sic) Camacachi. Eran las 6 p.m.

Pocos minutos después, el ayudante de US, capitán Revilla, me comunicó que US. en su propósito de conservar intactas sus fuerzas, en obediencia á instrucciones superiores, se retiraba á las alturas á pernoctar y procurarle rancho á sus soldados. También me participó que el teniente coronel don Francisco Carvajal había sido herido.

A las 6 y 30 p.m. ordené á mis ayudantes Bellido y Camacachi que trajesen kerosene de la tienda de don Daniel Peña, quien minutos antes me dio dos rifles con 50 cápsulas de dotación cada uno, y ofrecióme el aludido combustible si necesario fuera. Los ayudantes no se hicieron esperar mucho, trajeron de 12 á 15 latas de petróleo y procedimos á incendiar el convento, arrojándolo sobre sus techos; opté por esta medida para obligarlos á rendirse o salir de allí para batirse á cuerpo libre; no conseguí mi objeto: los enemigos no cesaron de dirigirnos sus proyectiles por las numerosas ventanas del edificio; Camacachi, que fue uno de los que con más intrepidez cebaba el fuego, perdió la mano derecha de un tiro que los enemigos le asestaron desde su encierro.

Algunos de Concepción, no arriba de once, se pusieron á mis inmediatas órdenes, con sus respectivos rifles, y tomaron parte activa en el combate, fueron los siguientes; Daniel Peña, don Ricardo Cadenas, doctor Santiago Manrique Tello, don Sántos Moreno, don Dámaso Peña, Esteban Alzamora; Marcos Chamorro, Adolfo Coca, subteniente Juan A. Castillo, Ismael Carpio y Mariano Villavisante; de todos éstos murieron en la acción Chamorro y Alzamora. Los enemigos abandonaron el cuartel reducido á cenizas á las 12 de la noche y se refugiaron en el local contiguo, situado al costado izquierdo de la iglesia matriz, dejando en aquel más de 15 cadáveres.

Entonces los nuestros, con ese brío irresistible que desde el principio del ataque desplegaron, los estrecharon en un círculo más reducido; se apoderaron de las paredes de los flancos, de las torres de la Iglesia y de los techos de ésta.

A esta hora se hizo la lucha por de más encarnizada; los oficiales chilenos dentro del salón principal del último local, destacaban fracciones de 6 u 8 soldados, se batían con desesperación y de seguro después de 15 o 20 minutos de sostener con los nuestros nutrida fusilería en total fuera de combate, gravemente heridos o muertos. Los que ocupaban la torre próxima al á última trinchera del enemigo, son los que bajas han ocasionado á éste. Cesaban los fuegos de una y otra parte por intervalos más o menos cortos de tiempo; en esta situación nos mantuvimos toda la noche hasta las 7 á.m. de hoy; á esta hora anhelamos llegar al epílogo del sangriento drama, ideamos hacer forados en las paredes que circundan al cuartel y dar el último asalto.

Concluida la operación de los forados por varias partes y viendo los enemigos que el peligro era inminente, izaron un pañuelo blanco, símbolo de paz; creyendo los nuestros que ya se redirían, avanzaron sin hacer fuego, hasta medio patio, donde fueron recibidos con una lluvia de balas, no sin causarnos numerosas bajas. Esta innoble acción produjo en la fila asaltante la más viva indignación, que arrancó juramentos de un modo unísono para no dar cuartel al resto de los que aún se resistían dentro de los espesos muros de su trinchera. En el acto se abalanzaron 50 hombres al recinto de los enemigos, como una jauría de tigres, y ultimaron á éstos después de una resistencia verdaderamente horrible.

El capitán Carrera Pinto, subteniente Cruz y 9 soldados sacados de trinchera, fueron fusilados en la plaza; los subtenientes Pérez Canto y Montt sucumbieron en el fragor de la lucha dentro de aquella.

A las 9 á.m. de hoy, la función de armas tocó á su término, cuando ya no hubo enemigos con quienes combatir.

