sábado, 18 de setiembre de 2010

Batalla de San Francisco


Tnte. Cnel. Ladislao Espinar Carrera

Operaciones militares de la Guerra del Salitre
(1879-1883)




Exordio

Esta batalla de suyo importante, pues con esa victoria los chilenos -para sorpresa de ellos mismos- franquearon las puertas de la provincia litoral de Tarapacá, ha implicado un estudio detenido en cuyas consideraciones los especialistas coinciden que los hechos equívocos y de imprevisión de orden táctico o aquellas posibilidades políticas mal calculadas que se dieron, sumada la grave deserción de uno de los más altos jefes aliados que no acudió al campo de honor, es tema que ha dejado severas enseñanzas.

Una serie de sucesos se produjeron para que el ejercito aliado fuera aparentemente derrotado, no necesariamente por un enemigo que peleó con denuedo que en buena cuenta se limitó a defender sus posiciones en las alturas, sino por las infaustas disposiciones del comando aliado, la deserción del presidente de Bolivia general Hilarión Daza Groselle y como consecuencia de esta la posterior de las tropas bolivianas que entraron en combate afectados anímicamente por la inesperada y sorprendente decisión del primer mandatario de su país de no acudir a la cita conforme se tenía previsto.

Antecedente y movimiento inmediato de los invasores

Tomado el puerto de Pisagua, desde cuya playa sube en zigzag el FFCC la elevada pendiente de mas de 500 metros de una acantilado de arena hasta la estación de Hospicio -que hace penoso o imposible el desplazamiento de cualquier individuo o acémila que quiera hacerlo fuera del camino de hierro- las tropas en retirada no destruyeron la máquina desalinizadora de agua, los equipos, locomotoras y cuanto material ferroviario hubo de servir posteriormente al enemigo para trasladar su efectivo, cómodo y concentrado, hasta su emplazamiento en la aguada de Dolores, en la pampa del Tamarugal donde el comando chileno optó por no avanzar más, pues quedaba a expensas de los informes de las avanzadas de exploración que tuvo que desatacar al sur y posteriormente al norte, puntos por donde se esperaba la aparición del enemigo.

Plan aliado

Simple en su concepción, en lo fundamental tomar al ejercito chileno en tenaza con las tropas del norte al mando del capitán general de Bolivia, Hilarión Daza y las del general en jefe del ejercito aliado del sur don Juan Buendía para converger en San Francisco, había sido generado en Arica por el estado mayor aliado. Con ello se esperaba dar rápida cuenta del invasor que estaba intentando formar cabecera para sostener la incursión del grueso de sus tropas dentro de Tarapacá para cuyo resguardo tenía considerable reserva en Hospicio, Jazpampa y Pisagua, contaba con este último la puerta de entrada que acababa de conquistar y la posesión de los pozos de agua de el Porvenir y de Dolores, vitales en aquellas dilatadas pampas. En consecuencia, el dominio de los pozos era punto táctico de prioridad.

Aquí los hechos con algún detalle que pudiera servir a un investigador acucioso:



General de división Juan Buendía y Noriega


Aguada de Dolores, pampa del Tamarugal, Tarapacá, 19 de noviembre de 1879

De pronto una visión; desde el sureste, por el camino que viene por un lado de la lomada de Chinquinquiráy, una tenue polvareda se levanta y mantiene flotando en aquella fría madrugada sin brisa; sobre ella está puesta la atención de los soldados chilenos que interrumpen sus turnos para beber de las aguas salobres en el pozo de la aguada de Dolores. Hacia aquella aparición dirigen ahora la vista con expectación.

Se acerca un ejército. De serlo, éste sería el segundo encuentro con tropas peruanas y bolivianas ahora en mayor número y mejor disposición; el primero había tenido lugar algo más de una semana en el desembarco y toma del puerto de Pisagua. Del éxito sobre ellas dependería proseguir el avance en territorio tarapaqueño o reembarcar apresuradamente, bajo el peligro de ser derrotado.




















General Erasmo Escala y Coronel Emilio Sotomayor

Los regimientos chilenos dotados de las tres armas habían desembarcado en Pisagua con no poco esfuerzo; la magra guarnición del puerto contuvo y rechazó el desembarco en varias oportunidades bajo el fuego sostenido de las baterías navales de grueso calibre hasta llegar al límite; en este proceso el invasor tuvo 240 bajas entre muertos y heridos. Los aliados 1,200.

Esta batalla duró cinco horas, desde la toma de la playa hasta la pelea final en las estribaciones altas anteriores a Hospicio. Conseguidos sus esfuerzos apoyados por los fuegos de la armada los asaltantes tomaron el puerto el 2 de noviembre para luego ser trasladados a la alturas usando el FFCC que se halló intacto; entonces para no aventurase adentraron en la pampa del este y en previsión a cualquier sorpresa quedaron al vivaque en Dolores guarneciendo las inmediatas alturas de los cerros Tres Calvos y San Francisco que se levantan a la vera del camino que viene de Arica y conduce a Iquique.

Allí aguardan desde el día 10. Entre las fuerzas de desembarco habían legado los nuevos regimientos Buin, tercero y cuarto de Línea y los batallones Atacama y Zapadores. Todas estas tropas mandaban el coronel Emilio Sotomayor en dependencia del general Erasmo Escala que con la reserva aguardaba al oeste en Jazpampa y Hospicio

Plan chileno y acción de Germania

El día 6 de noviembre unidades de avanzada de la caballería chilena destacadas desde Dolores, conducidas por el cívico con el grado de teniente coronel, Juan Francisco Vergara, de exploración al sur de la pampa, habían sorprendido al escuadrón aliado formado por 90 jinetes, 46 del Húsares de Junín No. 1 y 44 del regimiento boliviano Bolívar No.1 de Húsares que venía desde Iquique en largas marchas por Pozo Almonte con dirección a Pisagua, vía Agua Santa, al mando del teniente coronel peruano Sepúlveda. Este militar después de tomar breve contacto con las tropas del general Buendía continuó su avance hacia su destino. Al llegar a la oficina de Germania, el jefe del destacamento dispuso las seguridades de ordenanza para descansar las agotadas tropas a las que se ordenó en parte desmontar y desensillar.

