lunes, 9 de abril de 2007

La Biblioteca Nacional del Perú y la tesis del botín justificado



Toribio Medina en uniforme de diplomático



Don José Toribio Medina Zabala, bibliotecario chileno


En octubre de 1996, visité el local la Biblioteca Nacional en Santiago de Chile; me proponía leer determinado manuscrito virreinal en los altos del espacioso edificio de la Alameda O'Higgins, precisamente donde se ubica la Biblioteca Americana José Toribio Medina.

Mi llamada a la puerta de cristales con visillos de esta estupenda edificación, antigua pero muy bien conservada, fue atendida por un bibliotecario de turno, vestido con un sencillo guardapolvo color celeste. Era este un empleado ya mayor que peinaba canas.

Al conocer mis señas y que era peruano me franqueó la entrada y me condujo por el largo pasillo de la sala Medina, hasta la oficina principal donde destacaba un escritorio con una carpeta y útiles que acusaban profuso y constante uso. Los libros se mostraban de los costados de las altas paredes en una sala con techo iluminado y pinturas al fresco; amplio ambiente con predominio de la madera, en estantes, paredes y techo.

Me invitó a tomar asiento y expresó con amables ademanes que lo hicera en el sillón y el mismo escritorio del señor Toribio Medina, acto simbólico de especial significación. Al inquirir mi deseo de lectura expliqué que me proponía leer las memorias del Virrey don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos (1666-1672). Requería conocer de su propia pluma el informe que elevó al Rey con los resultados de su incursión en Laycacota para develar el movimiento de José Salcedo contra la persona del virrey del Perú, hecho que el señor de Lemos logró con gran suceso y cuyos detalles me encontraba investigando en la Biblioteca Nacional en Lima, pero que siguiendo la suerte de las fuentes estas me habían traído a Santiago de Chile.

Me alcanzó diligente el Gran Índice, bastante deteriorado y pronto dimos con el documento buscado. Me facilitó de inmediato una copia en microfilm. Poco después obtuve también las ampliaciones en papel del informe que ahora conservo en mi poder. Las memorias constituían uno de los volúmenes de la cuantiosa biblioteca trasladada a Chile consecuencia de la ocupación de Lima, interregno del 17 de enero de 1881 hasta el 20 de octubre de 1883. El libro muestra el sello de la Biblioteca Pública de Lima y el sobresello de la Biblioteca de Chile.

Respecto a los anuncios tan voceados que se están haciendo en estos días, de la inminente devolución de libros llevados a Chile por acción de aquella ocupación de Lima, es necesario dar a conocer algunos detalles que llenen los vacíos que no se han dicho sobre algunos asuntos.

En diciembre de 1880, fue editada en París la Historia de la Guerra del Pacífico - 1881, escrita por el historiador chileno Diego Barros Arana, con el propósito de formar la conciencia del lector extranjero distorsionada por la propaganda peruana, según lo expresa el editor, respecto de los abusos y exacciones de las tropas invasoras, amén de aclarar lo concerniente a la verdad de las operaciones militares y desvirtuar o justificar las presas y botín capturados.

En efecto, el señor Barros, en uso de una fácil y clara prosa exhibe toda suerte de pruebas, y para cumplir su cometido, expresa:

"Cuando el gobierno de Chile adelantaba los aprestos de que hemos hablado en el Capítulo anterior, no había perdido la esperanza de hacer entender al enemigo que era llegado el caso de poner término a una guerra tan funesta ya para la alianza Perú - boliviana. Creía entonces que todavía era posible demostrar prácticamente al enemigo la imposibilidad en que se hallaba para defender el territorio peruano no ya contra un ejército numeroso sino contra pequeñas divisiones. Este fue el objeto de una expedición que las quejas, los insultos y las lamentaciones de los documentos oficiales del Perú, y los escritos de su prensa, han hecho famosa. Esta misma circunstancia nos obliga a dar algunos pormenores.

A fines de agosto de 1880 estaban listas en los puertos de Iquique y Arica las fuerzas que debían formar esta división (Se refiere a la expedición de Lynch al norte del Perú). Componíanlas 1,900 hombres de infantería, 400 jinetes, 3 cañones Krupp de montaña con su respectiva dotación de soldados y oficiales, una sección del cuerpo de ingenieros militares y una ambulancia completa con sus médicos, cirujanos y sirvientes. Formaba toda la división un total de 2,600 hombres. Dos grandes transportes convoyados por las corbetas de guerra Chacabuco y O´Higgins, debían conducir estas tropas. El mando de ellas fue confiado al capitán de navío Patricio Lynch. Aparte de las indicaciones que se le hicieron sobre los puntos en que convenía operar, el capitán Lynch debía reglar su conducta a las instrucciones generales que constituían el código de guerra del ejército de Chile.

