lunes, 3 de diciembre de 2007

Los motivos del Doctor Francia





Esbozo de don José Rodríguez Gaspar de Francia,
prócer y dictador del Paraguay (1766 – 1840)




Singular nos resulta en la historia de América Latina la épica etapa de la formación del Paraguay, concebida durante una agitada vida al calor y abrigo de sus extensas tierras del Chaco Boreal y del Gran Chaco, allí donde crece la hierba mate y canta el pájaro Chogüí.

Es el español Domingo Martínez de Irala, enrolado dentro de la expedición de don Pedro de Mendoza, el fundador en tierras guaraní del fuerte Nuestra Señora María de la Asunción en 1537 a las riberas del Paraguay, escasamente dos años después de la fundación de Lima por Pizarro a orillas del Rímac, pero el de Irala debería contener la arremetida de los carios, aquellos bravos señores que igual de hábiles eran con la flecha que temibles por su antropofagia.

Asiento de pocos pero acomodados estancieros la vida en los pastizales, entre los caudalosos Paraná y Paraguay, discurría con el sólo apremio de la cría del ganado, el cultivo del tabaco y la yerba mate que Dios había dotado en abundancia a ese territorio donde por último todo lo demás estaba dado.

Don José Rodríguez Gaspar de Francia nació en Asunción en 1766 y moriría en 1840, hijo de un capitan portugués del arma de atillería y de una distinguida dama asuntina, pero antes el célebre jurista, gobernando en triunvirato en 1811, en consulado en 1813 y en magistratura unipersonal desde 1816 hasta su muerte, ejerció una dictadura despótica durante la cual cerró por cerca de treinta años el Paraguay al mundo, sin permitir el españolismo ni el porteñismo que acusaban marcada influencia en los destinos de la nación.

Es también la época de otro famoso dictador, don Juan Manuel de Rosas, el rico estanciero y poderoso gobernador de Buenos Aires, fundador de la Confederación de las Provincias del Río de la Plata, con el que Francia se enemistaría. Este singular caso de aislacionismo tiene parangón cuando el Gran Shogun aisló también al Japón, hasta que en 1853 el comodoro norteamericano Matthew Perry, bajo la amenaza de los cañones de su flota apuntando al puerto de Yokohama abrió al mundo las herméticas puertas de Yedo (Tokio). Al mediar el siglo XIX el mercantilismo no admitía puertas cerradas.

El Doctor Francia, resuelto y con mano firme no permitió ingerencia alguna en los asuntos externos y tampoco en los internos. Mantuvo una neutralidad a toda prueba. Prohibió la salida de los naturales, salvo en contadas ocasiones y con excepcionales permisos; tampoco el ingreso a los extranjeros, por lo que no tenía acreditado agente diplomático alguno. El autosostenimiento y la no dependencia eran las metas de aquel férreo conductor.

Odiado con especial ensañamiento, pero a despecho de esos sentimientos mantuvo sus propósitos frente a la reacción, crédulo de su poder al parecer omnímodo sin permitir ni permitirse atisbo de temor ni contemplación.

Eran los claros propósitos de su política, acabar con la influencia de España, con la proveniente del lado argentino y la del brasilero, verdaderas amenazas; dejar de lado la poderosa ingerencia católica al frente de la cual se erigió Francia como cabeza de la iglesia, que le valió la excomunión papal; la introducción del laicismo en la instrucción pública, la insurgencia de la clase criolla en los destinos de la nación y la toma de las vastas propiedades de la iglesia, amén del encarcelamiento y muerte de quienes eran acusados de oposición.

La leyenda negra alimentada por los europeos, y sus poderosos adversarios internos, no pudo empero descartar que José Gaspar Rodríguez de Francia, Supremo Dictador del Paraguay, encarnase la notable figura del proceso histórico de la Independencia hispanoamericana de principios del XIX. Aislado sin remedio, en el Chaco, encabezó el desarrollo autonómico de su país. Se había retirado de la confederación de las provincias del Río de la Plata proclamando "El Paraguay no es patrimonio de España, ni provincia de Buenos Aires" y defendió esta postura con tesón irreductible. Esta política había de preservar al Paraguay de los avatares de las guerras civiles que afligieron a las otras flamantes repúblicas emancipadas de la América Española, de ellas el Perú y sentó las bases de una singular sociedad sin latifundios ni terratenientes, con fuerte presencia del Estado en empresas, estancias y servicios que primó con insospechada pujanza durante los casi treinta años bajo su vigilante mirada de benévolo dictador perpetuo.

El escritor, también asuntino, Augusto Roa Bastos ha descrito los desatinos del doctor Francia con apasionamiento en su libro Yo el Supremo.

Empero, en ese dilatado interregno, que sería motivo de alzamiento y sofocación, Francia elevó las condiciones materiales de la nación. Una sólida infraestructura, donde fundiciones y almacenes modernos y bien dotados aseguraron la producción civil y militar y el abastecimiento que marchando a la par con una agricultura racional y un comercio en igualdad de condiciones hizo del Paraguay modelo de progreso en América, sin dependencia foránea. Un ejemplo que Inglaterra no estaba dispuesta a tolerar.

Años después de su muerte el nuevo y también singular mandatario del Paraguay, el mariscal Francisco Solano López debe confrontar la guerra contra la Triple Alianza, que le declararon Argentina, el imperio del Brasil y el Uruguay, una guerra de exterminio que terminó en 1870 con la derrota de Solano López en la memorable jornada de Cerro Corá donde perdió la vida. Con él había sucumbido también gran parte de la valiente nación paraguaya forjada en el yunque del doctor Francia.