Avisado por los vigías de la presencia del enemigo, Sepúlveda dispuso la defensa de sus jinetes una parte a pie y la otra a caballo y se comprometió en un vigoroso esfuerzo contra tropas de caballería que fueron apareciendo por los flancos; finalmente copados se produjo el exterminado de ese valiente escuadrón, por fuego cerrado de las carabinas chilenas y su crecido número. Los jinetes peruanos sólo tenían sable, los bolivianos únicamente fusiles y tuvieron que batirse a caballo a culatazos. Los heridos fueron repasados y los prisioneros fusilados. El comandante Sepúlveda del Perú y Soto de Bolivia se contaron entre los muertos en batalla.


Germania

Vergara retornó a Dolores y dio cuenta de su hazaña. Por esta acción se conocía desde entonces que el grueso aliado se concentraba en algún punto al sur del extenso territorio, sin saber cuál. Sotomayor, como quiera que también había sido informado de la presencia de tropas enemigas en Tana, es decir al norte con dirección a la quebrada de Camarones, decidió enviar nuevamente a Vergara para esa exploración.

Para asegurarse de cualquier sorpresa, el jefe chileno destacó unidades de caballería de avanzada para explorar el territorio y conocer la posición del enemigo lo más al sur que les fuese posible. Así, la columna chilena al mando del capitán Barahona alcanzó la estación de Dibujo y creyó ver alguna concentración de tropas enemigas por el lado de Negreiros. Entonces apresuró su regreso y dio parte a su comando, a las 8 de la noche.

Preocupado Sotomayor y dentro de la mayor incertidumbre respecto de la forma en que debería proceder telegrafió al general Escala y a su hermano, a la sazón el ministro de guerra en campaña, Rafael Sotomayor, este mensaje:

Dolores, noviembre 18, 8 de la noche.- El capitán Barahona que “estaba de avanzada” en Agua Santa, anuncia presencia del enemigo en esa localidad. Esta noche hago salir al 4, de línea a Santa Catalina, lugar conveniente para esperarlo, y seguiré preparando la tropa para conducirla.- Sotomayor

Poco después telegrafiaba al general Escala: “Al General en Jefe.- Hospicio. 18 de noviembre, 12 y 40 de la noche.- El enemigo lo tenemos encima; marcho con mi tropa a Santa Catalina.- Sotomayor

En consecuencia, el coronel Sotomayor dispuso que una parte de las tropas a sus órdenes se trasladaran a la pampa; este subescalón lo puso al mando del coronel Domingo Amunátegui, quien partió a las 9 de la noche, con el regimiento 4º de línea, dos escuadrones de cazadores y 8 piezas. Más tarde para reforzar la primera avanzada envió en alcance de aquella al batallón Atacama, que salió de San Francisco a las 11 de aquella noche y alcanzó Santa Catalina a las 2 de la mañana. A la 1 de la mañana, no satisfecho con el primer refuerzo despachó al mismo destino a los batallones Buín y Navales. Tal era su inquietud.

Pero de pronto tuvo noticia casual que los aliados habían continuado su marcha al norte la misma noche que Barahona creyó verlos concentrados en Negreiros, lo que ponía en serio peligro a los escalones que había enviado hacia Santa Catalina; en consecuencia con la misma precipitación dispuso deshacer la operación por escalones para evitar el inminente desastre y por el contrario concentró sus fuerzas en San Francisco.

Concentración en Santa Adela

El general Juan Buendía, atendiendo los planes generales impartidos por el comando aliado en Arica se encontraba con base en Santa Adela, localidad de la pampa al noreste de Iquique, inmediatamente después de Pozo Almonte, punto final del FFCC a Pisagua en pleno Tamarugal. Para cumplir con la orden concurrente destacó agentes por los caminos del interior y del desierto para tomar contacto con el general Daza que venía con las tropas bolivianas procedentes de Arica, igualmente despachó emisarios al general Narciso Campero que operaba con la quinta división de Bolivia en la frontera con la provincia de Tarapacá.

Después de algunos días recibió nota de Campero que ofrecía converger al teatro de operaciones en la segunda quincena de noviembre. De las tropas de Daza, prevista en Tana para el 16 y formalizada por nota del general Prado, no se sabía nada. Para no dañar el plan de convergencia Buendía decidió adelantarse al norte al atardecer del 16 de noviembre.

Marcha al norte

Buendía que había estado presente en el ataque de Pisagua, calculaba que los chilenos habrían organizado una importante avanzada al este, con seguridad hacia Dolores, por cuanto allí estaban las aguadas de el Porvenir y la de Dolores, puntos vitales para el vivaque; en consecuencia decidió marchar sobre aquella posición inmediatamente llegaron las fuerzas bolivianas. Llegados que fueron los aliados, emprendió la marcha al norte como hemos informado el atardecer del 16.

Para el efecto, dispuso que sus fuerzas emprendieran la marcha de Santa Adela al norte adoptando una formación que permitía tomar el dispositivo de combate rápidamente. La conformaba una vanguardia en dos escalones de marcha en dos columnas paralelas al mando del coronel boliviano Lavandez, formada de las compañías bolivianas Illimani, Ollaneta y las peruanas Dos de Mayo y Zepita que deberían desplazar en guerrilla con lo que garantizaba una zona de protección.

El grueso fue organizado en tres escalones de marcha. Cada uno en tres columnas paralelas para evitar el embarazo del desfile en profundidad.

El primer escalón, a órdenes del general Bustamante, con el que marchaba el general en jefe, formado por la cuarta división peruana Vanguardia del coronel Pastor Dávila; la sexta Exploradora del coronel Mori Ortiz; la primera división boliviana del general Villegas; 6 piezas de artillería y 2 escuadrones.

