jueves, 7 de diciembre de 2006

Una casa de la calle de Afligidos



Calle de Afligidos. Leonce Angrand; lápiz; mayo 1838.

Juan Lepiani, Asalto al Morro
Primera cuadra del Jiron Cailloma

A pocos metros de la esquina que forma la calle de la Veracruz con la de Afligidos, una de las del antiguo Jirón Lima, ahora Conde de Superunda, se yergue una casa de dos plantas y líneas sencillas, acaso producto de la influencia italiana del s. XVIII, de las escasas que aún se pueden ver en Lima. El clásico portón abre a un zaguán con patio embaldosado.

La placa de bronce nos dice que se trata del Museo de los Combatientes del Morro.

El Morro, un sencillo sustantivo que es una oración. Para los peruanos cuyo largo litoral patrio presenta notables accidentes geográficos, no dudamos a su sola mención no pueda ser otra que la del Morro de Arica, célebre por la resistencia y holocausto de un pequeño contingente de soldados peruanos que lo defendió con denuedo hasta sucumbir del abrumador asalto de los regimientos chilenos, la mañana del lunes 7 de junio de 1880.

La tropa hambrienta, pero siempre erguida,
no implora una limosna de la Suerte;
es como una avanzada de la Vida
que presenta sus armas a la Muerte... [1]

Entremos:

Restaurada la vieja morada, destina ahora sus habitaciones para museo, fue el lugar del nacimiento y vivienda del coronel Francisco Bolognesi Cervantes y la de su familia. [2]

En el patio, bastante bien cuidado presenta su robusta mole un cañón Voruz, modelo de 1866, como los usados en la defensa del Morro y volados por sus sirvientes en momentos decisivos de la pelea. También otro pequeño de bronce y de avancarga de la fundición nacional de Morales Alpaca. Oleos de militares en hierática actitud, uniformes de fino paño, con los vivos del arma a los lados del pantalón; documentos impresos y hojas a pluma y tinta, objetos de uso personal y menudos otros efectos del dueño de casa. Un libro de esgrima, otro de vieja factura sobre asuntos militares ...

Una sala lleva el nombre del coronel Alfonso Ugarte Vernal. Allí se puede apreciar el magnífico óleo, en toda su magnitud. Visión tremenda la de ese jinete ya en su salto inmortal; es el jefe del batallón Iquique No. 1, lanzado al abismo en su caballo, en una mano empuña con seguridad y confianza la bandera nacional; pero en la diestra, todavía amenazante, alza su sable roto. La hueste contempla asombrada a ese centauro en trance de héroe.





De pronto en un corcel, entre el tumulto
que arrolla el invasor, rápido avanza
Afonso Ugarte; esgrime un meteoro.

Tal en las sombras del dolor oculto
brilla, a veces, un rayo de esperanza...

Es blanco su corcel (cascos de oro y pupillas de Sol).
Rasga la bruma como flecha veloz; y sobre el alta
cumbre, erguido en dos pies, salpica espuma
con relinchos de horror... ¡y luego salta!



Otra sala es dedicada al teniente coronel, Roque Sáenz Peña Lahitte, primer jefe del Batallón Iquique Nº 33. Se ve, entre los reflejos de luz en los cristales de la vitrina, aquél uniforme de general peruano que lució como jefe de línea, en 1905, cuando llegó de la Argentina, su tierra natal, con motivo de la invitación que le hizo el gobierno para la inauguración del monumento al Héroe del Morro, en su condición de ilustre sobreviviente (Ver).

Salas contiguas exponen bustos, uniformes, cuadros, relación de tropas, los amarillentos planos en pergamino de los cañones Vavasseaur de campaña, traídos de Inglaterra por Bolognesi durante el gobierno de Castilla y otros valiosos documentos de aquella acción y sus protagonistas.[4]

Los auténticos sanitarios de la casa, en el último recinto de ese lado, son de loza, propios del siglo XIX, lucen en ellos el monograma con la marca del fabricante. En la sala contigua, de por medio un pasadizo, se exhiben muebles de la época colonial con las armas del halcón bicéfalo de los Habsburgo, los Austrias Menores; en una vitrina finos cubiertos y loza de la casa. Al fondo un pequeño patio y la cocina con una hermosa y robusta estufa de hierro admirablemente conservada con sus hornillos, marmitas, ollas de hierro, depósito de carbón y cenicero; la negra enhiesta y larga chimenea  perfora el segundo piso rumbo al techo.

En la segunda planta, un cristal protege el diorama a escala del Morro con las señales del desplazamiento de los atacantes, posiciones de los defensores y el relieve del campo de operaciones el día de su épica defensa. En la sala inmediata aparecen fusiles Comblain, arma oficial de los chilenos; también Chassepot, Minnie, Winchester, Remington y otras de la varia colección que usaron los peruanos, amén de la munición para servirlos. Bayonetas, espadas, sables, yataganes.

La sala contigua, posiblemente el dormitorio principal, alberga, a mi juicio, el alma evocadora de la casa convertida en museo: pende de una de las paredes el celebrado cuadro, obra del pintor Juan Lepiani, El Asalto del Morro.

Describe con épico dramatismo el momento culminante de la batalla y la muerte del anciano defensor de la plaza. Este valioso óleo produce la necesidad de alguna, aunque pálida, somera mención:

Entre marcos de madera en pan de oro, ocupa gran parte de la pared; es la visión panorámica de la numerosa hueste atacante en su uniforme azul y rojo. En primer plano se lucha cuerpo a cuerpo a la bayoneta. Un puñado de marinos peruanos, de azul oscuro, con su clásica gorra con la pretina bordada donde se lee Independencia, pelea obstinado y confundido, codo a codo, al lado de soldados de línea peruanos en uniforme blanco; se trata de los supervivientes del naufragio de la fragata Independencia, en la escollera de Punta Gruesa la mañana del 21 de mayo de 1879.

Ese resuelto grupo, entonces indefenso por el estado de naufragio en que se hallaba, busca ahora la muerte en tierra. Es un simple puñado de marinos convertido en infantes en su hora postrera, subido en la cima de ese peñasco cargado de arena salitrosa y sangre.

Un soldado chileno blande un fusil tomado por el cañón y se dispone a descargar, resuelto y fiero, el violento peso de su culata sobre la blanca cabeza del anciano jefe de la plaza, quien caído se acomoda en actitud de disparar su revolver, para entonces ya habría quemado el último cartucho, así lo tenía prometido. A su lado y en su torno un tendal de muertos, entre ellos el teniente de navío, don Guillermo More, yace exangüe libre ya de los pesares del inesperado naufragio y la pérdida de su nave, había entregado la vida en tierra como un simple soldado, viste el uniforme de los jefes de la armada nacional, al lado su espada con la dorada dragona.

Un soldado peruano tiene pasado con su bayoneta a un infante del Rancagua, quien mortalmente herido acusa el terrible trance. Cerca, un grupo de enemigos rodea al coronel argentino Roque Sáenz Peña, adherido a la causa nacional, hermanado al grupo de resueltos capitanes que secundaron a Bolognesi en su deseo de defender el Morro. Respetan y protegen la vida del jefe aliado por haberlo ordenado así uno de sus oficiales.

El fin está próximo …


Llueve el plomo, se rasga la bandera,
se destempla el clarín; y roncamente,
la invasión adelanta y adelanta;
y caen los soldados, a la manerade las espigas
cuya altiva frente el granizo quebranta...



La visión de conjunto que se muestra del cuadro, somete el alma, pero más aún el marcial detalle: Vivos colores de soldados enconados en lucha fiera, fornituras de cuero y lona al cinto, correajes enhebillados, cantinas, yataganes, sables dispersos por doquier… esgrima a la bayoneta; por el fondo y de los lados, entre volados cañones, nuevo refuerzo del enemigo sube y flanquea a los escasos defensores; el duro suelo de aquel magnífico peñón se empeña en beber sangre destinada a la inmortalidad.

Al retirarme de esa morada, convertida en museo, hay una impresión en el alma, es la impronta del pasado estampada en la matriz del recuerdo. La casa de la calle de
Afligidos. El largo Jirón Cailloma termina en la cuadra que lleva el curioso nombre de Monopinta. Las intermedias son Argandoña, Calonge, Puerta Falsa del Teatro, Acequia Alta, Villegas.
Calle abajo, el invisible vate me susurra al oído...

El desgarrado grito
del vibrante clarín pregona al viento que la silente paz del infinito
ha bajado también al Camposanto... [6]

[Ver]

Lima, 7 de junio; 2007.