Don José Rodríguez Gaspar de Francia, letrado graduado en derecho civil y canónico por la Universidad de Córdoba de Tucumán, devoto de la Revolución Francesa, lector perspicaz de Voltaire, de Rousseau y el enciclopedismo francés, poseía la biblioteca más grande de Asunción. Anticlerical, xenófobo, tirano y propugnador de la autarquía económica, empero fue el fundador de la nación paraguaya. El padre de la patria. Un nacionalista a ultranza.

jueves, 11 de octubre de 2007

El ocio de don Tobías

La Alcazaba de Almería, Andalucía, España


Pretextos para crear...


El ocio no lo había sido tal: de tanto sufrirlo le indujo hurgar el fondo de la hucha, allí donde almacena y tiene acción el recuerdo, no fuera que su seno escondiese furtivo valor.

Tampoco la lectura producíale el estado de absorción puesto que pretendía conseguir algo en tiempo dedicado a la nada, pues de inacción se trataba; mas bien resultábale pretexto para inducir ideas y pergeñar recuerdos…

Dejando correr la pluma, a fuer de entusiasmo que de ciencia, escribió algunas líneas que intentando poner en ellas algo de inteligencia consiguió, por el contrario, la mar de confusión.

De los recuerdos, aquél cuando Tobías, que por tal se conocía a nuestro biografiado, hijo menor de un hortelano urcitano se presentó presuroso a clases calzando las toscas y ruidosas abarcas de madera que solía gastar en las faenas del campo, que más le valiese la vergüenza de mostrarse así que perder un solo momento de conjugación y retórica, ¡Qué lata hombre, qué lata!

Si en algo podía confiar, aunque con graves dudas, era en su habilidad para escribir y hablar nacida de la necesidad de vencer la tradicional y extendida inopia de la comarca ejidense. Habíale surgido de pronto –como suele ocurrir por la gracia de Dios- el extraño deseo de conocer los secretos del habla y los fundamentos de su terrible gramática –para los más un verdadero sacrificio- y preñado de ese entusiasmo jamás dejó de asistir a cuanta clase impartía el maestro Antón en la escuelita de El Ejido, lloviere, tronare o encumbrando las colinas de pastura -cuando las reses bravas lo eran aún más en tiempo de celo- pudiérale significar desgracia. Pues no, ¡Qué va!, llegaba a tiempo y ya en plaza desde su asiento en la primera fila, muy atento, aplicaba los sentidos con esa fijeza propia de los posesos.

Tobías era todo un señor, al menos lo parecía, circunspecto hasta cuando los desbordes del entusiasmo fatigan a cualquier prójimo, eran éstos improbable motivo para cambiar aquel temperamento que le celebraba el pueblo. El ignoraba o mal disimulaba que gozaba de ese prestigio atado, claro está, a las demás virtudes que adornan a un caballero que para tal se pintaba singular.

Alguna vez que tomado lugar en la platea del teatro de Almería espectaba la zarzuela de temporada, vínole irrefrenable deseo de cantar siguiendo la voz del tenor, sosteniéndola más allá de los esfuerzos del propio artista. Menuda sorpresa la de los espectadores que sin atinar a protesta alguna o absortos en ese desafuero de don Tobías quedaron empero gratificados con una estupenda voz.

Murió viejo y cargado del entusiasmo de siempre que todo hacía ver –pues así lo parecía- que la emprendería mejor en su nueva vida.


- ¿Será bueno el ocio?





domingo, 27 de mayo de 2007

La protesta de un bibliotecario



Tropas chilenas ingresan por el jirón de La Unión


Cómo se produjo el despojo de la 
Biblioteca Pública de Lima




Enero 17 de 1881, es miércoles, al día siguiente Lima estará de aniversario, 346 años de su fundación española pero es probable que no haya celebración. El jirón de La Unión, aquella serie de calles que resumía en dos palabras el atildado buen gusto de sus numerosas tiendas de moda, la confitería de Broggi & Dorca y las tertulias musicales en el Café Concert que sabían de la bohemia y elegancia, ofrecía aquel día por la tarde un sombrío y triste espectáculo: tropas chilenas desfilan por su calzada rumbo a la Plaza Mayor para alcanzar su objetivo en el Palacio de Gobierno.

Eugenio Courret, el fotógrafo francés, tocado con su clásica gorra asoma al retorcido balcón de su estudio al estilo Art Noveau; había dejado de imprimir hacía varios días en placas de vidrio los retratos de la selecta concurrencia que solía acudir a su estudio de la calle de Mercaderes; la gente no está para fotos, el cierrapuertas es general y cientos de banderas extranjeras se muestran en las puertas de los establecimientos y en los balcones.

Tropas de élite en correcta formación marchan acompasadas por los redobles. El rítmico golpe de los calamorros de la infantería sobre el empedrado de la calzada repercute multiplicado como otros tantos dolorosos golpes en el pecho de madres, ancianos y niños. La juventud de Lima y del Perú entero, lo mejor de su patrimonio, yace en los cálidos y lejanos arenales de San Juan y Miraflores. Hay luto por doquier.

En la mirada de los vencedores se muestra la expectación por las horas venideras; en sus rostros, donde se refleja la huella de la cruenta pero cara victoria que acaban de conseguir se deja traslucir, sin embargo, el asombro que les produce penetrar en una ciudad exótica, silente como un sepulcro, ornada de balcones y celosías a las que sin ser vistos asoman miles de ojos. Ojos acostumbrados, otrora, al fasto de los virreyes y a sus triunfales ingresos.

De muchas casas penden banderas y escudos de las más diversas nacionalidades. Se presenta Lima a los ojos de los soldados del sur como una ciudad de embajadores. Flaqueza del momento: a la raza le acometen grados de exultación pero también le sacuden temblores. En un intento de escudar la nacionalidad humillada y en peligro, bajo el subterfugio de la renuncia de su identidad, muchos buscan amparo en ese recurso. En el local del diario El Comercio se ha izado la bandera de Colombia para significar que sus dueños se amparan por la nación de origen de uno de sus propietarios, el señor Aurelio Miro Quesada procedente de la provincia de Panamá.