El gobierno de Chile había distribuido desde el principio de la guerra a todos sus oficiales, como dijimos en otra parte, las Instrucciones para ejércitos de Estados Unidos en campaña, a fin de que ajustaran a ella su conducta. Para que se conozca el carácter de estas reglas, nos parece conveniente reproducir aquí el juicio acerca de ellas de Bluntschli en la Introducción de su Derecho internacional codificado. Dice así:

"Aparecieron durante la guerra civil que desoló a Estados Unidos estas instrucciones que se pueden considerar la primera codificación de las leyes de la guerra continental. El proyecto de estas instrucciones fue preparado por el profesor Lieber, uno de los jurisconsultos y filósofos mas respetados de América. Este proyecto fue revisado por una comisión de oficiales y ratificado por el presidente Lincoln. Contiene prescripciones detalladas sobre los derechos del vencedor sobre el país enemigo, sobre los límites de estos derechos, etc., etc., (en una palabra, sobre todo lo concerniente a la guerra...)

Son mucho mas completas y desarrolladas que los reglamentos en uso en los ejércitos europeos...(cita los más importantes artículos):

Art. 1. Una ciudad, un distrito, un país, ocupados por el enemigo, quedan sujetos, por el solo hecho de la ocupación, a la leí (sic) marcial del ejército invasor su ocupante; no es necesario que se le expida proclama o prevención alguna que haga saber a los habitantes que quedan sujetos a la dicha leí

Art. 7. La leí marcial se extiende a las propiedades y a las personas, sin distinción de nacionalidad.

Art. 8. Los cónsules de las naciones americanas y europeas no se consideran como ajentes (sic) diplomáticos; sin embargo, sus personas y cancillerías sólo estarán sujetas a la leí marcial, si la necesidad lo exige; sus propiedades y funciones no quedan exentas de ella. Toda infracción que cometan contra el gobierno militar establecido, puede castigarse como si su autor fuese un simple ciudadano, y tal infracción no puede servir de base a reclamación internacional alguna.

Art.10. La leí marcial da al ocupante el derecho de percibir las rentas públicas y los impuestos, ya sea que éstos hayan sido decretados por el gobierno espulsado (sic) o por el invasor.

Art.13. La guerra autoriza para destruir toda especie de propiedades; para cortar los caminos, canales u otras vías de comunicación; para interceptar los víveres y municiones del enemigo; para apoderarse de todo lo que pueda suministrar el país enemigo para la subsistencia y seguridad del ejército.

Art.21. Todo ciudadano o nativo de un pais (sic) enemigo es, él mismo, un enemigo, por el solo hecho de que es miembro del Estado enemigo; y como tal está sujeto a todas las calamidades de la guerra.

Art.37. El invasor victorioso tiene derecho para imponer contribuciones a los habitantes del territorio invadido o a sus propiedades, para decretar préstamos forzosos, para exijir (sic) alojamientos, para usar temporalmente en el servicio militar las propiedades.

Art. 45. Toda presa o botín pertenecen, según las leyes modernas de la guerra, al gobierno del que ha hecho dicha presa o botín.

Esta notable tesis fue tomada al pie de la letra por la oficialidad del ejercito chileno, de ella los más conspicuos jefes, el comandante Patricio Lynch y el coronel Ambrosio Letelier. Este último, oficial de caballería, formó parte de una de las expediciones a los pueblos del centro, específicamente el valle del Mantaro y también el de Canta.

Su suerte de encontrar únicamente ancianos, mujeres y niños, por haber sido reclutados los varones en los cuerpos de resistencia de Cáceres hizo fácil su presencia de rapiña y muerte. Pero los vengativos guerrilleros, impuestos de estos excesos, fueron a su encuentro y le dieron batalla en Sangrar, jurisdicción de la provincia de Canta (que por error los historiadores chilenos llaman Sangra), dejando a las tropas chilenas en situación bastante socorrida, por lo que Letelier y los que escaparon emprendieron la fuga hacia Lima. (Ver)

No descuidó llevar consigo el cuantioso botín fruto de latrocinio en personas e iglesias. Es decir, el oro y plata en especie y dinero colectado fueron motivo de manifiesta codicia y dio lugar para que, llegado a Lima, se le abriera un consejo de guerra, por disposición del propio Patricio Lynch. El consejo falló su culpabilidad y la correspondiente pena. Más tarde el gobierno de su país le exculparía, por consideraciones a sus distinguidos servicios durante la guerra.