Notas al final de página

Grabados:
El Asalto del Morro. Juan Lepiani. Museo de los Combatientes del Morro de Arica, Lima - Perú
Calle de Aflgidos, apunte a lápiz de Leonce Angrand. 1838. Edt. Milla Batres. 1972

[1] José Santos Chocano, La Epopeya del Morro, I, En Espera. Poema Americano. (Premiado con medalla de oro por el Ateneo de Lima. Lima 1899)
[2] Durante el gobierno que presidió el general Juan Velasco Alvarado.
[3] Obra citada. VI Fin del Asalto.
[4] Con el sello: London Ordnance Works - J. Vavasseaur - South Work St. London S. E.
[5] Obra citada. IV El Asalto.
[6] Obra Citada III Antes del Asalto.

martes, 17 de octubre de 2006

Tienta de utreras

Respuesta a Los del Jaral

Señor de Noblecilla, entrañable marqués y amigo:

Por estos días, de luto y congoja, noticias como la vuestra son linimento y cura para los males. Vaya yo a saberlo y sentirlo. No tengo en mi haber mejores informes que aquellos de la valiente prueba de los jaeneros de nuestra amada Andalucía dando muestras de su coraje sobre los franceses; siempre lo fueron, tanto osados como valientes, no en vano reza el refrán: "Para los toros del Jaral, los caballos de allí mismo" si de alguna forma debemos entender a nuestro pueblo será respetando sus tradiciones. ¿¡Que no se les permita un encierro!?, ¿¡Que quiera limitárseles a esos duros aldeanos de las Alpujarras la dicha de los capotes!? Inconcebible señor mío.

La avanzadilla del general Ballaird, que es la que me aseguran se aventuró por Jaén y alrededores, se hizo presente por Badajoz con dirección a tierras lusitanas, va ya para un mes y ahora me explico la cautela con que lo hizo. Se tiene conocimiento que guerrilleros a las órdenes del tan buscado Juan Martín le habían tendido una emboscada por los desfiladeros de Despeñaperros en Sierra Morena con fuertes bajas para ese invasor. - Dieu le mien, ces paysans terribles!

Por noticias de los sucesos de Bayona, traídas entre tropezones y ocultamientos, he podido conocer que su majestad Fernando, ahora prisionero en Valençy, pasa sus larguísimos días ocupado como siempre con las agujas del crochet dándole a la calceta. ¡Regia ocupación! Que si alguien lo hace mejor, nadie como él. No creo que sea desconocido para Vd. que las cartas de don Manuel Godoy, el defenestrado favorito del rey Carlos IV, son las que me tienen al tanto de estos detalles, gracias a la vieja amistad que nos acerca.

También tengo por conocido que no deja de preocupar a su majestad menudo asunto, aquel de los movimientos del pueblo en su ausencia. Me lo han asegurado, y claro que el motivo de preocupación para tan excelsa persona lo tiene que ser también para nosotros, como que los grandes de España y los primos del rey, sentimos igual desasosiego, no tanto por la presencia francesa, que sí por las llamadas juntas generales, que a la sola insinuación de algún alzado se están formando en todos los pueblos. ¡Pretextos, amigo mío, únicamente pretextos! Pero también por la de aquellos diputados a las Cortes de Cádiz, venidos desde las provincias de ultramar, que los hay del Perú, de Nueva Granada, de Charcas, de La Plata, de Nueva España, con propósitos que para nuestros caros intereses nada bueno habrán de aportar, téngalo Vd. por seguro.

Pero es que el desgobierno y la anarquía, con las que el cielo ha querido castigarnos, no pueden ni podrán evitar al usurpador José I, por más bandos y fusilamientos que se proponga disponer desde Madrid, la justa reacción del pueblo. Este Bonaparte, no sólo es un intruso en nuestra tierra donde con desenfado apoya socarronamente las libertades constitucionales de los reformistas y que algunos aprovechan, sino, que los viejos y bien surtidos lagares de palacio corren peligro de secarse por el inmoderado gasto que hace del buen vino que allí se almacena; amén, como si fuera poco, por pretender secularizar aquella novedad que se la ha inventado de los tendidos de sombra, que por contraparte se deduce haberlos de sol, y este mandato para todas las plazas del reino. ¡Qué desfachatez!

Los liberales, sobre todo los que vienen de ultramar, han terminado por acaparar los principales cargos en las asambleas gaditanas, apoyadas, claro está, por los afrancesados sin disimulo alguno; se asegura que aquella chusma está dispuesta a votar una Constitución tan libérrima como le cuadra a los tiempos. Libertades e igualdades, ¡Qué va! ¡Váyase a saber el esperpento que de allí saldrá!. El cautiverio de sus majestades en tierras vascas, allende los Pirineos, muchas calamidades puede acaecer para España si se prolonga en demasía.

Pero permitidme, muy querido marqués, daros buenas noticias, que también las hay en medio de este embrollo. Preparándonos a la feria del veinticuatro de junio, como acostumbramos los pacenses, he podido, gracias a Dios, reunir las mejores utreras de mi dehesa y llevarlas al tentadero. Recuerdo que hace algunos años tuve la fortuna de teneros como invitado, entonces pudimos alternar con muleta y capote durante todo una semana, y apuramos los tintos jerezanos que tanto gustan a Vd.

Por las restricciones habidas con los pastos, ocupados por las caballadas de las tropas gabachas, bastante estropicio y escasez estamos pasando, pero no lo suficiente para no atender con la pastura necesaria para nuestras reses bravas y cumplir los cometidos legados de nuestros mayores, que fama les asiste habernos formado entre los buenos ganaderos de estas tierras extremeñas. Mi anciano padre aún se da maña para dejar menuda protesta por asunto que no le cuadra en materia de crianza de reses que ataña a la defensa de su divisa. Severo censor el mío que no abandona las faenas del campo, y como cualquier mozalbete cabalga desde temprano arreando reses, con sus peones, desde los pastos a los abrevaderos. Bueno, Vd. lo conoce.

Algunos importantes invitados, de ellos los señores de Villanueva, vuestros parientes y vecinos de Cáceres, deseaban espectar, notablemente nerviosos, a su hijo, vuestro sobrino, el gallardo condecito Ramiro, quien, como cuadra a los novilleros tuvo su oportunidad con el capote, la muleta y una vaquilla. Notables comarcanos asistieron a la consabida tienta. ¡Qué va! El sol, el buen vino y la campiña saben disimular la guerra y todas las calamidades. Bendito sea nuestro suelo.

El joven Ramiro, quien apenas supera los dieciocho abriles, me había solicitado la primera utrera, para el día inaugural. Se la concedí gustoso, dado que a su natural compostura, desenvuelta y segura, se le agrega al mozuelo un talento especial para descubrir la nobleza, bravura y aquellas virtudes que buscamos los ganaderos en las novillas, especialmente utreras, futuras vacas madres con miras a nuestros sementales. Los lances que supo aplicar y su particular destreza nos han permitido observar las condiciones valiosas que anhelamos en nuestro ganado.

La primera que le salió de corrales, una bragada astifina, bellamente armada, buscó alegre los medios a la cita del mozuelo, quien, usando de algunos sencillos lances la llevó al picador. Había que probar su bravura. Percibido jinete y caballo, acudió la hembra arrancándose en largo, y así lo hizo una y otra vez, ausente a los puyazos o pese a ellos; ignoraba la garrocha que la hería sin amenguar su embestida; certificando con esto la casta firme de que estaba dotada, condición importante para engendrar becerros. ¡Bravura amigo, bravura!

Ya colocada en suerte la novilla, nuestro futuro espada fue a su encuentro muy quedo, paso a paso, luciendo un novísimo lance, tan elegante como temerario y que algunos suelen llamarle De frente, por detrás, que tiene de expectante como de pinturero, aprecie Vd.: Con la capa a la espalda le presentó el vuelo por un lado, estando la novilla frente al novillero, luego le cargó la suerte llegado a su jurisdicción para entonces embarcarla en la capa y llevarla toreando con remate hacia fuera, al tiempo que se dio vuelta para, de nuevo, presentarle la tela por el otro lado; así, repitió la suerte las veces que consideró oportuno. Aquí, un desplante. Nuevamente, esta vez con la muleta, en los límites del terreno de la hembra, nuestro jovenzuelo esperó y se dispuso por naturales... estoy seguro que los señores de Villanueva, pese a que quisieran alejar a su hijo de estos afanes, tendrán que habituarse más tarde con un futuro torero que tiene para famoso con mucha facilidad. La condesa mordiscando un pañuelo mal disimulaba su angustia de madre; el conde, atildado y sereno no perdía el trasteo de su hijo.

El condecito quiso ahondar aún más y a las veces que citó acudió pronta la bragada, todo esto en medio del obligado silencio del tentadero, pues sabido es que así lo tengo dispuesto por experiencia de ganadero, con lo fácil que cualquier ruido distrae a las novillas. En esto hay rigor y mucho cuidado. Hasta aquí puedo informaros que tratándose de acometida, búsqueda del engaño, ausencia de brusquedad y marcada codicia, fueron anotados por atributos notables los de aquella hembra, -en registros con el 97- Beltranita. Del lote aquél pocas novillas fueron descartadas, el resto pasó la estima.

Con este breve anuncio tenga Vd. conocimiento, apreciado marqués, de las calidades con que se estrenó, en la tienta de utreras, aquel joven sobrino suyo.

La familia estuvo alojada con nosotros hasta fines de mes. Con algo de cuidado por la situación nos dimos tiempo y, como es tradición, fuimos de montería en busca de perdices y ciervos de los que dimos cuenta.