El cierrapuertas tradicional es completo; portones y postigos asegurados, las calles solitarias. Solamente algunos perros acompañan jadeantes y animosos a la hueste guerrera que después de salvar las cuadras del céntrico jirón de La Unión hace su aparición en la plaza principal para detener su marcha en la calzada, frente a la Casa de Pizarro, en Cajones de Ribera, como se llama la calle donde abre su puerta Palacio de Gobierno. Separada la tropa para guarnecer la vieja sede, el resto se dirige sobre los locales que la inteligencia chilena ha determinado para acomodo del grueso del ejército de ocupación, que llega paulatinamente.

La Universidad Mayor de San Marcos, la Escuela de Artes y Oficios, la Municipalidad, el cuartel de Santa Catalina, el de Barbones, la Pólvora, antiguos predios del ejército; casas y cuadras de particulares, de ellos la fábrica de sodas La Pureza, de R. J. Barton y otros muchos imprevistos hospedajes dan cupo a la mayor concentración de tropas, equipo y acémilas que hasta entonces había soportado Lima.

La Exposición, el vasto edificio inaugurado por el presidente José Balta para la Muestra Americana de 1872, queda convertida en un inmenso hospital. Muchos batallones íntegros levantan sus tiendas de campaña en espacios abiertos o en medio de los jardines. Lima de pronto se ha transformado: piezas de artillería con sus armones y todo el aparato de guerra que acompaña al invasor se muestra ahora en calles y parques; acémilas de tiro, carga y montura; carros con el bagaje y las ambulancias de campaña.

En la plaza mayor, unos cuantos cuerpos de esas unidades hace su entrada en Palacio de Gobierno, el resto se reparte como tenemos dicho y también una compañía hace su ingreso en la Biblioteca de Lima, como se la llamaba, cuyo Director desde 1875 era el coronel don Manuel de Odriozola.

Pocas semanas después el señor de Odriozola recibe la visita del coronel Pedro Lagos Marchant, el fiero y envanecido combatiente y destructor de la nación mapuche en Malleco; el asaltante del Morro de Arica y ahora comandante en jefe del ejército de ocupación de Lima. Pide al director de la biblioteca visitar el local, a lo cual accede el director llevándole por salas, oficinas y depósitos. Al finalizar el meticuloso recorrido, el militar pide las llaves al bibliotecario quien es reacio a dárselas; finalmente no le queda otro recurso que ceder a esto que se convierte en requerimiento y apremio.

El destino de los libros de la biblioteca ya lo hemos descrito en sendos artículos: La Biblioteca Nacional y la tesis del botín justificado (Ver) y La Lista de Domeyko (Ver) siguió la suerte del saqueo, por lo que Odriozola se dirigió al cónsul norteamericano, en una carta fechada el 10 de marzo de 1881 dirigida a mister Christiancy, ministro de los Estados Unidos en el Perú, en la esperanza que en algo pudiera intervenir, pero sabemos que fue inútil este propósito.
Este es el tenor de aquella carta que releva de comentarios:

Lima, marzo 10 de 1881

El infrascrito, director de la Biblioteca Nacional del Perú, tiene el honor de dirigirse a V. E. pidiéndole haga llegar a conocimiento de su gobierno la noticia del crimen de lesa civilización cometido por la autoridad chilena en Lima.

Apropiarse de bibliotecas, archivos, gabinetes de física y anatómicos, obras de arte, instrumentos o aparatos científicos, y de todo aquello que es indispensable para el progreso intelectual, es revestir la guerra con un carácter e barbarie ajeno a las luces del siglo, a las prácticas del beligerante honrado, y a los principios universalmente acatados del derecho.

La biblioteca de Lima fue fundada en 1822, poco después de proclamada la independencia del Perú, y se la consideró, por los hombres de letras y viajeros ilustres que la han visitado como la primera entre las bibliotecas de la América Latina. Enriquecida por la protección de los gobiernos y por obsequio de los particulares, contaba, a fines de 1880, muy cerca de cincuenta mil volúmenes impresos, y más de ochocientos manuscritos. Verdaderas joyas bibliográficas, entre las que no escaseaban incunables o libros impresos durante el primer medio siglo posterior a la invención de la imprenta, y que como v. E. sabe son de inestimable valor -obras rarísimas hoy, especialmente en los ramos de historia y literatura. Las curiosísimas producciones de casi todos los cronistas de la América española, y libros regalados por los gobiernos extranjeros, entre los que figuraba el de V. E. con no despreciable contingente; tal era señor ministro, la biblioteca de Lima, biblioteca de que con justo título estábamos orgullosos los hijos del Perú.

Rendida la capital el 17 de enero a las fuerzas chilenas, transcurrió más de un mes respetando el invasor los establecimientos de instrucción. Nadie podía recelar, sin inferir gratuito agravio al gobierno de Chile, gobierno que decanta civilización y cultura, que para él serían considerados como botín de guerra los útiles de la universidad, el gabinete anatómico de la escuela de medicina, los instrumentos de las escuelas de artes y de minas, los códices del archivo nacional, ni los objetos pertenecientes a otras instituciones de carácter puramente científico, literario o artístico.

El 26 de febrero se me exigió la entrega de las llaves de la biblioteca, dándose principio al más escandaloso y arbitrario despojo. Los libros son llevados en carretas, y entiendo que se les embarca ron destino a Santiago. La biblioteca, para decirlo todo, ha sido entrada a saco, como si los libros representaran material de guerra.

Al dirigirme a V. E. hágole para que ante su ilustrado gobierno, ante la América, y ante la humanidad entera, conste la protesta que, en nombre de la civilización, de la moral y del derecho, formulo.