En resumen: toda la guarnición chilena de Concepción, de capitán á tambor, constaba de 79 hombres ha sido totalmente exterminada, después de 17 horas de combate casi incesante; además, fueron muertas también dos mujeres de los soldados, de tanto coraje, que en lo más recio del combate, animaban á los suyos en alta voz que continuasen peleando. Ha sido encontrada muerta entre los montones de cadáveres una criatura recién nacida y otra fue salvada viva por don Dámaso Peña; una de las mujeres había dado á luz días antes del combate dos criaturas gemelas. No necesitó recomendar la conducta de los que asaltaran Concepción, ella se recomienda por si misma; fue su divisa vencer y vencieron. Cuentan con más de 40 bajas, entre muertos y heridos, siendo mayor el número de éstos; serán llevados para su curación al convento de Ocopa, donde los padres franciscanos, según carta que tengo á la vista, han improvisado un hospital de sangre.

Los caballos de los vencidos fueron tomados por algunos individuos del pueblo, muy al principio del combate, quedan en poder de mis fuerzas todos los despojos de éste: rifles, vestuario y peroles.

Pocos momentos antes de ingresó US. á la, plaza con la fuerzas de su mando y contuvo con energía los desbordes de los guerrilleros, que, procedentes de los pueblos vecinos, acudieron á última hora en masas considerables. Como US. ha visto personalmente, la mayor parte de los cadáveres están hacinados en el local que ocuparon á las 12 de la noche, en el que se refugiaron al principio del combate, esto es, el convento, hay más o menos 15: en la plaza quedan 13 inclusive lo de los oficiales y dos mujeres.

Elevo á US. este parte con los detalles que escribo, á fin de que por su órgano llegue á conocimiento del general Cáceres, jefe superior para que se entere sobre el espléndido triunfo alcanzado por la columna de mi mando contra una fracción del ejército de Chile que guarnecía Concepción: que aunque tenemos noticia segura sobre su paradero, hasta el momento, pero á juzgar por los días que lleva de camino desde su salida de Ayacucho, debe estar ya cerca del cuartel general del grueso del ejército enemigo (Huancayo) aprontándose para el ataque.

Dios güe á US.

(Firmado) Ambrosio Salazar


Tomado de: Memorias sobre la Resistencia de La Breña del Teniente Coronel AMBROSIO SALAZAR y MÁRQUEZ. Por: Juan P. Salazar / Huancayo 1918.


Cáceres y parte de sus oficiales de la resistencia, la famosa Ayudantina

Las derrotas sufridas por el enemigo dieron lugar para que el comando chileno apurara la retirada de la sierra central, que logró trasponer el puente de la Oroya, que no había podido ser destruido por el coronel peruano Máximo Tafur. De haberlo conseguido la suerte de aquella división chilena ya bastante maltratada se hubiera tornado apremiante.
Cáceres quedó dueño del valle del Mantaro. Estableció su cuartel general en Tarma y se dedicó a reorganizar su ejército. Su objetivo había sido parcialmente logrado. Para enero de 1883 ya contaba con 3,200 hombres instruidos, equipados y disciplinados.

Lo esperaba la jornada de Huamachuco.

Nota respecto a la resistencia de la Breña

Las enseñanzas de estas operaciones con guerrillas fueron aplicadas, más tarde, por el teniente coronel Julio César Guerrero, coordinador del Estado Mayor alemán en el África, en 1916 (Ver)

Créditos y Fuentes:
Bibliografía:
Historia Militar del Perú. Tomo II. Carlos Dellepiane, Teniente Coronel EP de Caballería. Lima, 1931.

El Asalto de Concepción, 9 de julio de 1882; Jesús R. Ponce Sánchez, Huancayo 1965. Segunda edición corregida y aumentada. Talleres Gráficos de La Voz de Huancayo S. A. Julio de 1965

Internet:

Archivo fotográfico peruano Courret
Fotos de libre disposición de fuente chilena

Silueta en miniatura del general Cáceres. Foto del autor.

Montonero a caballo, Acuarela de Pancho Fierro

Jefe Guerrillero. Nota: Este dibujo que pertenece al artista peruano Dionisio Torres con el nombre de Basilio Auqui, famoso guerrillero de la época de la Independencia del Perú, comprende la iconografía simbólica de cualquier guerrillero del Ande Peruano, en especial del Valle del Mantaro durante la Resistencia de la Breña.

Caballería toques de trompeta. Marchas militares belgas; René Gailly CD87 040 - 1993

Royal Marines. El cuerpo de los tambores. The Beat of Battle. Hallmark 303782. Inglaterra

Enlaces
http://www.soberaniachile.cl/norte3_8.html # sub1
http://www.laguerradelpacifico.cl/Campanas 20terrestres/Combate%%% 20Concepcion/parte 20salazar.htm