Hasta aquí llego, amigo mío, me alegra reiterar que durante las festividades pude escoger para madres valiosas hembras que en su momento, de seguro, habrán de parir tan bravos ejemplares como aquellos del Jaral de tan grata recordación y que han dado que hablar por la región. Por estos tiempos el postillón no viene con la regularidad de antes, es posible que esta carta llegue a Vd. con notable retrazo, añadido al que me ha tomado contestaros.

Salúdalo afectuosísimo, vuestro amigo y seguro servidor.

En Badajoz, a los 16 días de agosto del año de 1809.

(Fdo. -) El conde de la Montería

Al señor marqués de Noblecilla y Villanueva, don Felipe Baldetaro e Hinojosa.

Jaén

Los del Jaral



Crónica verosímil de un acontecimiento histórico construida con imaginación no tan desamparada de la verdad

De mi mayor aprecio y consideración, distinguido señor conde:

Nada me place más que daros respuesta de vuestras cartas, que de Abril a Abril, con mensajes de aliento y prosperidad queréis hacerme llegar como obsequioso testimonio de vuestra ya vieja amistad con la que habéis querido distinguirme.

No puedo sino lamentar, como no podía ser de otra manera, a fe mía, la desgraciada suerte de las tropas del rey, nuestro Señor, batidas en franca derrota frente al enemigo invasor, que, como nunca, se ha mostrado fiero y despojado de toda piedad. Las noticias de la caída de Madrid llegaron precedidas de pronósticos agoreros de mala fortuna; y cómo habrá sido aquélla que cuando se tuvo noticia en firme de los hechos, palidecieron las notas vaticinosas y malhadadas de la plebe que en esta parte del país suele ser a la par que supersticiosa de mucha pobreza en asuntos foráneos, pero de un coraje a toda prueba cuando al terruño atañe como a continuación me apresuro imponeros a Vd.

Poco después de los hechos de armas, tan desiguales y que enlutan a nuestra querida España, victoriosa hueste de soldados en aventada francachela y grande vicio, llegó a esta aldehuela de Jaén donde, como bien sabe Vd., nada puede ser peor para el pacífico aldeano -que masculla torvo su encono por la invasión- que le frustren un domingo de corrida. El encierro, como pocos domingos había sido el pasado día de ayer, de los buenos; seis hermosos toros del Jaral esperaban oteando al viento su salida al coso desde los chiqueros donde se apiñaban. Es conocido aquello "del buen ganado el de los hierros de D. Vicente Gómez", pues de su dehesa más de un toro ha hecho historia en los ruedos nacionales. Pese a los bandos de prohibición de toda reunión, la plaza estaba de tope a tope. El cartel atractivo en extremo anunciaba nada menos que a El Navarro, en un mano a mano con Chiclano II. La grita y fanfarria de los asistentes, tan magnánimos al procurarlos, como avaros en prodigar aplauso, atronaban ya los aires en abierta protesta por el retraso.

Las tres y tres cuartos de hora había doblado la mayor de Santa Honorata y el presidente no ordenaba la clarinada que es señal para iniciar el paseíllo… entonces, llegó un momento nada esperado: Lejos de abrirse la puerta de toriles dando paso al primero de la tarde, irrumpió una soldadesca extraña en voces y practicando disparos… engreída de sus recientes victorias apareció ésta, como tengo dicho, por la puerta del Príncipe, aquella destinada a los toreros de postín… y entonces, pasado el inicial sopor por lo inusual del acontecimiento se hizo un silencio que se rompió de pronto al escucharse los aprestos que un baturro, dado a espontáneo, saltara al ruedo navaja en mano y emprendiérala a tajos contra el primer soldado que estuvo a su alcance. Bastó ese acto para que cientos le imitasen y, ¡vamos hombre!, qué espectáculo aquel de ver rodar hombres y chillar doliéndose, que los navajazos blandidos con esa habilidad que Dios ha puesto en nuestros hombres eran de pintura… degollados en un santiamén, soldados y clases rodaban tintos de su sangre, que al correrles a raudales desde sus abiertos gañotes destacaba en sus dólmanes, otrora albos y gallardos. Se inició una persecución por ruedo y tendidos, doquiera el pueblo fiero y amostazado pillaba al odiado enemigo; dábale caza y muerte sin escuchar clemencia… amén de que nada sabe del francés…

Avisado el jefe enemigo de la matanza dentro del recinto, ordenó abrir la puerta grande de un certero tiro de cañón, y voladas que fueron las pesadas tablas lanzó por ellas dentro del corto túnel que salva los tendidos de sombra con dirección al soleado albero, una sección de sus Cazadores a Caballo de dorado casco, botas altas y fulgurante sable. ¡Qué bello espectáculo y qué marciales formas la de esos atletas! Pero, un avisado peón de la plaza, de aquellos amoscados con el contagioso espectáculo, abrió la puerta de chiqueros y pronto irrumpieron en el alborotado ruedo los seis del Jaral. ¡La batahola que se armó allí mismo...!

Como bien sabido lo tiene Vd., carísimo amigo mío, de aquel especial odio que profesa el toro bravo por hombre y caballo, que al momento las bestias la emprendieron sobre las nobles cabalgaduras y destripadas que eran y sus jinetes caídos, embarazados que estaban de sus pesados petos y guanteletes, nuestros bureles alternaban caballos con soldados; alzados guiñapos volaban por los aires, aquellos engreídos victoriosos caballeros que, o bien caían desarmados para ser nuevamente cogidos en vilo, o eran recibidos en el aire para ser ensartados y despedidos con preciso golpe por aquellas reses, de esa bravura heredada por generaciones. Toros lanzadores que empitonaban doquier fuere el lugar que asestaban en esos desdichados.

Un botinero, bizco del izquierdo por añadidura, y codicioso para más datos, había alcanzado a un desarmado y rubio jinete en la tabla de un burladero y le tenía pasado por la espalda y mientras el desdichado alzaba los brazos en dolorosa desesperación el formidable toro había quedado presa de su golpe con hombre y tabla atravesados. Podeos imaginar escenas de las más espeluznantes, y habréis acertado sin lugar a duda.

Como quiera que los poquísimos y maltrechos supervivientes salieran a la plaza dando alaridos, perseguidos por toros y poblada, el regimiento francés, guarnecido en cuadro en el generoso espacio de la explanada de San Nicodemo esperó impertérrito en pasmosa gala y marcial compostura ataque tan singular, y después de la primera y única descarga que alcanzó a disparar fue destrozado por la embestida como si aquellos quinientos hombres hubieran sido gloriosa mata de flores arrancada en vilo por un vendaval. Es pues, señor mío, que la derrota de Pamplona se castigó el domingo en la serenísima plaza de Jaén donde no hay francés vivo para contarla.

Huelga añadir que la tarde fue buena, asueto para los espadas, palmas para el pueblo, palmas para el encierro y pitos atronadores para los pobres godos que a esta hora yacen sepultos en piadosa fosa. Se sabe que el Emperador quedó silente al recibir semejante noticia y en junta de su Estado Mayor, frente a un mapa de operaciones, discute alguna estrategia para la toma de Jaén. No es para menos.

Con la esperanza puesta en esta nota que habrá de llevaros a vuestro corazón de español el natural regocijo por tan extraña como aplastante victoria en las serranías de mi pueblo, me despido de Vd. no sin antes permitirme añadir que si la resistencia que vamos a ofrecer a los invasores se castiga de la forma como ha ocurrido por estos lares y que he narrado para Vd., con algún detalle, muy pronto estaremos nuevamente contagiados del alborozo de traer de vuelta a nuestro amadísimo rey D. Fernando VII, el Deseado, que Dios guarde, y tenga yo entonces la personal dicha de estrechar vuestra mano, mi querido conde, noble amigo y esclarecido caballero.

En Jaén, a 14 de Noviembre del año del Señor de 1808.

(Fdo. -) Felipe Baldetaro e Hinojosa, marqués de Noblecilla


Al Señor Jacinto Villa Gómez y Baldovino, Conde de la Montería
Palacio del Ayuntamiento

Badajoz


A continuación la respuesta a esta
carta:



Al ancla, en Talcahuano




Al abrigo de la bahía formada por la península de Tumbes y la isla Quiriquina, fondeado frente a la plaza de la base naval en Talcahuano de la provincia chilena de Concepción, fijo por cuatro anclas a los tranquilos fondos, se muestra el buque acorazado a flote más antiguo del mundo que aún pasa revista, es el monitor Huáscar, el buque insignia de Grau.

Célebre por las acciones de sus comandantes, a cuales más bizarros, que alguna vez izaron sus estandartes en esa nave, el visitante peruano, chileno o ajeno a la Guerra del Salitre, no puede dejar al subir a su bordo guardar respetuoso silencio.

Es que sobre su cubierta murieron en combate tres comandantes en los días de la guerra, pero muchas víctimas más se producirían en acciones posteriores cuando la gloriosa nave, capturada irredenta al Perú, cambió de bandera y formó parte de la escuadra chilena durante la guerra civil con gobierno revolucionario en Iquique. Entonces permanecería de guardia en ese puerto al tanto de las amenazadoras y rápidas torpederas al servicio del presidente Balmaceda.