Este oficial no hizo honor a su patria, pero como hemos visto de la tesis del profesor Lieber, recogida por Bluntschli en la Introducción de su Derecho Internacional codificado, sus actos estaban revestidos de alguna aunque discutida legalidad.

Pero corresponde a don José Toribio Medina Zabala (1852-1930) bibliófilo, investigador, coleccionista e impresor y por qué no decirlo notable polígrafo, la suerte de una figuración más importante que las citadas con anterioridad.

Su nombre se encuentra estrechamente vinculado al patrimonio cultural de Chile. No es poco el aporte a la cultura documentaria que hizo a lo largo de su valiosa vida; pues se tradujo en una abundante recopilación de obras, fuentes y documentos para la historia y la literatura colonial hispanoamericana y chilena, y en la publicación de numerosos estudios monográficos donde dio a conocer sus hallazgos. Esta significativa contribución le valió el merecido reconocimiento de sus compatriotas, pero también de todo investigador latinoamericano.

Nació en Santiago el 21 de octubre de 1852, y debido a las características del empleo de su padre, durante su infancia vivió en varias ciudades del país. A los trece años se radicó definitivamente en la capital a orillas del Mapocho e ingresó al curso de Humanidades del Instituto Nacional, de donde egresó en 1869 con distinciones en latín y literatura. Luego siguió la carrera de derecho en la Universidad de Chile, se tituló en 1873 y al año siguiente fue nombrado Secretario de la Legación Chilena en Lima.

Durante la ocupación de Lima, asimilado entonces como oficial al Estado Mayor del Ejército de Ocupación actuó como Auditor de Guerra en su calidad de abogado; pero también tuvo a su cargo, o se dio el tiempo necesario para disponer el destino de la Biblioteca de Lima, que conocía muy bien de sus años de investigador y por ello de las bondades del primer repositorio peruano. Nadie podría haberlo hecho mejor.

A él se debe la cuidadosa escogencia y posterior embalaje de los libros, infolios y toda suerte de documentos de vieja data, muchos de ellos únicos en su género en esta parte del mundo. Formaron, valga la verdad, parte del botín de guerra sobre cuyo derecho hace mención el teórico alemán Bluntschli que cita don Diego Barros Arana, según tenemos informado.

Dice una somera biografía chilena respecto del bibliotecario, que el contacto con el inmenso caudal de archivos coloniales acumulados en la antigua capital del virreinato, durante los seis viajes al extranjero realizados por el erudito, habíanle despertado la pasión por los impresos antiguos que marcaría la vocación de su vida. Mas tarde, los resultados de su infatigable labor de recopilación fueron reunidos en la Biblioteca Americana y son ahora material de consulta indispensable para los estudiosos del pasado colonial hispanoamericano.

Pude leer con vivo interés, en una pequeña vitrina de la oficina de aquella Biblioteca, la carta de ofrecimiento de venta de su colección particular de libros al gobierno chileno; hace presente don José Toribio que aquél es el único patrimonio que dejará a su familia y de no ser aceptada esta oferta atendería la que le había hecho una de las universidades de los Estados Unidos de Norteamérica, para adquirirla.

Sobre la misma carta se puede leer el decreto y la autógrafa del presidente de Chile disponiendo su compra.

Es menester expresar que la obra de José Toribio Medina, como compilador, hizo posible los significativos avances registrados por la historiografía chilena a fines del siglo XIX y comienzos del XX, puesto que la publicación en su propia imprenta de la Colección de Historiadores de Chile y la Colección de Documentos Inéditos para la Historia de Chile, sirvió de base documental para la obra de destacados historiadores como Diego Barros Arana y Miguel Luis Amunátegui.

La sala Medina, de la Biblioteca que lleva su nombre, siempre ha estado disponible para cualquier investigador, especialmente peruano y no es del todo cierto que los libros hubieran permanecidos ocultos a los ojos del lector. Yo he sido testigo de lo contrario.

Bienvenidas sean de vuelta a casa las colecciones que formaron parte de un botín de guerra, las curiosidades bibliográficas, y con ellas las Memorias de los Virreyes del Perú, además de la primera Historia del Perú de que se tiene noticia, sistematizada como tal, escrita por el español don Sebastián Lorente, que migró a nuestra tierra y se confundió con su pueblo, la cultura y su destino.


Copia del Informe del virey Conde Lemos Al Rey




Sala Madina, donde su conservan libros de la Biblioteca de Lima


Créditos

Gráficos:

Internet

José Toribio Medina, en uniforme de diplomático.