Con sentimientos de alta consideración y respeto tengo el honor de ofrecerme de V. E. muy atento servidor.

Manuel de Odriozola



Coronel don Manuel de Odriozola (1804-1889)

Nuestro biografiado, señor Manuel T. de Odriozola de Herrera, nació en Lima, el 11 de agosto de 1804 y falleció en el Callao el 12 de agosto de 1889; militar y publicista; fue el primer patriota que se incorporó en Pisco al ejército libertador. Tomó parte en la Segunda Campaña a Intermedios y en la guerra contra Bolivia y la Gran Colombia y alcanzó el grado de coronel. Fue nombrado Director de la Biblioteca Nacional del Perú y ocupó el cargo de 1875 a 1881, año que este repositorio fue tomado por las tropas de ocupación y despojado de sus libros y documentos.

Al señor de Odriozola se debe Documentos Históricos del Perú, obra en diez volúmenes publicada en 1863, que compendia documentación de la colonia; la revolución de Túpac Amaru, Pumacahua; las conspiraciones y luchas por la emancipación; los documentos oficiales de la guerra de la independencia, principalmente los relativos a San Martín y Bolívar. Continúa con una serie importante de documentos republicanos hasta 1830. Los Documentos Literarios del Perú, en once volúmenes; en esta destacan las Actas de la Sociedad Patriótica con las deliberaciones y discusiones respecto de la monarquía y de la república; los artículos de don Ricardo Palma; el problema surgido por el asesinato del ministro Monteagudo; allí también se publica el Compendio de Geografía de Larriva y otros muchos más de singular valor.

Las fichas bibliográficas que se pueden ver en los registros de la Oficina de Investigaciones de la Biblioteca Nacional consignan Los cuadernos de Odriozola, un compendio de notas curiosas y profusa información de la colonia y la república sistemáticamente anotadas por el señor de Odriozola y a la que se remite Palma con frecuencia cuando trata de ejemplares de libros raros. Recuerdo haber leído de su puño y letra una sentida dedicatoria a uno de sus hijos.

Es sustituido en la dirección por don Ricardo Palma Soriano, quien es nombrado el 2 de noviembre de 1883 y como subdirector al señor Toribio Polo. El tercer nombramiento de aquella fecha es para el coronel don Manuel de Odriozola, en el cargo de Director Honorario con derecho a seguir habitando el departamento que ocupaba y a considerársele para el percibo de su haber en el cuaderno de Fundadores de la Independencia.

La Biblioteca Nacional resurge como Ave Fénix de sus cenizas gracias al esfuerzo de don Ricardo Palma. Desafortunadamente el 10 de mayo de 1943 un incendio la destruye por completo; el agua de los bomberos se encarga del resto. Sobre este siniestro se levantaron las más severas conjeturas, era el gobierno del presidente Manuel Prado Ugarteche. El Dr. Jorge Basadre Grohmann es llamado para su restauración. De sus esfuerzos tenemos el local de la Av. Abancay.

Paradójicamente los libros cautivos en Santiago de Chile son los únicos que salvaron del incendio y constituyen patrimonio invaluable de las primeras épocas cuando por el cuidado de los jesuitas, y la disposición del general San Martín se instituyó esta casa de cultura nacional, en 1822.

El ilustre Director falleció el 12 de agosto de 1889 a la avanzada edad de 85 años. 


  Biblioteca Pública de Lima

Fuentes

INTERNET
Fotografía de don Manuel de Odriozola,

Biblioteca Nacional del Perú



Primer sello de la Biblioteca Nacional. D. 13 de junio de 1836, tomado del tríptico Fondo Antiguo y Colecciones Peruanas. Año MMIX

Fotografía de una sala de la Biblioteca Pública de Lima, como se llamaba entonces.

Carta que aparece en la obra de don Mariano Felipe Paz Soldán, Narración Histórica de la Guerra de Chile contra el Perú y Bolivia. Campaña de Lima; Lima, Editor Milla Batres; 1979. Tomo 3

Diccionario Histórico Biográfico, Peruanos Ilustres; Camila Estremadoyro Robles; Lima - Perú, 1987. Instituto Cultural Ancashino (INCA)

Anécdotas Históricas en la Bibliotecología (2); Susana Roxana Gamboa

Fuentes INTERNET

Diario La República:

La Biblioteca Nacional: Aportes para su Historia; Biblioteca Nacional del Perú: http://www.comunidadandina.org/bda/docs/PE-CA-0015.pdf

Harun al Raschid:

miércoles, 2 de mayo de 2007

La Lista de Domeyko

Con relación a los libros extraídos de la Biblioteca de Lima en 1881, y el científico que los registró en Santiago de Chile





Ignacio Domeyko (1802-1889) gran propulsor de Chile

En enero de 1960, tomé el ferrocarril que partía de Iquique, hasta Calera. Mi propósito era llegar a Santiago de Chile. Un viaje por tren era por entonces considerablemente largo -ahora inconcebible- por las pampas del Tamarugal y sus neblinas o camanchacas; pero la Carretera Panamericana en ese largo tramo no estaba habilitada o era impracticable por lo que el tren resultaba el más adecuado transporte para adentrarse horas después en el desierto de Atacama, en Antofagasta, dilatado y seco páramo con sus colinas teñidas del verdín o almagre que es el óxido de cobre. Por largos tramos la locomotora se abría paso por desfiladeros de rocas afiladas y dejaba oír sus pitos prolongados y estridentes que el eco devolvía. Viajaba por el desierto más seco del mundo.