Estos son algunos hechos de los prolongados servicios del glorioso monitor:

- Al mando de Nicolás de Piérola, insurrecto contra el gobierno de Mariano I. Prado, se hace a la mar y se bate, en singular duelo, con las naves de S. M. Británica, Shah y Amethyst, en 1877, frente a la caleta Pacocha, en Ilo.

- El arrojo del comandante de la corbeta Esmeralda, capitán de fragata Arturo Prat, muerto víctima de su empeño en la cubierta del monitor, en la bahía de Iquique, el 21 de mayo de 1879 seguido por el sargento Aldea, el teniente Serrano y el guardiamarina Riquelme. La conducta del vencedor Grau con los náufragos y heridos chilenos y la custodia de los mortales despojos de Prat y sus prendas.

- La gloriosa muerte del contralmirante Miguel Grau en Angamos, el 8 de octubre de aquel año de 1879, en el puente de la nave, seguido por su plana mayor, capitán de corbeta Elías Aguirre, teniente 1º Diego Ferré, teniente 1º José Rodríguez y teniente 2º Enrique Palacios, además de clases y numerosa marinería. Se había batido contra las principales unidades de la armada chilena.

- La muerte del comandante Thomson por el disparo de un cañón del Manco Cápac en la bahía de Arica, el 27 de febrero de 1880, sobre la cubierta del monitor.

- Los combates fratricidas en la campaña naval de la guerra civil contra José Balmaceda, 1891/93 que tanto daño produjo a Chile; el monitor estaba del lado de los congresistas.

- Los años de barco carbonero y aljibe en apoyo de la armada chilena.


- La época de la depresión mundial y el olvido del monitor.

- La época de su restauración, merced a los esfuerzos del almirante Pedro Espina Ritchie, jefe del apostadero de Talcahuano, donde la nave había permanecido postrada largos años.

- Su actual condición de Museo.

La Armada de Chile, con regularidad en el tiempo, da escolta al
Huáscar hasta el dique de la maestranza naval de Talcahuano y lo coloca en carena, para limpiar sus fondos y dar la necesaria y costosa reparación a sus largos y venerables años. Efectuado el repaso de casco, cubiertas, cámaras, máquinas y fondos se le devuelve a su apostadero para continuar recibiendo a numerosos visitantes, con la misma escolta y honores que corresponde a una nave que ha traspasado el umbral de la fama. A peruanos y chilenos iguales sentimientos nos recoge. Iguales, perdimos valiosos compatriotas ejemplo de conducta militar.

La Armada del Perú, legítima heredera de las glorias de Grau, de ser devuelto el glorioso monitor al Perú, no podría abandonar esa rutina gracias a la cual pervive la nave en Chile. Pero los tristes días de pobreza material e institucional a la que están condenado al Perú irresponsables y sucesivas administraciones gubernamentales nos dice a los peruanos conscientes que tan preciada gloria podría correr peligro en nuestras manos. Carentes de fondos para su mantenimiento acabaría sus días sin remedio (2006). Peor aún, podría ocurrírsele a cualquier autoridad, que para ahorrar dinero y esfuerzo no debería estar a flote y sin miramiento alguno dispusiera su cruel destino en tierra, en seco y fijo sobre feos molones de concreto, lejos de su elemento y así, vilmente expuesto a la naturaleza y seguro abandono encontraría su pronta destrucción.

Las naves verdaderamente célebres se muestran a flote, como si estuvieran listas para levar anclas para beneplácito de sus herederos. Lucen acoderadas, y son periódicamente mantenidas; es el caso del
Victory, la nave de Nelson, amarrada a un muelle en Portsmouth, y la de otras famosas de todas las épocas, cuyos gobiernos destinan el sostén suficiente para darles el servicio de mantenimiento como un tributo a su invalorable estima.

Asistamos el museo del Real Felipe y seamos testigos del estado de abandono del material y el ningún empeño para salvar de la destrucción a los vehículos blindados que ahí se exhiben a descubierta, para lástima más que admiración de los visitantes (2006). A la falta de recursos, las muestras están sujetas a la improvisación; sin duda, además, a la ausencia de técnica museológica. Mucho de improvisación y el esfuerzo de unos pocos. He allí un ejemplo. No es tiempo de traer al
Huáscar de Chile. Allí está a salvo de la incuria. Peruanos de otra conducta y mejor disposición merecen recibir en el futuro las glorias del pasado.

Yo he visitado al Monitor en Talcahuano. Sentí sobre su cubierta los estremecimientos del combate, ese rumor me persigue dondequiera que me encuentro y escucho de la nave de Grau: bajo la toldilla, desde el alcázar o desde el puente se observa absorto la nave del inmortal recuerdo. Entonces me sentí más peruano que nunca.

Por lo menos una vez en la vida el mahometano piadoso visita la Meca, una vez en la vida todo peruano debe llegar al
Huáscar.

Talcahuano, Chile. Con Dorelly y Faritah a bordo del Huáscar
7 de octubre, 1996

John North, el Rey del Salitre



John Thomas North

Chile y su fatal corolario de la Guerra del Salitre


Cuando la declaración de ir a la guerra con el Perú había sido tomada por el gobierno de Chile, esto es el cinco de abril de 1879, [1] trabajaba ya en las pampas del caliche en Tarapacá un aventurero inglés llegado a esas costas peruanas por el año de 1870. Más tarde el modesto personaje habría de cosechar fama y fortuna sobre la base de la miseria y el despojo de los propietarios y trabajadores peruanos. Por entonces era inminente e inevitable la guerra.

Ayudado por un salitrero peruano en el conocimiento, extracción y explotación del salitre, John Thomas North se habituó pronto con el duro clima cuanto con los detalles del mineral, sustancia cuya riqueza, sustituto de otra, el guano, trocaría muy pronto protagonista de una dramática historia con el fondo trágico de tres naciones en desigual lucha.

Rotas las hostilidades y muerto ya Miguel Grau y los heroicos comandantes del Huáscar, se había de producir el desembarco en las mal guarnecidas, escasamente defendidas y peor avitualladas costas peruanas. Esto fue en Pisagua [2]. Después del bombardeo y posterior descalabro aliado en San Francisco, que dio lugar a la ocupación de la rica provincia litoral de Tarapacá, el jefe de las fuerzas expedicionarias Patricio Lynch [3] tuvo contacto y se percató de la presencia de este inglés con el que conversó y buscó sacar partido. El servicial North, recibió entonces la comisión para equipamiento y suministro de los transportes de guerra, tarea por la que recibió en pago 40,000 quintales de guano peruano, que colocados a buen precio hubieron de reportarle la base de una inesperada y considerable fortuna inicial.

El sorpresivo y adverso resultado de la batalla de San Francisco [4], la inmediata victoria de Tarapacá -inútil en cuanto a la detención de la invasión chilena- y la fijación de la débil línea de defensa de Arica llevó consigo la quiebra del valor de los bonos salitreros de Tarapacá, la mayoría de ellos en poder de peruanos, y, en general, de todos los tenedores de aquellos títulos. El momento se mostraba especulativo. North con la ayuda de su paisano Jeffrey Harvey, convertido ahora en banquero y usando los dineros de influyentes financistas chilenos de Valparaíso, a quienes convenció para el préstamo inicial con el afianzamiento de un consorcio peruano ante los tenedores de bonos en Inglaterra, adquirió, a precio de regalo, los bonos de los salitreros peruanos quienes presionados por el codicioso inglés hubieron de ceder sin remedio.

Entonces North negociando ventajosamente con aquellos individuos en trámite de ruina, se transformó, muy pronto, en el tenedor exclusivo de los derechos salitreros y con ello adquirió el manejo total de la lucrativa industria. Una vez que el gobierno chileno hubo dispuesto la entrega de las oficinas salitreras a los tenedores de los respectivos títulos, la riqueza de la provincia ya no regresaría a otras manos que las del afortunado North. Tampoco Chile habría de gozarla.

Para dar valor soberano al patrimonio, protegerlo y dotarle de potenciales efectos, el flamante financista viajó a Inglaterra y en Londres formó una docena de compañías, subsidiarias unas de otras, con un capital declarado, en 1890, de doce millones de libras esterlinas. Aquellas empresas controlaron la fuerza eléctrica, los comestibles, el aprovisionamiento, los repuestos, los transportes marítimos, los seguros, las agencias de embarque, las faenas portuarias, el agua potable, los ferrocarriles de la pampa, el carbón, los textiles. Con estas empresas no sólo dominó la industria salitrera sino todo Antofagasta y su vecina Tarapacá. En 1888, estas compañías dirigidas por North crearon el Banco de Londres y Tarapacá, independizando el salitre de la tutela bursátil y económica, que aunque disminuida, ejercían los bancos de Valparaíso.

La central del Banco estaba en Inglaterra, su principal agencia en Chile quedó instalada en Iquique. El gerente general de esa entidad en el nortino puerto, capital de Tarapacá había de ser el señor Dawson, quien en la práctica pasó a ser una especie de embajador plenipotenciario de North ante el gobierno chileno [5].

Así, la Compañía de Nitratos de Liverpool, otra de las empresas de North, en momento que los abonos nitrogenados alcanzaban una considerable demanda de una Europa empobrecida por siglos de explotación de sus tierras, de las cuales Alemania y Francia encabezaban la lista, empezó un inusitado auge. Agréguese a esto el importante insumo que representa el salitre en la fabricación de la pólvora, tan demandada en todos los tiempos.