Primera página del informe Dn. Pedro Fernández de Castro y Andrade, Conde de Lemos, que lleva el sobre-sello de la Biblioteca Nacional de Chile y el departamento Biblioteca Americana José Toribio Medina.

Sala Medina, Biblioteca Americana José Toribio Medina, Biblioteca Nacional. Alameda, Santiago de Chile, Chile

Bibliografía:

Diego Barros Arana, Historia de la Guerra del Pacífico 1879-1881.- Editorial Andrés Bello; mayo de 1979. Santiago de Chile, Chile.

http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Toribio_Medina
http://www.memoriachilena.cl/mchilena01/temas/index.asp?id_ut=josetoribiomedina(1852-1930)
http://www.dibam.cl/biblioteca_nacional/sala_medina.htm
http://ezioneyramagagna.blogspot.com/2005/10/el-trabajo-sucio-de-jos-toribio-medina.html

5 comentarios:

Luis Adolfo Siabala dijo...

Buen aporte acerca de la propiedad peruana en la Biblioteca de santiago de Chile. Es necesario desmitificar a los patrioteros que lanzan infundios sin haber comprobado la realidad de un hecho. Felicito el retorno del patrimonio cultural a la Biblioteca Nacional del Perú. No solo es cívica la acción. la considero propia de una nación madura y civilizada.

Anónimo dijo...

Gracias Dr. L. Siabala por sacar a la luz inconsistencias, tales como : "Art. 45. Toda presa o botín pertenecen, según las leyes modernas de la guerra, al gobierno del que ha hecho dicha presa o botín".
El Art. 45 permite argumentar lo siguiente : Por codicia económica y/o por razones políticas perversas, un país puede invadir a otro con menor poder bélico; cuando el agresor logre asentar su victoria, "las leyes modernas de la guerra" le otorgan el "derecho legal" de arrebatar parte del territorio invadido, de ultrajar a mujeres, niños y ancianos , de robar reliquias históricas y riquezas materiales, etc.

El argumento anterior resalta una gran inconsistencia, por que el diccionario define a la "Ley" como "Un mandato o prohibición de algo, para establecer justicia". Por lo tanto el Art. 45 yerra al llamar "Leyes" a unas reglas injustas elaboradas por los victoriosos para justificar sus fechorías . Una Ley debería decir que todo lo ejecutado por el agresor es ilegal.

En conclusión la agresión de Chile al Perú fue injusta, por lo tanto todo lo ejecutado por el agresor es ilegal.

Carlos Urquizo

Anónimo dijo...

Contrario como soy a la guerra entre naciones, me repugna el abuso, la violación a los derechos humanos, el latrocinio y la apropiación ilícita que el vencedor comete con el vencido en inmoral secuela de todo conflicto bélico. Ningún ser humano puede enorgullecerse ni tratar de justificar con alambicados fundamentos y absurdas normas los excesos que perpetran las tropas victoriosas de su nación contra el vencido pueblo enemigo y sí de la actitud generosa y compasiva que aquellos héroes que respetan la vida y propiedad del caído como lo hicieron en su momento Ramón Castilla con nuestros vecinos del país del norte y Miguel Grau con los sobrevivientes de la “Esmeralda” hundida en combate naval en aguas de Iquique, hecho que diera motivo al histórico intercambio epistolar entre el Caballero de los Mares y la esposa del comandante Arturo Prat, muerto en acción.

En actitud que lo enaltece, el gobierno chileno ha decidido devolver al Perú el tesoro bibliográfico requisado como botín en la guerra del Pacífico. Ignoro si lo devuelto constituye el total del despojo cultural de la que fuimos objeto y corresponde a quienes, como el Dr. Luis Siabala, conocen en detalle los hechos, brindar su colaboración y orientar a los representantes de ambos países para que tan plausible acción sea realizada a cabalidad.

Fernando Marcet

Anónimo dijo...

Alcanzo a mi comentario anterior para ofrecer el sitio que nos lleva al famoso epistolario entre el comandante del Huáscar y la viuda del capitán Prat, co-mandante de la Esmeralda: (http://www.scribd.com/doc/50003/Carta-del-Almirante-Miguel-Grau-S). Que sirvan de ejemplos.

Fernando Marcet

Anónimo dijo...

Hola lucho

Me ha impresionado la precisión de datos, así como la atención y cuidado chilenos de las obras capturadas... aquí no seria igual...

Hugo Neira, quien fue mi amigo en su época velasquista, no me merece ningún respeto... es un aburrido burocrata filoaprista. Creo que tu politica de comunicacion, que atrae respuestas chilenas positivas, es buena... continua así.

Un abrazo,

Rafael