El segundo escalón, a órdenes del coronel Suárez, formado por la primera división peruana del coronel Velarde; la tercera boliviana del general Villamil; 12 piezas de artillería al mando del comandante general del arma, coronel don Emilio Castañón Pasquel.

El tercer escalón, a órdenes del coronel Cáceres, formado por la segunda y tercera divisiones peruanas del mismo Cáceres y el coronel Bolognesi, respectivamente; seguía la caballería peruana.

Detrás del tercer escalón iban los bagajes, víveres y el agua, transportados por 130 carretones y varios convoyes que marchaban independientes del ejército conducidos por arrieros en largas recuas de mulas.

El 17 por la mañana el ejército llegó a Pozo Ramírez, a media distancia entre Pozo Almonte y Agua Santa y en la tarde prosiguió hasta Negreiros, punto que alcanzó el 18. De allí destacó alguna tropa de caballería hacia la cercana oficina de Dibujo en previsión de la aproximación del enemigo.

En efecto, la avanzada chilena del capitán Barahona que había sido destacado de Dolores con un escuadrón del regimiento Cazadores a Caballo llegó a Dibujo al atardecer del 18, con el propósito de establecer un campamento para el regimiento y pudo distinguir las avanzadas aliadas y el grueso de ellas en Negreiros. Recibió algunos tiros y volvió precipitadamente grupas para dar cuenta a su cuartes de haber descubierto al ejercito de Tarapacá. El emisario que despachó por delante entregó el parte a Sotomayor a las 8 de la noche.

Pero este hecho la noche del 18 al 19, los aliados decidieron tomar precauciones y no continuar la progresión por la vía o camino real sino hacerlo en paralelo y se dispuso abandonar la relativamente cómoda para proseguir por senda extraviada por el noroeste encubriendo el movimiento por las lomas que se alzan por ese lado.

Esto hizo muy difícil la progresión extenuando hombres y bestias causado por un terreno de extensa explotación salitrera que presentaba numerosos pozos y hondonadas donde caían hombres y bestias, con dificultad para salir de ellos. Los soldados que no habían renovado uniforme y calzado herían los pies casi descalzos con los agudos guijarros de una zona levantada a profusión por los calicheros. Al amanecer se reorganizó la marcha, se reorientó la dirección y se continuó al norte por la falda oeste de la lomada del Chinquiquiráy a cuyo flanco oeste corre la línea férrea Agua Santa-Pisagua.

Marcha paralela de las dos fuerzas enemigas

Mientras tanto las tropas chilenas del coronel Domingo Amunátegui, llegaron a las cercanías de Santa Catalina que alcanzó a las 2 de la mañana y se encontraron con los portadores de agua; capturaron a estos arrieros que no habían sido comunicados de la nueva marcha del grueso del ejército y en consecuencia continuaban por ella. Los chilenos quedaron informados de la realidad. Apresuradamente el comandante telegrafió dando cuenta del asunto a su base de Dolores y recibió la orden de replegar en el acto.

Con el temor a cuestas Amunátegui emprendió el regreso desfilando en paralelo con sus enemigos en el mayor silencio posible con el apagado ruido del desplazamiento de sus propias tropas, pero escuchando el fuerte y aparatoso que provenía del otro lado del extenso tabique de las lomas de Chinquinquiráy; así llegó a Dolores en horas de la madrugada del 19.

La tropa aliada, fatigada, hambrienta y sedienta se aproxima a su destino para impedir el avance de esos invasores dentro del territorio nacional; es de mañana muy temprano rayando el sol; las ambulancias, los bagajes y más tarde sus escoltas, siguen a las columnas de la infantería. Cuando hacen su aparición desbocando el Chinquinquiráy, que da frente al San Francisco y ven al enemigo subido en los cerros un fuerte rumor de viril entusiasmo corearon los recién llegados. En las cumbres las cornetas llamaban a generala.

La hueste aliada se acerca en gran número, jefes a caballo encabezaban la marcha, los uniformes blancos de los soldados peruanos con sus quepis y las nuqueras –semejen una visión de legionarios franceses en los arenales de su cuartel en Sidi bel-Abes del Sahara africano- contrastan con los verdes, amarillos y rojos gruesos dolmanes de las tropas bolivianas, sus morriones y largos fusiles Chasepott, entregados en préstamo por el ejército peruano, en reemplazo de otros más antiguos fusiles.

Adversarios frente a frente en San Francisco

Los aliados, sobrepasan los 7000 hombres, proceden de sus lejanos destinos en Iquique, Pozo Almonte, Agua Santa y Negreiros sumados a los aliados ingresados desde la frontera con Bolivia y se dirigen para converger en el único punto de agua de aquellos desiertos, los pozos o aguadas de Dolores y el Porvenir. Las otras posibles fuentes están fuera de alcance, dispersas o no existentes. Aquellas pampas carentes de cursos de agua soportan calores tremendos durante las horas de sol y fríos intensos por la noche.

En contraste con la dura naturaleza, allí habita y crece el tamarugo un recio arbusto de poca alzada sobre el duro suelo, en tierra de salitre; se nutre de las neblinas o camanchacas tempraneras, es decir con esas humedades que vienen desde el cercano mar. Es el único vestigio de vida por ese páramo que ha dado su nombre a esa vastedad que se la conoce como Pampa del Tamarugal.

Toque de cornetas y batir de redobles. Los chilenos han regresado al socorro de sus bases y en las alturas de las dos moles donde por seguridad y táctica se habían hecho fuertes. Se aprestan a resistir el inminente ataque y apuntan sus armas y piezas de artillería colocadas a los bordes de las cimas con dirección a la pampa. Sus enemigos, desfilan a los pies de aquellos cerros en pos de sus emplazamientos de combate, operación que realizan con precisión militar.