El otrora modestísimo aventurero inglés, arribado alguna vez a las costas de Tarapacá con algo más de 10 libras esterlinas en el bolsillo, inauguraba ahora un imperio personal a cuya cabeza habría de ubicarse por mucho tiempo. Encumbrado desde su modesto oficio de mecánico en Antofagasta hasta el del más opulento del mundo occidental, el Rey del Salitre, como gustaba llamarlo la prensa británica, o el coronel North, como le gustaba a él, convirtió los ricos territorios de Antofagasta y Taltal en un estado dentro de otro estado. Al norte del paralelo 27 era el amo.

Resulta importante entonces dar a conocer, con mayor detalle que el expuesto hasta aquí, los acontecimientos preliminares que finalmente resultaron favorables para este paradigma de especulación:

La consecuente ocupación de Tarapacá y Antofagasta produjo la explotación del salitre por cuenta de Chile; el invasor cobra los derechos de exportación de todas las oficinas chilenas y extranjeras, pues había intereses ingleses entre ellas y hace trabajar las de los peruanos mediante concesiones. Estos en su mayoría empresas inglesas radicadas en Valparaíso. Para los peruanos el procedimiento les resultó fatal, especialmente a quienes bajo el peso de los acontecimientos, optaron por vender sus derechos en la bolsa internacional tuvieron que hacerlo a precios miserables. Chile no mostró interés en la adquisición del rico patrimonio por carecer de una política hacendaria sagaz y de esta forma hacerse para el Estado de todo el crédito peruano. Fuera de las ofertas directas de los peruanos en ruina hecha a industriales ingleses, el resto de acciones quedó entregado a la bolsa de Londres.

En esta situación, desde 1882, John Thomas North asociado con Jeffrey Harvey, con la garantía del Banco de Valparaíso adquirió las acciones peruanas en Londres. Para 1886, North poseía el 40 % de los títulos peruanos puestos a la venta y todas las salitreras que como resultado de su examen probaron un adecuado rendimiento. Compró luego todos los aportes iniciales incluyendo los de su socio Harvey constituyéndose desde entonces en el árbitro salitrero del más alto rango.

Sin embrago, este abrumador auge monopólico, durante la administración gubernamental de un influyente político de la burguesía chilena, se habría de tornar escamoso para North.

Don José Manuel Balmaceda Fernández, miembro de la poderosa clase aristocrática, que aunque liberal en sus propósitos, seguía con molestia y ostensible desagrado el destino y suerte del magnate del Norte, para quien la compañía del nitrato y sus múltiples negocios afines afectaban, además del lucro, un poder creciente sobre los hombres de gobierno al igual que sobre sus numerosos peones y empleados.

Desde la más simple gestión administrativa hasta el nombramiento o reemplazo de funcionarios propios o del gobierno en el Norte, requería de la inexcusable venia del acaudalado, representado por Dawson.

Se glosan los elocuentes créditos que sobre estos extremos ha escrito don Mario Barros van Buren, del servicio diplomático de Chile, en su libro Historia Diplomática de Chile [6]:

"Para mover un empleado público, para empedrar una calle, para decir un discurso, para dictar un reglamento de aduanas, había que consultarle. Los grandes magnates chilenos lo elevaron a su nivel sin la menor dificultad. North se siguió encumbrando por encima de esa aristocracia monetizada que tan humillada se le ofrecía. Su abogado en Santiago, don Julio Zagers, se convirtió en el árbitro de la política chilena. De su "carta blanca" salían los fondos para de las elecciones, las coimas para los empleados difíciles, los regalos para los incorruptibles, los grandes bailes para la sociedad. Las listas de diputados y senadores solían pasar por sus manos, porque los partidarios requerían el "consejo y la colaboración" del gran hombre de la City. Los documentos han echado luz sobre la enorme corrupción que North sembró sobre una clase social que, cegada por el oro, torció una de las tradiciones más nobles de la historia chilena: Su austeridad. Si bien la profecía de don Manuel Montt de que el salitre pudriría las riquezas morales del pueblo chileno no se cumplió en toda su extensión, podemos decir que engendró a una capa social sobre la que descansaba, precisamente, la estabilidad institucional de un régimen y una tradición de mando."

Chile, por lo expuesto, no ejercía soberanía efectiva en el norte calichero por ser predio ajeno o considerarlo así su omnímodo dueño. Allí la voluntad de North era la única valedera.

Impuesto Balmaceda de esta realidad, decidió revertir de alguna forma esta vergonzosa situación, pues estaban sometidas a prueba la soberanía y dignidad nacionales. No resultaba ajeno a su verdadero espíritu que era tiempo de rescatar para Chile el goce total de la riqueza conquistada al Perú y a Bolivia, no con poco esfuerzo y sangre, por vía de la guerra.

Pese a que no inspiraba en el estadista la idea de la nacionalización, por ser un económico liberal, trató de promover un trato igualitario al capital chileno con el inglés para la explotación de la riqueza salitrera del desierto nortino, pero esta política en sus inicios era reducida y sin mayor importancia. De alguna forma a Balmaceda, que había sido ministro de Santa María, también le alcanzaba alguna responsabilidad.

Se redujo entonces su política salitrera a la explotación de los yacimientos no denunciados, la mejora del rendimiento de las empresas lentas o con rendimiento antieconómico. Subió moderadamente los impuestos de exportación para aplicarlos en obras públicas. Es decir, una tímida reacción inicial frente al poderío del británico. Empero, en abril de 1887, dictó un decreto que ponía fin a los certificados salitreros en venta en Londres revindicándolos para el gobierno. Compró bonos salitreros en poder de tenedores europeos por un valor de 1,114,000 libras esterlinas, esto es, 65% del valor nominal de estos derechos con empréstitos que le fueran aprobados por el Congreso. Para 1890, Balmaceda había rescatado para Chile 71; 60 oficinas salitreras que el gobierno peruano había declarado en abandono y todos los yacimientos potenciales de denuncio, descubiertos pero no explotados.

Balmaceda corregía así, junto a su error, el de la política suicida del gobierno de Santa María [7] en estos importantes extremos. Pasó entonces a una clara y activa cruzada. Aunque, el conjunto de patrimonio salitrero rescatado no podía competir con las 21 oficinas de North y su abrumadora maquinaria industrial y económica, si permitía ensayar un trato de igual a igual con el potentado.

Enterado el poderoso minero, en su palacio de los suburbios de Londres, de la campaña abierta por Balmaceda para recuperar el salitre, decidió formalmente que era tiempo de dar la batalla; fletó un lujoso navío de pasajeros, invitó a los más conspicuos periodistas de Europa, y después de veinte años de ausencia de las costas sudamericanas emprendió el largo recorrido de retorno a la fuente de su riqueza original. El despliegue de la propaganda fue de la magnitud que sólo él era capaz de proporcionarse.

Ingresó al Pacífico desde Punta Arenas [8], lejano y pequeño apostadero sobre el Estrecho de Magallanes, donde permaneció algunos días, continuó luego el viaje y pasó de largo Valparaíso, finalmente se presentó en Iquique, allí fue recibido por sus entusiastas trabajadores y las obsecuentes autoridades chilenas, que veían en él, nada más ni nada menos, que al patrón que retorna a su hacienda.

Los gastos por las fiestas que siguieron al acontecimiento corrieron de cuenta de la compañía del nitrato. Es decir, se dispuso que en tanto North permaneciera en Chile todos los gastos de los trabajadores de las oficinas salitreras serían de cuenta de la empresa.

Finalmente, el inglés decidió negociar directamente con Balmaceda en términos pacíficos. Tomando la iniciativa y pensando de anticipado en el éxito de sus planes, pues había embarcado en las bodegas de la nave que lo condujo una fina pareja de caballos de raza árabe y en la bahía de Iquique había hecho descender buzos para rescatar el mascarón de proa de la corbeta Esmeralda, hundida al espolón por el Huáscar el 21 de mayo de 1879, dispuso remozar la pieza, de gran significación para Chile por cuanto representaba la valiente inmolación del capitán Prat; mandó darle un baño con plata de Calama y con estos preciados símbolos de la opulencia y la dignidad nacional dio al ancla en Valparaíso a donde llegó después de un mes de su arribo al continente.

La entrevista de Rey del Salitre con el presidente de Chile fue como era de esperarse, fría y estrictamente protocolar, habida cuenta del temperamento del mandatario chileno y la soberbia del minero inglés. Balmaceda agradeció los obsequios, dispuso de inmediato que los caballos, finísima muestra equina de raza siríaca, se encargaran al zoológico de Santiago, entonces la Quinta Normal, y el rutilante mascarón de la Esmeralda fuera conservado por el Museo Militar. El mandatario chileno con esta resuelta actitud confirmaba su firme propósito de rescatar para Chile la riqueza del salitre. Avisado por este y otros gestos del fracaso de sus propósitos, el inglés dejó el palacio de La Moneda y abandonó las costas chilenas para no regresar jamás.