Aquella región comprende límpidos cielos nocturnos cuajados de estrellas; frío severo por las noches y sofocante calor durante el día. El ritmo cadencioso de la vieja máquina que tiraba de unos ocho vagones me llevaba desde Iquique, pasando, entre otras estaciones, por Pozo Almonte, la Noria, Pintados, hasta llegar a Quillagua, la vieja frontera peruana con Bolivia a orillas del río Loa, para continuar a la vista de las numerosas oficinas salitreras ya en abandono, pueblos fantasmas cuyas ruinas se extendían desde la pampa del Tamarugal, en Tarapacá, hasta Antofagasta por las estaciones de María Elena y Baquedano. Entonces, en este dilatado tramo del antiguo territorio boliviano, pude contemplar al oriente un hermosísimo y largo nevado, era la Cordillera de Domeyko, extraño topónimo para denominar un jirón de la cordillera andina. Este nombre me quedó en la mente.

Ahora, en nuestros días, con ocasión de la gestión del todo encomiable para la devolución de los libros de la Biblioteca de Lima, llevados a Santiago de Chile en 1881 como parte de un cuantioso botín de guerra, el nombre de Domeyko regresa del pasado, pues a este ilustre maestro, en su elevado cargo de rector de la Universidad de Chile, le fue encargado levantar el inventario del material científico, numerosos documentos y libros que se remitieron encajonados desde Lima; importante tarea que practicó bajo protesta pues le traía al recuerdo el despojo de su amada Vilna por los rusos.

Pero dejó a la posteridad un valioso testimonio cuyo registro servirá para que la Comisión encargada de atender la devolución, pueda conducir con éxito el cometido de regresar a su lugar de origen los diversos ítem; en especial los 10,000 libros que allí se consignan. Se trata de La Lista de Domeyko, que fue publcada en la gaceta de normas legales de Santiago aquellos luctuosos años de la guerra y allí se conserva.

Con relación al artículo aparecido en La República, edición del martes, 03 de mayo 2007 que lleva la firma de Marcelo Mendoza quien habría publicado una minuciosa crónica con importantes detalles que se está propagando en blogs y otros medios tomados del santiaguino Diario Siete -cerrado a la fecha después de una huelga de sus trabajadores que protestaron su eminente cese-, la entendemos una notable y esclarecedora pieza de investigación. (Leer la crónica respectica de La República) (Ver)

Dice Marcelo Mendoza, refiriéndose a la ingrata pero útil tarea que le fue encomendada a don Ignacio Domeyko:

[...]Los días posteriores a esta publicación, el ministro de Instrucción Pública definió el destino final del botín: los aparatos de física y química al Laboratorio de la Universidad de Chile; los anatómicos a su Museo de Anatomía; los objetos de historia natural al Museo Nacional; los libros de viajes a la Oficina Hidrográfica; los de meteorología a la Oficina Meteorológica; y "todos los libros restantes, incluso los de teología, a la Biblioteca Nacional". Desde entonces, se ignora el estado de situación del arsenal bibliográfico arrebatado. Pero es un hecho que varios de los libros más valiosos permanecen en la Sala Medina, el Fondo General y la bóveda de la principal biblioteca del país.[...] (Leer en este blog La Biblioteca Nacional del Perú y la tésis del botín justificado) (Ver)

Corresponde, en tributo de gratitud por la esmerada tarea del ilustre sabio polaco, darlo a conocer a nuestros amables lectores en su calidad de benefactor del patrimonio peruano cautivo en los repositorios chilenos de Santiago.

Don Ignacio Domeyko Había nacido en 1802 en el pueblo de Niedzviadk, perteneciente a Polonia, separada en 1990 como Lituania. Recibió su instrucción superior en Vilna, la capital de la entonces provincia de Lituania; allí recibió el grado de Licenciado en Ciencias Físicas y Matemáticas en 1820.

Como fuera del caso, su acendrado nacionalismo le llevo a participar de una revuelta contra la invasión rusa que al terminar con la derrota de los polacos le obligó a dejar la patria, antes fue testigo del despojo que hicieron las tropas con el patrimonio polaco, violento acto de abierta rapiña que jamás pudo olvidar nuestro biografiado y, paradojas de la vida, tuvo que ver repetirse en su vida al servicio público en Chile.

Después viajó por diversos países de Europa Central; estuvo un tiempo en Alemania y luego pasó a radicar en París. Estudió en La Sorbona, el Colegio de Francia, el Jardín Botánico y la Escuela de Minas, recibiendo sólida formación como científico y naturalista. Se especializó en la Escuela de Minas de París y se tituló como Ingeniero de esa especialidad.

En la Academia de Ciencias y el Conservatorio de Artes y Oficios, uno de sus ilustres maestros, el sabio Dufrenoy, lo interesó para que viajara a Coquimbo, Chile, país que se vislumbraba ya como minero y requería por ello exploraciones. Como en alguna oportunidad también lo hiciera el científico alemán Teodoro Hänke para no arriesgar con la azarosa vuelta por el Estrecho de Magallanes, o lo que era peor por el Cabo de Hornos, desembarcó en Buenos Aires y cruzó la Cordillera de los Andes a lomo de mula para llegar en junio de 1838 al puerto de Coquimbo lugar de su contratación por el industrial minero Carlos Lambert. Entonces el joven ingeniero contaba 36 años de edad.

En Coquimbo pudo impartir sus clases, pese a que no hablaba el castellano, se las arreglaba con sus conocimientos de latín, lituano, alemán, inglés, ruso y francés. No dejó de explorar la región que se le representaba impresionante y durante los tres primeros años realizó excursiones por ella, estuvo con este propósito en La Serena, Huasco, Copiapó, Aconcagua y Santiago. Los resultados de sus exploraciones los dio a conocer en los Annales des Mines y El Araucano. En su honor, la Cordillera de los Andes que corre por la región de Antofagasta lleva su nombre: Cordillera de Domeyko.