Las voces de alto se repiten y los batallones forman con vista al enemigo que corona los cerros, pero con más fijeza en el pozo, precioso y vital en esa inmensidad de arena salobre y cascajo de nitrato a flor de suelo. La creciente luz solar alumbra a los chilenos cada vez con mayor claridad. En cambio los aliados tienen el sol a sus espaldas, una ventaja táctica que fusileros y artilleros conocen de sobra.

El tráfago de hombres, acémilas y equipos que acaba de hacer alto está formado por una modesta caballería y 18 piezas de artillería de campaña, pero columnas nutridas de infantes confundidas con el arrastre de los bagajes, las acémilas, carruajes y el parque. Resulta un cuadro que fatiga la atenta mirada del enemigo apostado en los inmediatos faldeos y cumbres de las eminencias señaladas. Los estandartes y pabellones chilenos flotan en las alturas apenas a la suave brisa con una pesadez que domina el ambiente. En el cerro de occidente, algo más lejano, se distingue a la caballería chilena, formados sus escuadrones en los faldeos bajos.

El quehacer castrense, opera de rutina. Se toca a fajina. Se forma entonces el campamento aliado, los fusiles arman pabellones y columnas de soldados en disciplinado orden y por grupos acuden al broquel de la aguada el Porvenir, el ansiado pozo, para beber del salobre líquido y llenar sus panzonas cantinas o carmañolas. Es su turno.

Saciada la tropa aliada, pasado algún magro rancho descansa la fatiga de la forzada y complicada marcha. Los centinelas y vigías hacen el servicio de rigor. Nada hace ver que los dos ejércitos formados a la vista fueran enemigos en espera de acometerse. Iguales de fatigados y con un sol acercándose al cénit que gravita inclemente sobre nucas, bestias y equipos en aquella aridez impresionante los hermana sin distinción de bandera o rango.

Desde la tienda del general en jefe se convoca a reunión. Un grupo de oficiales de alto rango se hace presente en la principal tienda. El general Juan Domingo Buendía y Noriega saluda a sus comandantes. Lo acompaña el general boliviano Pedro Villamil y el estado mayor conjunto. Se estudia la situación, consulta su ejecución e imparten las primeras disposiciones. Se distinguen los coroneles peruanos Belisario Suárez, jefe de estado mayor; Andrés Cáceres, Francisco Bolognesi, Ladislao Espinar, Leoncio Prado, Justo Pastor Dávila, el jefe de la artillería Tnte. Cnel. Emilio Castañón; el general de brigada boliviano Carlos Villegas, el coronel de igual nacionalidad Donato Vásquez; entre otros.

Algunos oficiales son de la opinión de atacar de inmediato para sacar provecho de esta llegada de improviso. Hay alguna discusión. Finalmente, se ajustan detalles y queda concertado el ataque para las primeras horas del 20 de noviembre; resulta importante dar tiempo a que el presidente de Bolivia general Hilarión Daza al mando de su ejército de Arica, fuerte de 3000 hombres, llegue a estas líneas conforme estaba convenido; es la moción del jefe de estado mayor, el coronel tacneño Belisario Suárez, que ha sido aprobada. Luego se disuelve la junta de oficiales. Cada jefe se dirige hacia su respectivo agrupamiento.


Capitán General de Bolivia Hilarión Daza Groselle

Poco tiempo después una noticia, portada por mensajero, trae la infausta que el general Daza había contramarchado sobre Arica y en consecuencia su ayuda no se daría. Esto produciría un efecto aplastante sobre las tropas bolivianas quienes aguardaban con natural ansiedad la presencia de sus paisanos, asunto que gravitaría en los acontecimientos decisivos.

Por las trece horas, un sargento boliviano, según algunas versiones atendiendo la provocación de un chileno o por una reyerta a boca del pozo hizo un disparo que partió de la aguada de El Porvenir. De inmediato, truena la artillería contraria, esparce la metralla y cunde la alarma.

Otra salva de aquellas piezas silba por los aires y sendos penachos de tierra se elevan dentro del campo aliado. Los oficiales aliados conocedores los detalles y oportunidad del postergado ataque quedan sorprendidos. Enardecidas las tropas bolivianas abren nutrido fuego de fusilaría y las peruanas del Zepita se lanzan a paso de carga sin otro mando que la de sus cabos y sargentos que desorientados en un primer instante por la sorpresa creen que la batalla ha empezado y decididos encabezan el asalto por los irregulares faldeos de su frente; generalizase de esta forma el fuego en la línea oriental del San Francisco.

Ha empezado un asalto espontáneo y reactivo sin capacidad de ser controlado. Se está a punto de librar una batalla accidental y por ello con resultados imprevistos; las consecuencias serían adversas para los atacantes.

Orden de batalla

Chile

Ejército de Operaciones del Norte, coronel Emilio Sotomayor Baeza;
jefe de estado mayor, coronel Arístides Martínez.

División de la Derecha, coronel Martiniano Urriola.
RI 1° de Línea Buin, teniente coronel José Luis Ortiz (8 compañías)
Batallón Cívico de Artillería Naval, coronel Martiniano Urriola (4 compañías)
Batallón de Policía Municipal Valparaíso, teniente coronel Jacinto Niño (3 compañías)
1° Brigada RA N° 21°/1° Batería, capitán Eulogio Villarroel.
2°/1° Batería, capitán, Roberto Wood.

División del Centro, coronel Domingo Amunátegui.
RI 4° de Línea, coronel Domingo Amunátegui (8 compañías)
BI Cívico Coquimbo, teniente coronel
Alejandro Gorostiaga (4 compañías)
BI Cívico Atacama, teniente coronel Juan Martínez (4 compañías)
3° Brigada RA N° 2, mayor Juan José de la Cruz Salvo.
1°/3° Batería, capitán Pablo Urízar (8 pz.)
RC Cazadores a Caballo, teniente coronel Pedro Soto Aguilar (3 compañías)

Compañía de Granaderos a Caballo.