Poco tiempo después de la partida de North la armada nacional, surta en Valparaíso, se rebeló contra Balmaceda; levó anclas y se hizo a la mar llevando a su bordo a los protagonistas de la insurrección; fondeó en Iquique donde Jorge Montt, cabeza de la revolución, quedó investido de la jefatura de la Junta del Gobierno Revolucionario en campaña, con sede en el antiguo puerto peruano. En respuesta Balmaceda ordenó que los cuerpos leales del ejército marchasen contra los rebeldes.

Había empezado la guerra civil de 1891. El parlamento contra el ejecutivo. Una guerra que habría de resultar más cruenta que su precedente del Pacífico; miles de chilenos perdieron la vida y los daños materiales fueron considerables [9]. Con las batallas de Concón y Placilla [10] terminaron las acciones que pusieron en derrota a las castigadas tropas leales al gobierno. (Ver)

Balmaceda, abandonado a su suerte, depuso el mando en el veterano general Manuel Baquedano González y se asiló en la delegación de la Argentina en Santiago donde después de redactar un histórico testamento, se disparó un tiro el día aniversario de su patria, 18 de septiembre de 1892, fecha que también concluía su mandato constitucional [11].

Reaccionando a la política reinvidicatoria de la soberanía nacional de Balmaceda, la Junta revolucionaria de Iquique, formada por Enrique Maciver, Francisco Puelma, el omnipotente abogado de North Julio Zegers e Isidoro Errázuriz a su cabeza, vendieron muchas de las salitreras que su acción revolucionaria había colocado al alcance de sus manos.

Posteriormente el gobierno de don Jorge Montt, "mal inspirado" en el librecambismo y un Congreso dominado por la alta banca, terminaron la liquidación, dando al traste los esfuerzos de Balmaceda. Al concluir el siglo el desierto de Tarapacá y Antofagasta era chileno en su bandera, sus hijos y empleados públicos endeudados a North, pero ni un gramo de su riqueza pertenecía a su país, que, para ganar su soberanía había entregado la sangre de 20,000 soldados [12]"

North, en su palacio de Londres, recibió con serena satisfacción la noticia de la muerte de su rival a quien habría de sobrevivirlo hasta 1896 y también a sus enclaves en el lejano desierto del Tamarugal y Antofagasta [13]. Había nacido en Yorkshire, Inglaterra, el 30 de enero de 1842.

Una nota especial sobre la vida de este hábil especulador podría significar la bella reja colonial retirada de la Catedral de Lima por las tropas de ocupación, entre otros bienes que fueron presa y botín, y con excepcional buen gusto la hizo colocar a la entrada de los terrenos de su mansión en la campiña de Londres, en Avery Hill, Eltham, Kent, cerca a Londres; dos enormes puertas, donde hasta la fecha, salvo versión en contrario, se las puede ver.


Junta revolucionaria en Iquique, presidida por Jorge Montt, 1891


Notas finales y créditos

[1] La declaración de guerra llevó inmediatamente el bloqueo de Iquique por las corbetas chilenas Esmeralda y Covadonga, al mando de los comandantes Prat y Condell, respectivamente.

[2] Más de 15,000 hombres fueron transportados en numerosos buques convoyados por naves de la Armada. El desembarco en Pisagua tuvo varios intentos frustrados por el fuego de la fusilería de las tropas aliadas, al mando del coronel peruano Isaac Recavarren, parapetadas en los faldeos de los cerros y la costa. Pero el fuego de los potentes cañones de la escuadra y el incendio de los sacos de salitre que se apiñaban en el muelle permitieron, con muchas bajas de los atacantes, el desembarco final y la toma de la plaza. Se había comenzado la ocupación del Perú.

[3] Patricio Lynch Zaldívar, oficial de la marina chilena. Por su conocimiento del idioma chino, el mandarín. que aprendió al servicio de la marina inglesa en la Guerra del Opio, y determinadas otras aptitudes, le fueron encomendadas el mando de tropas de línea y posteriormente la gobernación militar de la Lima ocupada.

[4] El 19 de noviembre de 1879.

[5] Historia Diplomática de Chile, 1541 – 1938, Mario Barros. 1970. Pp. 462/463. España. Ediciones Ariel. Espulgues de Llobregat. Barcelona

[6] Obra citada.

[7] Presidente de Chile en el período 1881- 1886.

[8] En octubre de 1996, en visita oficial por razones electorales, llegué a este lejano puerto austral de Chile. El colorido de los techos de las casas, la vista del Estrecho y por haber coincidido casualmente mi llegada con la fecha de su descubrimiento, me produjeron una especial sensación. El sol se ve lejano por esas latitudes; se muestra la luz aún pasadas las 22 horas. De allí viajé 200 kilómetros al norte, hasta Puerto Natales donde embarqué en una goleta que navega esos fiordos y llegué hasta el ventisquero Baquedano, nombrado así en honor del malogrado presidente. Punta Arenas ha dedicado un monumento al descubridor del paso del Sur, entre los inmensos océanos, Fernando Magallanes, en su plaza principal, donde se yergue en actitud de señalar la Cruz del Sur.

[9] El blindado Blanco fue volado en la bahía de Caldera por acción de los cazatorpederos Lynch y Condell con la pérdida de numerosa tripulación.

[10] Concón y Placilla, jurisdicciones de Valparaíso y Santiago, en ese orden, representan junto con la matanza de Pozo Almonte en Iquique, ejemplos de la crueldad con que se batieron los bandos en pugna. Veteranos de la Guerra del Salitre tomaron armas por ambos lados y quedaron anotados como hechos de armas sin antecedente. Dos divisiones constitucionales al mando, respectivamente, de sus jefes Arrate y Camús (Ver) se vieron forzadas a pasar las fronteras del Perú, Bolivia y Argentina, respectivamente, para salvar la vida y regresar a su patria. La brigada Camús ingresó furtivamente a territorio de la Argentina, y marchó sin ser molestada, desde Salta hasta San Juan, repasando la cordillera por San Francisco para unirse a Balmaceda. La división Arrate, que ingresó al Perú por Tacna, fue desarmada e internada en Arequipa hasta su repatriación en octubre, finalizada la revolución.

Los excesos por ambos bandos fueron notables como execrable el asesinato por tropas gobiernistas de 84 antibalmacedistas en el fundo Lo Caña en las estibaciones cordilleranas de Santiago, acto libérrimo que perpetraron tropas cuyo más alto mando provenía del general Orozimbo Barboza Puga, veterano combatiente de Tacna, Chorrillos y Miraflores y que derrotado en Concon fue asesinado por las tropas vencedoras que mandaba el general Estanislao del Canto Arteaga, otro veterano de la Guerra del Salitre.

[11] En el Museo Nacional que se ubica en la Plaza de Armas de Santiago de Chile, segundo piso, sala de presidentes, se pueden ver los efectos personales y públicos del dañado mandatario; entre ellos el revólver con que puso fin a sus días. La Corporación de TV de la Pontificia Universidad de Chile, en AulaVisual, Nueva Imagen, ha preparado un importante documento fílmico sobre los días del rompimiento de Balmaceda con el congreso y el drama de la guerra civil; ver:

Balmaceda

[12] Obra citada

[13] Intuyendo que pronto el salitre perdería importancia, John North vendió sus derechos. Pocos años después Alemania sintetizaba la urea y gracias a este procedimiento, que alcanzó de inmediato niveles elevados de producción a precio bajo, el salitre fue reemplazado con largueza y las vastas pampas calicheras, el sueño dorado y fortuna del Rey del Salitre quedaron yermas y abandonadas como se puede comprobar hasta nuestros días.

Las campanas ya no doblan por Lima


Esbeltos campanarios de la Catedral de Lima

Palma, al tratar sobre la ciudad de Lima de los SS. XVI al XIX, especialmente este último que le tocó vivir como testigo y cronista, nos remite, en más de una Tradición, a las campanas de las numerosas y venerables iglesias de la capital y a ese ordenamiento de la vida pía y citadina, siempre dispuesta en sus actividades a los golpes del badajo y el bronce.

Buena parte del tiempo de los habitantes del Rímac transcurría a los llamados de las torres -rezago en alguna forma de la costumbre musulmana del almuecín convocando a la oración desde los minaretes- la sonora actividad empezaba desde el amanecer con los maitines para atardecer con el ángelus y de vez en vez, durante la noche, broncos sones echaban al aire aisladas y sostenidas vibraciones del lúgubre toque de difuntos, señal de partida de algún morador que había entregado su alma a Dios después de recibir el Santísimo.

Cuando los juveniles ímpetus de Felipe Santiago Salaverry del Solar (1806-1836), deseoso del asiento de Pizarro, lanzaron a las tropas fuera de sus cuarteles, las campanas doblaron a rebato, esa especie de toque a generala que sirve para llamar a las armas entre la milicia.