Desde 1838 a 1846 ejerció como profesor de Química y Mineralogía en Coquimbo. Fundó talleres, escribió programas de cursos, organizó exploraciones geológicas, fundió hornos, construyó laboratorios, iniciando con todo ello un vasto programa de instrucción y experimentación de base científica y tecnológica, con los conocimientos obtenidos en París. Aquel año de 1846, luego de un viaje a la Araucanía, Domeyko se establece en Santiago, donde era conocido por su actividad educativa y sus artículos. Comenzó enseñando en el Instituto Nacional. Su vocación de maestro le llevó al lado de otro ilustre sabio al servicio de Chile, D. Andrés Bello.

Estupendo dibujante, era prolijo y preciso a la vez y claro como conciso además: al final de este artículo se puede apreciar la calidad de uno de sus dibujos. Acompañó muchas de sus investigaciones con diseños y dibujos; contribuyó al desarrollo de la mineralogía, la geografía y la etnografía. Realizó múltiples actividades científicas y aportó decisivamente a la reforma del sistema educacional chileno. Se dedicó constantemente al análisis de los minerales y materias primas que obtenía en sus exploraciones en el terreno.

A lo largo de los años, colaboró lealmente con el sabio Andrés Bello, natural de Venezuela y primer Rector de la Universidad de Chile, otro personaje a quien Chile acogió con el mayor afecto y respeto cuando el Perú le denegó su pedido de asilo a cambio de sus servicios docentes. Chile bien pronto cosechó el fruto de su acertada decisión pues Bello le proporcionó su Código Civil, una brillante pléyade de sagaces diplomáticos y la exitosa política educativa para erradicar el acentuado analfabetismo de esa nación.

Mantuvo con Bello largas conversaciones sobre filosofía, ciencia, humanidades y educación y lo reemplazó en 1867 cuando el ilustre venezolano dejó la Facultad de Filosofía y Educación. Ese mismo año es elegido Rector de la Universidad de Chile y lo sería por tres períodos.

En 1883 decidió dejar su cargo de Rector de la primera universidad nacional, renunciando también a sus clases de química, mineralogía y geología, pues ya había alcanzado los 81 años de edad. La Cámara de Diputados en enero de 1889 le asignó pensión vitalicia, pero don Ignacio Domeyko falleció en Santiago el 23 de ese mes, a los 87 años.

Sobre la base de los esfuerzos del ilustre polaco chilenos y peruanos emprenderemos el regreso de un patrimonio que ya es anhelo nacional, un paso importante para ayudar a distender los ánimos de ambas naciones.






Créditos:

Grabado de la cabecera: Ignacio Domeyko. Memoria de Chile

Grabado al pie: Dibujo de la casa de Domeyko, hecho por el sabio en su último viaje a Polonia. Memoria de Chile

http://www.memoriachilena.cl/mChilena01/temas/dest.asp?id=ignaciodomeyko

Universidad Nacional de Chile
http://www.uchile.cl/uchile.portal?_nfpb=true&_pageLabel=conUrl&url=4687


http://es.wikipedia.org/wiki/Ignacio_Domeyko

lunes, 9 de abril de 2007

La Biblioteca Nacional del Perú y la tesis del botín justificado



Toribio Medina en uniforme de diplomático



Don José Toribio Medina Zabala, bibliotecario chileno


En octubre de 1996, visité el local la Biblioteca Nacional en Santiago de Chile; me proponía leer determinado manuscrito virreinal en los altos del espacioso edificio de la Alameda O'Higgins, precisamente donde se ubica la Biblioteca Americana José Toribio Medina.

Mi llamada a la puerta de cristales con visillos de esta estupenda edificación, antigua pero muy bien conservada, fue atendida por un bibliotecario de turno, vestido con un sencillo guardapolvo color celeste. Era este un empleado ya mayor que peinaba canas.

Al conocer mis señas y que era peruano me franqueó la entrada y me condujo por el largo pasillo de la sala Medina, hasta la oficina principal donde destacaba un escritorio con una carpeta y útiles que acusaban profuso y constante uso. Los libros se mostraban de los costados de las altas paredes en una sala con techo iluminado y pinturas al fresco; amplio ambiente con predominio de la madera, en estantes, paredes y techo.

Me invitó a tomar asiento y expresó con amables ademanes que lo hicera en el sillón y el mismo escritorio del señor Toribio Medina, acto simbólico de especial significación. Al inquirir mi deseo de lectura expliqué que me proponía leer las memorias del Virrey don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos (1666-1672). Requería conocer de su propia pluma el informe que elevó al Rey con los resultados de su incursión en Laycacota para develar el movimiento de José Salcedo contra la persona del virrey del Perú, hecho que el señor de Lemos logró con gran suceso y cuyos detalles me encontraba investigando en la Biblioteca Nacional en Lima, pero que siguiendo la suerte de las fuentes estas me habían traído a Santiago de Chile.

Me alcanzó diligente el Gran Índice, bastante deteriorado y pronto dimos con el documento buscado. Me facilitó de inmediato una copia en microfilm. Poco después obtuve también las ampliaciones en papel del informe que ahora conservo en mi poder. Las memorias constituían uno de los volúmenes de la cuantiosa biblioteca trasladada a Chile consecuencia de la ocupación de Lima, interregno del 17 de enero de 1881 hasta el 20 de octubre de 1883. El libro muestra el sello de la Biblioteca Pública de Lima y el sobresello de la Biblioteca de Chile.

Respecto a los anuncios tan voceados que se están haciendo en estos días, de la inminente devolución de libros llevados a Chile por acción de aquella ocupación de Lima, es necesario dar a conocer algunos detalles que llenen los vacíos que no se han dicho sobre algunos asuntos.

En diciembre de 1880, fue editada en París la Historia de la Guerra del Pacífico - 1881, escrita por el historiador chileno Diego Barros Arana, con el propósito de formar la conciencia del lector extranjero distorsionada por la propaganda peruana, según lo expresa el editor, respecto de los abusos y exacciones de las tropas invasoras, amén de aclarar lo concerniente a la verdad de las operaciones militares y desvirtuar o justificar las presas y botín capturados.