División de la Izquierda, teniente coronel Ricardo Castro.
RI 3° de Línea, teniente coronel Ricardo Castro (8 compañías)
RA N° 2, teniente coronel José Velásquez Bórquez.2° Brigada RA N° 2, mayor Benjamín Montoya.
1°/2° Batería, capitán Santiago Frías (4 pz., 1 ametralladora)
2°/2° Batería, capitán Domingo Carvallo.
Compañía de Cazadores a Caballo

Agrupación de pontoneros y otros, mayor Juan Larraín (1 compañía)
Total del efectivo: 6000 hombres.

Artillería: 38 cañones Krupp de montaña.

Alianza

Ejército del Sur, general de división Juan Buendía Noriega; jefe de estado mayor, coronel Belisario Suárez.

Agrupación Oeste, coronel Belisario Suárez.
I División EP, coronel Manuel Velarde.
BI Cazadores del Cuzco 5° de Línea.
BI Cazadores de la Guardia 7° de Línea.
III División EP, coronel Francisco Bolognesi Cervantes.
BI Ayacucho N° 2.
BI Guardia de Arequipa.
III División ejercito de Bolivia, general Pedro Villamil
BI Aroma 2° de Cochabamba.BI Vengadores 3° de Potosí.
BI Victoria.BI Colquechaca.
RC peruano Húsares de Junín N° 1.

Agrupación Este, general de división Juan Buendía.
IV División Vanguardia, coronel Justo Pastor Dávila.
BI Puno 6° de Línea, coronel Rafael Ramírez.
BI Lima 8° de Línea, coronel Remigio Morales Bermúdez.
VI División La Exploradora, general de brigada Pedro Bustamante.
BI Provisional de Lima 3° de Línea.
BI 1° Ayacucho N° 3, coronel Leoncio Prado Gutiérrez; capitán Luis Herrera Zaconetta, en la 5 compañía de este batallón de infantería.
I División ejército de Bolivia, general de brigada Carlos Villegas.
BI Olañeta 2° de Cazadores de la Guardia.
BI Paucarpata 3° de La Paz.
BI Dalence 1° de Oruro, coronel Donato Vásquez.
RC Guías N° 3 EP.

Escuadrón Castilla del ejército peruano.

Batallón de Artillería de Campaña, teniente coronel Emilio Castañón.

RC Húsares de Bolívar N° 1 ejército de Bolivia.

Reserva, coronel Andrés Cáceres Dorregaray.

II División EP, coronel Andrés Cáceres Dorregaray.
BI Zepita 2° de Línea.
BI Dos de Mayo.

Total del efectivo: 7400 hombres.


Batalla de San Francisco. Primer plano Estado Mayor aliado sobre el cerro San Bartolo

La infantería aliada es superior en número, 7400 soldados peruanos y bolivianos contra 6000 chilenos, los primeros con 18 cañones de bronce de avancarga contra 38 modernas piezas Krupp del adversario. Los chilenos ocupan las cimas norte y sur del cerro San Francisco, su altura e inclinación constituye una plaza prácticamente inexpugnable, mientras que los aliados dominan las faldas del cerro. Más atrás ocupan también cima y faldeos del cerro Tres Clavos, separado del primero por el paso llamado La Encañada.

Decíamos, que el disparo aquel y la respuesta de una pieza chilena pone en acción espontánea y reactiva al batallón boliviano Dalence que rodilla en tierra dispara contra la cima mientra el batallón peruano Zepita se lanza a la carga rumbo a las alturas; acostumbrado a los ataques frontales este batallón peruano es uno de los más avanzados asaltantes y en consecuencia quien recibe fuego de frente pero también el nutrido de su propia retaguardia de los fusiles bolivianos que disparan sin haber ajustado las alzas de sus rifles y por ello golpean mortales las espaldas de los valientes de Cáceres.


Pieza de campaña de bronce, La Hitte, de avancarga



Croquis de la Batalla de San Francisco

Rehechos de momento de la sorpresa los oficiales aliados corren en pos de sus unidades y de alguna forma pretenden dirigir aquel imprevisto ataque gritando órdenes y voces que no son del todo atendidas; pese a ello marchan sobre el enemigo.

La artillería chilena del mayor Juan de la Cruz Salvo, dispara sin cadencia y con apresuramiento; tomada también por la sorpresa, reacomoda una y otra vez sus cureñas con dirección a las columnas enemigas en la pampa que ya suben la cuesta. Tropas de infantería acuden a los bordes de los declives y disparan vigoroso y certero fuego de fusil y ametralladora que en principio no es contestado por los asaltantes empeñados en trepar a la carrera. La artillería aliada al mando del coronel peruano Castañón se esfuerza para cubrir las avanzadas.

Se refuerza el frente enemigo con numerosa tropa que acude a los puntos de contacto. Hay una rotura de la defensa chilena a golpe de culata y punta de bayoneta. Un momento sostienen los asaltantes su ganada posición con vigor y denuedo pero pronto son sobrepasados por el socorro enemigo que llega en cantidad y fuerza. No ha y apoyo y se retrocede.

Se repite varias veces este ataque sin mayores resultados y gran pérdida del efectivo. Los cañones chilenos, utilizaban el mortal grapeshot o metralla, con la que hieren a veces compañías enteras. Los peruanos del Zepita, del Ayacucho y los bolivianos del Olañeta e Illimani, continúan avanzando resueltamente por el oeste, mientras la división de ataque formada por los batallones Puno número 6 y Lima número 8, lo hacen por el centro apoyando los fuegos de la división ligera y disparando contra los batallones Coquimbo y Atacama. Al mismo tiempo el batallón 3 de Ayacucho, al mando del coronel Leoncio Prado se despliega en guerrilla al pie del cerro y abre fuego contra los batallones del Valparaíso, del 2do, 3ro y 4to de Línea.