Se conoce de viejas crónicas, que cuando la vieja ciudad tomada en revolución, como fue el caso de la entrada por la portada y barrio de Cocharcas del caudillo arequipeño Nicolás de Piérola Villena (1839-1913), aquellos 17, 18 y 19 de marzo del convulso año de 1895, resuelto a despojar por las armas al general ayacuchano Andrés Avelino Cáceres Dorregaray (1833 - 1923) del prolongado gobierno al que accedió después de correr de palacio, a su turno, al general cajamarquino Miguel Iglesias Pino (1830-1909) -cofirmante del tristemente célebre Tratado de Ancón (20 Oct.1883)-; decíamos que Lima, en completo cierrapuertas, convertida en campo de batalla, calle por calle, cuartel por cuartel, los limeños a salvo dentro de sus moradas pudieron seguir el victorioso avance de la revolución provinciana gracias al tañido de los campanarios de las iglesias de aquellos barrios o cuarteles que eran tomados a su paso.

Los bronces por sus peculiares notas, familiares desde muy temprano a los oídos de los vecinos, diferían unos de otros y no cabía duda que aquellos rápidos toques o repiques de una tiple era Cocharcas; las notas severas y broncas, Santa Ana; las pausadas y graves, San Camilo; así, Trinitarias, Santa Clara, Mercedarias, el Carmen hasta llegar a las céntricas y monumentales San Francisco, La Merced, Catedral, San Pedro y San Agustín, amén de Santo Domingo, cuya categoría de templos mayores alzaba la majestad de su alcurnia y sus dobles la soberbia musicalidad que movía al recogimiento y a los más recónditos ímpetus del alma, anunciaban la dirección del ataque.

Fue por aquellos días, cuando al abrigo de la hermosa San Agustín, en la Plazuela del Teatro, calle Teatro, donde Piérola había dispuesto su cuartel, que hacia allí fueron dirigidos los tiros de las baterías de Palacio y que uno de aquellos alcanzó de lleno en la torre que daba sobre la calle Lártiga y puso fin a la célebre Mónica, citada por don Ricardo Palma en su tradición Un virrey hereje y un campanero bellaco. No se ha reconstruido la torre de aquel campanario, ignoramos que exista el ánimo de hacerlo.

Lástima. No sabemos tampoco la razón del silencio de las campanas de Lima, otros ruidos y estridencias las han desplazado; probablemente lo avanzado de la edad de las torres y los sismos haya orientado tal ostracismo. Parte de la personalidad de la ciudad descansaba en el tañer de sus campanas, no sólo para llamar a la oración sino también en ocasión de las grandes festividades o para amanecer independientes cada 28 de julio; entonces, desde las alturas de la Catedral doblaba la mayor anunciando la fiesta nacional, o también por acontecimientos mundanos de alguna significación se echaban al vuelo en concierto campanas y esquilones de todas las torres al empezar un nuevo año.

Los señores del Patronato de Lima, y nuestros alcaldes en quienes ahora descansa la tradición, podrían explicar qué pasa, por qué ese silencio y por favor que ya no pendan ociosos los bronces en indolente inactividad, que regrese ese metálico vibrar, estímulo de la población; después de todo para eso fueron fundidos y elevados a esas atalayas que aún se yerguen severas y orgullosas de su activo pasado.


viernes, 13 de enero de 2006

Las Calles de Lima



Calle de Coca

Una visita al pasado de Lima




Con ese título se hizo público en 1943 un libro que lleva los auspicios de la firma International Petroleum Co. Ltda. Su autor, el poeta José Gálvez Barrenechea (1885-1957), pasa revista a la nómina de las calles de la ciudad, el origen de los nombres y especialmente quiénes fueron sus primeros y más importantes moradores; conviene, sin embargo, que la tarea, de por sí ardua, pueda sin querer ofrecerlo presuntuoso al criterio de los más entendidos, al hurgar en remotos antecedentes y pretender luego conciliar calles con meses del año, dado que el título completo reza Calles de Lima y meses del año, pues sobre el tema bastante se ha escrito, no por muchos pero abundante si como es el caso de Calles de Lima, dos monumentales volúmenes que dedicó a la ciudad don Luis Antonio Eguiguren (1887-1919); la elegante Lima y lo limeño de don Juan M. Ugarte Elespuru; El Romancero de Lima de Montoya; las propias Tradiciones Peruanas de don Ricardo Palma Soriano (1833-1919), que, en lo fundamental, presentan a la ciudad, con aquella personalidad que lamentablemente ya está perdiendo y que le dio particular sello en este lado del mundo.

Como quiera que las fuentes de inspiración invitan a la propia investigación, hemos recogido algunos datos cuyo valor histórico y sentimental estimamos de alguna utilidad. La prosa del notable libro, cuyo título hemos glosado para este artículo, goza del elegante estilo del poeta tarmeño, abogado, jurista y doctor en filosofía y letras por la Universidad Mayor de San Marcos; las ilustraciones que contiene pertenecen al célebre artista arequipeño José Málaga Grenet (1886-1963); constituye pues importante documento para quienes tenemos interés porque, de alguna forma, Lima perviva en sus mejores tradiciones incluyendo las urbanas y arquitectónicas traídas de España, a despecho de la severa deformación que so pretexto de modernidad ha devenido modernismo, que como tal resulta irreflexiva, al consentirla los propios limeños, o aquellos arquitectos urbanistas sin visión del pasado y con peor perspectiva del futuro, al maltratarla.

La ciudad, levantada al comenzar el segundo tercio del siglo XVI, es derruida por el sismo de 1746 (28 de octubre); Superunda la reconstruye y en lo colonial o virreinal es más o menos la que llega a 1940 cuando le acomete el terremoto de mayo (día 24).

Con el paso de los años y la necesidad de ajuste en los servicios de sanidad, agua y fuerza eléctrica gozó de relativa estabilidad después de las obras de expansión urbana de Leguía y Benavides; sufre luego, inexorable y paulatinamente por vía de la demolición indiscriminada, la desaparición de valiosos predios, sin que hubiere importado la calidad de aquellos, su peculiar estilo o tan sólo como elementos constitutivos de conjunto; todo ello contribuyó en menoscabo de su originalidad para cederle paso al fierro y al cemento, fríos y vastos elementos de construcción que, si bien es cierto, permitieron elevar las obras por encima de las sobrias casas de piedra, quincha, barro, estuco y madera, rematadas en fino cornisamento, torneada balaustrada y orientadas ventanas teatinas, jamás podrían superar las alturas del prestigio de aquellas venerables moradas de la vieja Lima.

Al dar al traste con la unidad de estilo que alguna vez la tuvo y que aún se puede apreciar, herencia de la antigua Sevilla, pues sus primeros alarifes fueron aquellos venidos de las orillas del Guadalquivir, hemos renunciado conservar para la posteridad una bella ciudad que llamó la atención del viajero de todas las épocas por la peculiar disposición de sus balcones volados en cajonería y los encajes de sus celosías. En ellos había que distinguir la factura virreinal de la republicana; portones claveteados y postigos con aldaba, acceso a zaguanes embaldosados, jardines ornados entre azulejos, rejas forjadas a fuego y martillo, patios andaluces y tantas otras muestras de la cultura cristiano-morisca o mudéjar que heredó Lima y que pese a los irreparables daños aún puede ofrecer con alguna dignidad.

En este puntual aspecto, cualquier estudiante de arquitectura reconocerá la fealdad que ahora se muestra de la desafortunada interpolación, dentro de la línea estética de un claro estilo limeño, del intruso Bauhaus1, entre otros pelajes; claro intento de remedar acaso las urbes norteamericanas o europeas tocadas de modernidad.

El resultado de todo este inmoderado afán hiere la vista: un conglomerado de formas, acaso único valor, más no el que a su costa se ha sacrificado.

Don José Gálvez, describe la Lima de los 40 de manera singular y a la limeña, es decir, con humor y como chisme.

Contagiados de este entusiasmo agregamos que, trasunto colonial, Lima cobra vida e historia a la sola mención de alguna de sus calzadas: Trapitos, nido y tumba del ilegal amor del malogrado cuarto virrey don Diego López de Zúñiga y Velasco (1561-1564)2. Mayúsculo escándalo causó la muerte de su excelencia en aquella recordada calle, hoy tercera cuadra de la Av. Abancay; un celoso marido, cansado de las impunes cuitas del virrey con su joven esposa, arregló para que sus sirvientes acabaran a costalazos con el enamorado funcionario real, justo cuando abandonaba furtivo, al abrigo de la oscuridad nocturna, descendiendo la escala de seda que pendía desde una ventana de la casa del pecado…

La Virreyna
, cuarta cuadra del jirón Huallaga, en memoria de la condesa de Lemos, doña Ana de Borja y Aragón, sagaz administradora en ausencia de su célebre esposo, don Pedro Fernández Castro, conde de Lemos3, decimonoveno virrey del Perú (1667-1672), ocupado en la sofocación de los comuneros de Laycacota -alzados contra el rey- y fundador de la ciudad de San Carlos de Puno; Mármol de Carvajal, con referencia a la losa infamante que se colocó en la esquina de las calles La Pelota y Gallos, hoy segunda cuadra del Av. Emancipación -ex Arequipa-, que perduró muchos lustros para advertencia de quienes osaran levantarse contra la corona, tal como lo sentenciaba aquella; a su lado, en una picota, se clavaron las cabezas de Gonzalo Pizarro y su maestre de campo don Francisco de Carvajal, el temido por cruel y sanguinario a la par que valiente "Demonio de los Andes", ambos derrotados en los llanos de Xaxicahuana en 1548 por el licenciado Pedro de la Gasca.