En efecto, el señor Barros, en uso de una fácil y clara prosa exhibe toda suerte de pruebas, y para cumplir su cometido, expresa:

"Cuando el gobierno de Chile adelantaba los aprestos de que hemos hablado en el Capítulo anterior, no había perdido la esperanza de hacer entender al enemigo que era llegado el caso de poner término a una guerra tan funesta ya para la alianza Perú - boliviana. Creía entonces que todavía era posible demostrar prácticamente al enemigo la imposibilidad en que se hallaba para defender el territorio peruano no ya contra un ejército numeroso sino contra pequeñas divisiones. Este fue el objeto de una expedición que las quejas, los insultos y las lamentaciones de los documentos oficiales del Perú, y los escritos de su prensa, han hecho famosa. Esta misma circunstancia nos obliga a dar algunos pormenores.

A fines de agosto de 1880 estaban listas en los puertos de Iquique y Arica las fuerzas que debían formar esta división (Se refiere a la expedición de Lynch al norte del Perú). Componíanlas 1,900 hombres de infantería, 400 jinetes, 3 cañones Krupp de montaña con su respectiva dotación de soldados y oficiales, una sección del cuerpo de ingenieros militares y una ambulancia completa con sus médicos, cirujanos y sirvientes. Formaba toda la división un total de 2,600 hombres. Dos grandes transportes convoyados por las corbetas de guerra Chacabuco y O´Higgins, debían conducir estas tropas. El mando de ellas fue confiado al capitán de navío Patricio Lynch. Aparte de las indicaciones que se le hicieron sobre los puntos en que convenía operar, el capitán Lynch debía reglar su conducta a las instrucciones generales que constituían el código de guerra del ejército de Chile.

El gobierno de Chile había distribuido desde el principio de la guerra a todos sus oficiales, como dijimos en otra parte, las Instrucciones para ejércitos de Estados Unidos en campaña, a fin de que ajustaran a ella su conducta. Para que se conozca el carácter de estas reglas, nos parece conveniente reproducir aquí el juicio acerca de ellas de Bluntschli en la Introducción de su Derecho internacional codificado. Dice así:

"Aparecieron durante la guerra civil que desoló a Estados Unidos estas instrucciones que se pueden considerar la primera codificación de las leyes de la guerra continental. El proyecto de estas instrucciones fue preparado por el profesor Lieber, uno de los jurisconsultos y filósofos mas respetados de América. Este proyecto fue revisado por una comisión de oficiales y ratificado por el presidente Lincoln. Contiene prescripciones detalladas sobre los derechos del vencedor sobre el país enemigo, sobre los límites de estos derechos, etc., etc., (en una palabra, sobre todo lo concerniente a la guerra...)

Son mucho mas completas y desarrolladas que los reglamentos en uso en los ejércitos europeos...(cita los más importantes artículos):

Art. 1. Una ciudad, un distrito, un país, ocupados por el enemigo, quedan sujetos, por el solo hecho de la ocupación, a la leí (sic) marcial del ejército invasor su ocupante; no es necesario que se le expida proclama o prevención alguna que haga saber a los habitantes que quedan sujetos a la dicha leí

Art. 7. La leí marcial se extiende a las propiedades y a las personas, sin distinción de nacionalidad.

Art. 8. Los cónsules de las naciones americanas y europeas no se consideran como ajentes (sic) diplomáticos; sin embargo, sus personas y cancillerías sólo estarán sujetas a la leí marcial, si la necesidad lo exige; sus propiedades y funciones no quedan exentas de ella. Toda infracción que cometan contra el gobierno militar establecido, puede castigarse como si su autor fuese un simple ciudadano, y tal infracción no puede servir de base a reclamación internacional alguna.

Art.10. La leí marcial da al ocupante el derecho de percibir las rentas públicas y los impuestos, ya sea que éstos hayan sido decretados por el gobierno espulsado (sic) o por el invasor.

Art.13. La guerra autoriza para destruir toda especie de propiedades; para cortar los caminos, canales u otras vías de comunicación; para interceptar los víveres y municiones del enemigo; para apoderarse de todo lo que pueda suministrar el país enemigo para la subsistencia y seguridad del ejército.

Art.21. Todo ciudadano o nativo de un pais (sic) enemigo es, él mismo, un enemigo, por el solo hecho de que es miembro del Estado enemigo; y como tal está sujeto a todas las calamidades de la guerra.

Art.37. El invasor victorioso tiene derecho para imponer contribuciones a los habitantes del territorio invadido o a sus propiedades, para decretar préstamos forzosos, para exijir (sic) alojamientos, para usar temporalmente en el servicio militar las propiedades.

Art. 45. Toda presa o botín pertenecen, según las leyes modernas de la guerra, al gobierno del que ha hecho dicha presa o botín.

Esta notable tesis fue tomada al pie de la letra por la oficialidad del ejercito chileno, de ella los más conspicuos jefes, el comandante Patricio Lynch y el coronel Ambrosio Letelier. Este último, oficial de caballería, formó parte de una de las expediciones a los pueblos del centro, específicamente el valle del Mantaro y también el de Canta.

Su suerte de encontrar únicamente ancianos, mujeres y niños, por haber sido reclutados los varones en los cuerpos de resistencia de Cáceres hizo fácil su presencia de rapiña y muerte. Pero los vengativos guerrilleros, impuestos de estos excesos, fueron a su encuentro y le dieron batalla en Sangrar, jurisdicción de la provincia de Canta (que por error los historiadores chilenos llaman Sangra), dejando a las tropas chilenas en situación bastante socorrida, por lo que Letelier y los que escaparon emprendieron la fuga hacia Lima. (Ver)

No descuidó llevar consigo el cuantioso botín fruto de latrocinio en personas e iglesias. Es decir, el oro y plata en especie y dinero colectado fueron motivo de manifiesta codicia y dio lugar para que, llegado a Lima, se le abriera un consejo de guerra, por disposición del propio Patricio Lynch. El consejo falló su culpabilidad y la correspondiente pena. Más tarde el gobierno de su país le exculparía, por consideraciones a sus distinguidos servicios durante la guerra.