El ataque de Espinar

En estas circunstancias confusas del todo contingentes, de pronto, por un recodo del lado suroeste del San Francisco, un jinete peruano caracolea su caballo sobre el que llueve plomo, la noble bestia mortalmente herida trémula se desploma. Sin embargo nuestro hombre ha llegado y observa con rápida mirada la entrada de un corte algo profundo que lleva a las alturas, es un estrecho desfiladero oculto, abrupto y de empinado desarrollo; sin vacilar sube con dirección sinuosa en pos de la cumbre seguido de sus soldados; es la visión de un emir árabe, así parece por el atuendo que semejan un albornoz y las botas. De esta forma, cuatro compañías del Zepita, al mando del comandante Ladislao Espinar Carrera ejecutan una carga espectacular cuesta arriba que les permite alcanzar la cumbre del empinado cerro, por donde no los esperan.

El teniente coronel peruano del arma de artillería, jefe de las ambulancias, las había dejado para tomar la iniciativa en este ataque, sable en mano seguido de sus bravos en ese vigoroso empuje sorpresivo trepa por aquél flanco que los chilenos, al creerlo inaccesible, había dejado negligentemente desguarnecido. Encimado el cerro los peruanos caen sobre una batería y dan cuenta de todos sus sirvientes. Las piezas son tomadas; es un momento decisivo: ahora es necesario volver las bocas de fuego y batir al enemigo.

Enmudece ese lado para sorpresa chilena.

Se necesita empero mantener la conquista peruana y se llama refuerzos de aquellos dispersos que corren por el llano. Pronto, el mando enemigo al darse cuenta de esta delicada situación envía tropa en socorro del puesto capturado; de esta forma, al igual que lo había sido en los intentos por el frente, los asaltantes quedan rodeados sin ayuda defendiendo las piezas conquistadas con el mayor vigor y en espera de refuerzos… pero estos no llegan y el valiente coronel Espinar y sus hombres sucumben pelando sin pedir tregua ni concederla. Los últimos sobrevivientes de aquellas compañías peruanas del Zepita se baten cuerpo a cuerpo.

Durante la cruenta batalla pereció un alto número de tropa y oficiales de aquel aguerrido batallón a la par que del Dos de Mayo. El Zepita, contaba con 35 oficiales y 601 soldados al mando del coronel Andrés Avelino Cáceres.

Un jefe chileno del Atacama atestiguó así el valor desplegado por los contrincantes:

"He tenido ocasión de ver a dos soldados muertos, José Espinoza (chileno, de la primera compañía), y un peruano del Zepita; ambos estaban cruzados por sus bayonetas y como si aun no fuera bastante, esos valientes se hicieron fuego, quedando enseguida baleados en el pecho".

Llegan las horas de la tarde y se hace manifiesto el desorden dentro de las tropas bolivianas que abandonan decididas sus puestos contagiando con esa conducta a las peruanas. Nada los persuade ahora, ni la orden ni la amenaza; generalizada la dispersión resultaría ésta la verdadera razón de la derrota, pues pocos fueron los contactos de choque directo entre las tropas enemigas, más bien localizadas conforme se ha descrito.

A las 17:00 horas y en parte por el desbande generalizado de las tropas bolivianas del general Villamil y por el arribo de la división chilena de reserva en Hospicio, del general Escala, la fuerte avanzada aliada colapsó y en horas de la noche debió emprender la retirada, con el fin de fijar otro punto de encuentro. Los chilenos, agotados, no se decidieron a emprender la persecución y se parapetaron en las calicheras.

La artillería y la carga de caballería sobre los dispersos sumado a las sombras de la tarde hicieron posible la derrota de un ejército relativamente más numeroso. Los partes y la historiografía más seria de Chile lo han comentado así. La improvisación una vez más había sido fatal.

Los oficiales peruanos con los dispersos que pudieron reunir, dentro de espesas sombras de la tarde sumada a la camanchaca, ponen dirección en un primer momento hacia Tiliviche, donde podrían recuperar fuerzas y ofrecer nuevo campo de batalla al enemigo pero extraviados por la neblina imperante deciden marchar a las alturas de Tarapacá. Los bolivianos, sin mayor objeción, con dirección a las de Oruro; la guerra había terminado para esos aliados del gélido altiplano que conservando el vigor taciturno propio de la raza colla, sin volver las cabezas se perdieron en la oscuridad rumbo a su patria y hogar donde pertenecían.

El frío se enseñoreaba para entonces. El general boliviano Hilarión Daza jamás llegó a la batalla; por razones extrañas a la conducta militar ordenó a sus tropas el regreso a La Paz. Esta conducta sería la causa de su deposición y su reemplazo por el general Narciso Campero que asumió la presidencia de Bolivia.

Empero, ocho días después, el 27 de noviembre, las tropas peruanas recientemente llegadas a Tarapacá celebraron una importante victoria. Fue un ejemplo del esfuerzo de la infantería sobre tropas en mejor disposición y adecuadamente pertrechadas.

Parte peruano de la acción de San Francisco

Se publica completo, por la importante apreciación de los hechos.

Estado Mayor General del Ejército del Sur.

Tarapacá, noviembre 23 de 1879.

B. S. G.:

Más que el parte de la acción de armas que tuvo lugar en el cantón de Santa Catalina el día 19 del presente, tengo que dar a V. S. cuenta de la situación de las fuerzas y de las diversas causas que la han creado, no obstante los esfuerzos de este E. M. G. para evitarla.

Como lo que hoy acontece, tiene en los primeros días de la campaña y en la manera como se ha dispuesto, una generación que debe buscarse para encontrar sentido a los sucesos últimos; como este parte tiene que servir de base al juicio del ejército del Sur ante el país y ante la historia, he creído de mi deber y se ha de servir V. S. permitirme abandonar, hasta cierto punto, la fórmula de esta clase de documentos y dar a este un carácter tan excepcional, como lo son los hechos que deben prestarle materia.