Lo moderno, dijimos, devora a lo antiguo, así hoy Manita, Mantequería, Comesebos, Pileta de Las Nazarenas y Huevo abren su perspectiva sucia y bulliciosa, cargada de humo y ambulantes con el nombre de Av. Tacna.

El ciudadano de los años 40 evocaría con nostalgia, no cabe duda, cuando subido en un automóvil de alquiler ordenaba, por citar una calle "... a Rastro de San Francisco" el conductor partía raudo de Arrieros (1872), después Pacae (hoy calle del cine Metro), por Encarnación, Pando, Divorciadas, (también General Castilla), Filipinas, Coca, Bodegones, Gradas de la Catedral, Pescadería (Prefectura, en 1858), giraba a la derecha al finalizar el trayecto de lo que conocemos como jirón Carabaya y llegaba a su destino Rastro de San Francisco, segunda cuadra del jirón Ancash, calle de cueros y calzados que desde la colonia albergó en sus inmediaciones un camal, esto es, tarea de matarifes de donde tomó el españolismo nombre de rastro.

La nomenclatura urbana de entonces había seguido el remoto origen de los acontecimientos notables, como es el caso de la calle Huevo, quinta cuadra del Av. Tacna, después que los vecinos atribuyeron a la catástrofe de 1746 un pollo nacido con dos cabezas; Ya parió, tercera cuadra del jirón Cañete; Divorciadas, también llamada General Castilla, o la Calle del General donde, con paciencia franciscana se está reconstruyendo la casa del Gran Mariscal don Ramón Castilla Marquesado (1079-1867) esquina con Higuera, segunda cuadra del ex jirón Cusco.

Es en la calle de las Divorciadas donde se fundó, posiblemente por obra pía, un establecimiento para recoger y dar vida ordenada y cristiana a las prostitutas y por eso se le bautizó rescatadamente con ese eufemismo.

La fauna también ha prestado nombres a numerosas calles, de ellas Pericotes, segunda cuadra del Av. Arequipa (hoy Emancipación); Gato 4, el antiguo Callejón de Gato, cuarta cuadra del jirón Azángaro, famoso por el hospital y casa de retiro de los frailes jesuitas -contiguo al majestuoso templo de San Pedro- cuando aquellos sacerdotes, llegada la ancianidad valetudinaria, eran retirados allí en sus meditaciones en tránsito a la otra vida; el dicho limeño "Está para el gato" es que adquiere significación desde entonces; Pejerrey la segunda cuadra del jirón Jauja, calleja de sabor andaluz, otrora, en tiempos de don Ambrosio O’ Higgins, Marqués de Osorno, trigésimo sexto virrey del Perú (1796-1801), punto de reunión de artesanos de bellas monturas, jaeces, reatas y aperos de mulas tucumanas y de cuanta acémila trotaba por los barrios altos; Borricas, segunda de Cajamarca; Caballos, sexta de Huancavelica.

No menos eufónicos y sonoros resultaban Bodegones, Escribanos, Espaderos, Botoneros, pues anunciaban los gremios, aquellas instituciones de raigambre y presencia en esos tiempos; Mantas, Coca, Filipinas, Banco del Herrador, Carrera, Beytía, Zúñiga; Padre Jerónimo, allí, en la esquina con Huérfanos (hoy Azángaro y Puno) precaria levanta aún la casa natal del General Felipe Santiago Salaverry (1806-1836), el vencedor de Uchumayo y vencido de Socabaya; Pando, séptima de Carabaya, en la que hoy funge de galería tuvo su residencia don Augusto Bernardino Leguía y Salcedo (1863-1932), recordado por su largo gobierno, la expansión de Lima hacia Miraflores, la construcción del camino que conduce a ella (entonces Av. Leguía, hoy Arequipa, después de la revolución de Sánchez Cerro) su inclinación por el nepotismo y paradigma también de los males que pueden corromper a quienes toman gusto por el poder.

Corcovado
, cuarta de Emancipación donde todavía está la mansión colonial, que destaca por las bellas ventanas con flores de rosal forjadas delicadamente en hierro, propiedad del General Mariano Ignacio Prado Ochoa (1826-1901) vencedor el Dos de Mayo de 1866 y ausente voluntario en horas difíciles para el Perú (1879); Milagro, cuarta del jirón Ancash, morador de esa calle donde vivió hasta 1903 el fundador del movimiento demócrata, conductor de la hacienda pública en tiempos de Pardo, el protagonista del Combate de Pacocha contra los ingleses, y dos veces Presidente la República, sobre cuyos hombros descansó la responsabilidad de la desafortunada pero valiente defensa de Lima (13 y 15 de enero de 1881), don Nicolás de Piérola Villena (1839-1913); Lescano, allí convertida en museo se ubica, restaurada, la vivienda del Gran Almirante Miguel Grau Seminario (1840-1879), ejemplo del honor y la vergüenza militares; Afligidos, primera de Camaná, allí está el Museo de los Combatientes de Arica; es la restaurada casa natal del Héroe del Morro, quien convencido de su muerte en vísperas del asalto chileno, en breve pero elocuente carta instruye a su esposa para que rechace todo intento para su posible ascenso póstumo, por considerarlo impropio de la conducta del soldado que muere por la Patria, y al despedirse reitera que se respete su grado de coronel. El que le ha conferido un pasado gobierno es producto de la contrariedad y luce forzado cuando no irrespetuoso "Coronel Francisco Bolognesi Cervantes, Gran Mariscal del Perú".

Hay en las calles de Lima mucho de tradición, un pasado romántico y un hálito de nostalgia.5

Iglesia de San Francisco. Manuel A. Fuentes, Lima, 1867




Aquí, en este espacio, gloso un interesante artículo sobre Lima y una histórica calle o callejón. Lleva el título de
Cruz y ficción6
"Antes no existía la calle que une la Plaza Elguera con la Iglesia La Recoleta, tampoco la que está al costado del Hotel Riviera. Todo esto se llamaba el Callejón Largo: un pasaje ancho y oscuro en donde la gente formaba la resistencia, se agrupaba. Lo que hacía era simplemente esperar a que algún soldado chileno pasara por ahí, le tendían una emboscada entre varios hasta acabarlo a golpes. Recordemos que esa esquina de la ciudad era entonces los extramuros de la ciudad de Lima. Allí acababa todo. Era tierra de nadie." "Habiéndose repetido los asesinatos, dice el escritor Carlos Benvenuto, en 1932, el gobernador militar Patricio Lynch quiso suprimir estas manifestaciones de la indignación popular contra los invasores de una manera radical. Para eso se apresó a varios sospechosos de esos barrios que fueron fusilados unos junto a la tornería de don Carlos, el alemán y otros en la pared fronteriza ya para entrar en la calle de Bravo. Clavadas en lo alto de la pared, dos cruces que empéñanse los pintores ramplones en cubrir con pintura al temple, recuerdan tan luctuosos sucesos. La palabra linchar nació allí
(Inexacto. Nota del compilador). El dictador chileno quinteó, es decir, fusiló uno de cada cinco, a los poblad ores de los alrededores durante tres eternos días. La protesta del cuerpo diplomático, por supuesto, no se hizo esperar. Pero Lynch no se detuvo. Solo lo hizo cuando entendió que nadie se iba a presentar a confesar: leyes de la resistencia, que les llaman."

Calle de Aldabas. Lápiz de Leonce Angrand, Lima, 1832

Notas al Final

De los grabados:

Calles de la Coca y Bodegones. S. XIX. Lima.- Manuel Atanasio Fuentes.- Bco. Industrial del Peú. 1966.

Palacio de Torre Tagle. Foto. S. XIX. Lima. - Manuel Atanasio Fuentes.- Bco. Industrial del Perú. 1966.

Templo de San Francisco. SXIX. Manuel Atanacio Fuentes. Obra citada.

Calle de las Aldabas. Apunte a lápiz de Leonce Angrand. 1832

1 Estilo de marcada tendencia funcional, inspiración del arquitecto alemán Walter Gropius (1883-1969). El estilo de la Bauhaus se caracterizó por la ausencia de ornamentación en los diseños, incluso en las fachadas, así como por la armonía entre la función y los medios artísticos y técnicos de elaboración. Fachadas largas, armónicas en sus pisos, con profusión de cristales en amplios ventanales.

2 Fundador del célebre pueblo de Zaña, en Lambayeque.

3 Se conoce de este virrey su natural piadoso, escuchaba todas las misas incluyendo la del amanecer llamada misa parva. Barría la iglesia de Los Desamparados, contigua al palacio. Sus haberes iban a las casas de hospicio y a los asilos. Su corazón está guardado en un cofre en la Iglesia de San Pedro.

4 Por el oidor de la Real Audiencia D. Francisco Álvarez del Gato.

5 El artículo original fue publicado en Ultima Hora, en febrero de 1992. Posteriormente ha recibido enmiendas y añadidos, proceso que por lo visto no acaba.

6 El Dominical.- El Comercio.- 9/6/02. Pág. 13.