Este oficial no hizo honor a su patria, pero como hemos visto de la tesis del profesor Lieber, recogida por Bluntschli en la Introducción de su Derecho Internacional codificado, sus actos estaban revestidos de alguna aunque discutida legalidad.

Pero corresponde a don José Toribio Medina Zabala (1852-1930) bibliófilo, investigador, coleccionista e impresor y por qué no decirlo notable polígrafo, la suerte de una figuración más importante que las citadas con anterioridad.

Su nombre se encuentra estrechamente vinculado al patrimonio cultural de Chile. No es poco el aporte a la cultura documentaria que hizo a lo largo de su valiosa vida; pues se tradujo en una abundante recopilación de obras, fuentes y documentos para la historia y la literatura colonial hispanoamericana y chilena, y en la publicación de numerosos estudios monográficos donde dio a conocer sus hallazgos. Esta significativa contribución le valió el merecido reconocimiento de sus compatriotas, pero también de todo investigador latinoamericano.

Nació en Santiago el 21 de octubre de 1852, y debido a las características del empleo de su padre, durante su infancia vivió en varias ciudades del país. A los trece años se radicó definitivamente en la capital a orillas del Mapocho e ingresó al curso de Humanidades del Instituto Nacional, de donde egresó en 1869 con distinciones en latín y literatura. Luego siguió la carrera de derecho en la Universidad de Chile, se tituló en 1873 y al año siguiente fue nombrado Secretario de la Legación Chilena en Lima.

Durante la ocupación de Lima, asimilado entonces como oficial al Estado Mayor del Ejército de Ocupación actuó como Auditor de Guerra en su calidad de abogado; pero también tuvo a su cargo, o se dio el tiempo necesario para disponer el destino de la Biblioteca de Lima, que conocía muy bien de sus años de investigador y por ello de las bondades del primer repositorio peruano. Nadie podría haberlo hecho mejor.

A él se debe la cuidadosa escogencia y posterior embalaje de los libros, infolios y toda suerte de documentos de vieja data, muchos de ellos únicos en su género en esta parte del mundo. Formaron, valga la verdad, parte del botín de guerra sobre cuyo derecho hace mención el teórico alemán Bluntschli que cita don Diego Barros Arana, según tenemos informado.

Dice una somera biografía chilena respecto del bibliotecario, que el contacto con el inmenso caudal de archivos coloniales acumulados en la antigua capital del virreinato, durante los seis viajes al extranjero realizados por el erudito, habíanle despertado la pasión por los impresos antiguos que marcaría la vocación de su vida. Mas tarde, los resultados de su infatigable labor de recopilación fueron reunidos en la Biblioteca Americana y son ahora material de consulta indispensable para los estudiosos del pasado colonial hispanoamericano.

Pude leer con vivo interés, en una pequeña vitrina de la oficina de aquella Biblioteca, la carta de ofrecimiento de venta de su colección particular de libros al gobierno chileno; hace presente don José Toribio que aquél es el único patrimonio que dejará a su familia y de no ser aceptada esta oferta atendería la que le había hecho una de las universidades de los Estados Unidos de Norteamérica, para adquirirla.

Sobre la misma carta se puede leer el decreto y la autógrafa del presidente de Chile disponiendo su compra.

Es menester expresar que la obra de José Toribio Medina, como compilador, hizo posible los significativos avances registrados por la historiografía chilena a fines del siglo XIX y comienzos del XX, puesto que la publicación en su propia imprenta de la Colección de Historiadores de Chile y la Colección de Documentos Inéditos para la Historia de Chile, sirvió de base documental para la obra de destacados historiadores como Diego Barros Arana y Miguel Luis Amunátegui.

La sala Medina, de la Biblioteca que lleva su nombre, siempre ha estado disponible para cualquier investigador, especialmente peruano y no es del todo cierto que los libros hubieran permanecidos ocultos a los ojos del lector. Yo he sido testigo de lo contrario.

Bienvenidas sean de vuelta a casa las colecciones que formaron parte de un botín de guerra, las curiosidades bibliográficas, y con ellas las Memorias de los Virreyes del Perú, además de la primera Historia del Perú de que se tiene noticia, sistematizada como tal, escrita por el español don Sebastián Lorente, que migró a nuestra tierra y se confundió con su pueblo, la cultura y su destino.


Copia del Informe del virey Conde Lemos Al Rey




Sala Madina, donde su conservan libros de la Biblioteca de Lima


Créditos

Gráficos:

Internet

José Toribio Medina, en uniforme de diplomático.

Primera página del informe Dn. Pedro Fernández de Castro y Andrade, Conde de Lemos, que lleva el sobre-sello de la Biblioteca Nacional de Chile y el departamento Biblioteca Americana José Toribio Medina.

Sala Medina, Biblioteca Americana José Toribio Medina, Biblioteca Nacional. Alameda, Santiago de Chile, Chile

Bibliografía:

Diego Barros Arana, Historia de la Guerra del Pacífico 1879-1881.- Editorial Andrés Bello; mayo de 1979. Santiago de Chile, Chile.

http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Toribio_Medina
http://www.memoriachilena.cl/mchilena01/temas/index.asp?id_ut=josetoribiomedina(1852-1930)
http://www.dibam.cl/biblioteca_nacional/sala_medina.htm
http://ezioneyramagagna.blogspot.com/2005/10/el-trabajo-sucio-de-jos-toribio-medina.html