Coronel Manuel Belisario Suárez y Vargas, jefe del EMG

La función de armas del 19, presentada aisladamente, sería de imposible explicación, que envolvería en una atmósfera de dudas y sospechas el crédito de la nación y su ejército; pero ese mismo suceso, colocado en su propio lugar, iluminado con el auxilio del cuadro entero de la situación a que ha servido de desgraciado pero natural e inevitable término, deja en su sitio que, venturosamente para el Perú, lo es de los menos honrosos, el patriotismo, el valor y la honra de nuestros soldados, cruzados en su marcha de triunfo y extraviados en uno de los movimientos estratégicos más valientes y justos que puedo ofrecer la memoria de las combinaciones militares.

La toma de Pisagua el 2 de noviembre, cambió fundamental y violentamente la manera de ser del ejército que defendía Iquique, le trazó aritmética e improrrogablemente los días para perecer de hambre, para deber la subsistencia a la victoria o para abrirse, al menos, paso en busca de una comunicación indispensable y por todas partos cerrada, con S. E. el director de la guerra y el resto del país de que muy pronto iba a quedar aislado. Sin embargo de ser indudablemente esa única la línea de conducta, ni V. S. ni el que suscribe, ni el ejército pensaron adoptar en nombre de la necesidad; muy al contrario, si se deliberó fue solo para buscar el camino a las filas contrarias o el lugar más conveniente para el sacrificio, que todos aceptaron con alegre resolución. Recuperar Pisagua, en cuyo suelo se profanaba el de la patria, o conservar Iquique ya solo por su título de cuartel general, era lo que debía decidirse; tanto V, S. como el que suscribe hicieron diferentes consultas a S, E, el capitán general de Bolivia y a su jefe de vanguardia, sin obtener contestación, sin ver llegar de esas filas, ni el aviso ni la combinación, ni el plan que se esperaba. La marcha estaba mandada, y se emprendió sin recurso alguno, porque aun cuando el Gobierno tiene celebrado con señores Puch, Gómez y Cia. un contrato de provisión de carne, en el cual de ha pasado sobre lo excesivo del precio en cambio de la seguridad del suministro, se ha visto del todo burlada esa previsión en el momento en que debió lograrse el fruto de ese sacrificio aceptado solo a tal precio; y la provisión que fue regular mientras la residencia en los pueblos la hizo innecesaria, se suspendió en los días mismos en que debíamos confiar en esa seguridad que creíamos deber a la no pequeña retribución del fisco. Salió el ejército, como a V. S. le consta, casi desnudo, muy próximo a quedar descalzo, desabrigado y hambriento, a luchar, antes que con el, con la intemperie y el cansancio durante la noche, para evitar en las pampas el sol abrasador, y, en una palabra, con el equipo que al principio de la campaña era ya inaparente para emprenderla, porque ninguno de los pedidos que V. S. y este despacho han reiterado, fue satisfecho en los siete largos meses de estación en Iquique.

Por fin, el 18, sin brigadas, sin elemento alguno de movilidad proporcionada al ejército, porque el señor coronel inspector de campo don Manuel Masías se retiró dejando como única huella de su actividad las cenizas de los almacenes de Agua Santa, emprendimos sobre el enemigo, después de probar en un ligero choque con la primera avanzada chilena que se nos presentó, la entusiasta decisión de los soldados. Al amanecer el día 19 avistamos los parapetos de San Francisco, artillados y defendidos por lo mejor, sin duda, de las tropas contrarias, que habían de ellos el centro de sus operaciones sobre las oficinas y la línea férrea. Consultado con V. S. las condiciones de nuestra fuerza, convinimos en estudiar la intención y posición de los enemigos, avanzando algunas divisiones y estableciendo la línea hasta dejar dentro de ella el agua, lo que conseguimos a poca costa, posicionándonos convenientemente y en situación de tomar con seguridad y calma las medidas más apropiadas, a medida que se desarrollaran los acontecimientos. Este movimiento, ejecutado con una precisión y un orden admirables, puso de nuestra parte todas las ventajas porque habíamos logrado elegir nuestro campamento y la libertad de acción que permite adoptar y seguir un plan.

En este estado, ordenó V. S. que se le enviaran una división de infantería, un regimiento de caballería y seis piezas de artillería para unirla a la división de exploración y a la primera brigada de la primera división del ejército aliado, y que el que suscribe, con el cuerpo de ejército que quedaba a sus órdenes, atacara la posición por el flanco izquierdo, mientras lo verificaba V. S. por la derecha. Posteriormente y a instancias mías, se resolvió emplear lo que quedaba de la tarde en dar a la tropa el alimento debido y descanso necesario para emprender un ataque con todas las probabilidades de éxito, y el que suscribe comunicó esta determinación a los jefes superiores, y habló a la tropa que estaba a sus inmediatas órdenes, que lo recibió alborozada y entusiasta.

La jornada había concluido por ese día y me retiraba a dirigir y presenciar el reparto de las raciones, cuando los primeros tiros del cañón enemigo y un vivísimo fuego de fusilería, me obligaron a regresar a las posiciones avanzadas, en las cuales, sin orden alguna, se había comprometido un verdadero combate. Las columnas ligeras de vanguardia organizadas en días anteriores, escalaron el cerro fortificado y no, tardaron en seguirlas los cuerpos de la división Vanguardia; el batallón Ayacucho, de la de Exploración y algunas otras fuerzas de la división primera. Ese ataque, visto solo como un esfuerzo del valor, como un fruto de la resolución más decidida y heroica, honra el valor e las armas nacionales. Tres veces ganaron nuestros valientes la altura y desalojaron a los artilleros apoderándose de las piezas bajo el fuego de los Krupp, de las ametralladoras y de una infantería muy superior defendida por zanjas y parapetos; pero las fuerzas del ejército aliado en completa dispersión, sin orden, sin que nada autorizara ese procedimiento, rompieron un fuego mortífero para nuestros soldados e inútil contra el enemigo.

El campo se cubrió de esos soldados fuera de filas que disparaban desde largas distancias, avanzaban a capricho o escogían un lugar para continuar quemando sus municiones sin dirección ni objeto; en cada sinuosidad del terreno, tras de cada montón de caliche y aún en cada agujero abierto por el trabajo, había un grupo que dirigía sus fuegos sin concierto, sin fruto y produciendo un ruido que aturdía y confusión que no tardó en envolverlo todo. V. S. como yo, como todo el personal de nuestras inmediatas dependencias tuvo que contraerse a contener ese desborde, y aún cuando yo intenté dirigir la altura, el ataque en que estábamos empeñados, ya que sin plan, con ejemplar denuedo, enseñaba al enemigo a respetar nuestra bandera, que se señoreaba de sus parapetos; pero tuve que abandonar con bien ese empeño a ruego de los soldados heridos por la espalda mientras combatían denodadamente.

Mientras tanto, sordos a la corneta, indóciles al ruego, a la amenaza, a la exhortación y a todo, los soldados bolivianos sin jefes, continuaban su obra con la precipitación y frenesí propio de quien no tiene otro objeto que hacer incontenible el desorden.

La conducta de las divisiones bolivianas, que hicieron irreparable la primera imprudencia, que nos improvisaron un campo de batalla inesperado y más digno de atención que el del enemigo, plan inicuo preparado desde la introducción en nuestras tropas de ciertos hombres han necesitado infamar a su país para hacer surgir sus aspiraciones personales, en medio de la ofuscación que debe producir en los espíritus un desastre lejano y cuyo colorido dependerá de la intención con que se lo presenten sus mismos autores. Ambiciones que han llegado al paroxismo y que nada respetan, se dieron cita en el mismo batalla para exhibir ante su patria, como obra de la mala dirección del ilustre Presidente de la República aliada, lo que no ha sido su propia obra: el valor, el patriotismo mismo de esos soldados les ha servido de elementos de seducción y, contando con ellos, es que se ha preparado y consumado el descrédito de la propia patria, y una infidencia sin nombre a la alianza que, con tan noble y abnegado celo, representa y consolida con sus virtudes cívicas el capitán general de ese ejército que hemos visto tan fuera de su centro e impulsado a la fuga en nombre de los intereses del país que tan alevosamente se han falsificado.

Es triste consignar tan deplorable extravío; pero debe constar que no hemos emprendido una retirada ante las fuerzas chilenas, incapaces de abandonar sus parapetos y reducidos a la actitud más estrictamente defensiva, sino que vimos surgir la desmoralización en nuestras filas y hemos sido víctimas del golpe acertado por la perfidia contra dos naciones y contra un principio de trascendencia continental, a favor de la confianza de nuestros campamentos.

Nuestra artillería, que desde el principio se distinguió por sus aciertos, contuvo la tentativa de ataque a los chilenos en los últimos momentos. Cerró, al fin, la noche y el ejército peruano, moral, unido y dispuesto con igual ardor a los combates, se encontró con el incalificable abandono de la caballería que se retiró en masa del campo de batalla, sin tomar parte en la acción, sin que hasta ahora se conozca el lugar a donde se ha dirigido, ni los motivos de esa fuga que mutiló un ejército y favoreció la dispersión del otro, dando un funesto ejemplo a todos y manchando el lustre de nuestras armas, que habían brillado imponentes sobre las fortificaciones enemigas.

La postración propia de tan penosa jornada después e tres días de sed, de vigilia, hambre, y más que ella la perspectiva de la falta absoluta de recursos, porque hasta el agua exigiría encarnizados y estériles combates, nos obligaron a coordinar un cambio de posición, donde sin estos inconvenientes se preparara el verdadero combate, conforme al plan que cruzaron la deslealtad y la impaciencia. Se acordó pues dirigir la marcha a Tiliviche, satisfacer allí las necesidades de la tropa que todo aseguraba pero el guía general del ejército José Cavero, perdió su bestia, muerta en el combate, y aquellos a quienes que tuvimos que confiarnos y la densa neblina, nos extraviaron haciéndonos girar en un círculo vicioso que nos condujo seis veces al frente del campamento enemigo, sin ninguna hostilidad de parte de él; teniendo por último que llegar a esta capital, después de dos penosísimas marchas. Fue en la primera jornada donde tuvo lugar la pérdida de la artillería, y el comandante general del arma la explica en estos términos: “Creyéndose abandonados los artilleros y expuestos a caer de un momento a otro en manos del enemigo, que podría llegar por la línea férrea, muy inmediatos de la cual estábamos, resolvieron inutilizar el material, clavando las piezas, destrozando las ruedas, cajas de munición y retirando, en fin, las mulas que pudieron quedar en pie después de dejar su carga; de todo esto solo tuve conocimiento horas después, en que reuniéndose a mí el comandante de la brigada, mayor Puente, me informó de lo ocurrido”.

En acápites anteriores decía el mismo comandante general previendo lo que sucedía más tarde. “En este estado de indecisiones resolví volver a mi campo donde dispuse lo necesario para dormir allí, y creyendo algún asalto nocturno, ordené al mayor, comandante de la brigada, hiciera alistar punzones y arponados para que, en caso inevitable, clavaran las piezas y continuara la defensa con los mosquetones, parapetados en el carrizal más inmediato a retaguardia”.

La desaparición total del ejército boliviano y la existencia del nuestro, sin más que las pérdidas del combate, horroroso testimonio de nuestro valor, y las muy pocas producida por la fatiga, garantizan la moralidad y abnegación probada de nuestras tropas en el peligro.

Los partes divisionarios que completan éste, darán a V. S. más detallado conocimiento de las operaciones de cada cuerpo, y las relaciones que les servirán de anexos perpetúa la conducta de los que faltaron a su deber, abandonando las filas, y reclaman el castigo que merece esta traición, primero a la patria, después al ejército de que forman parte.

Sírvase V. S. dar a este oficio el giro correspondiente: por mi parte solo debo agregar que con excepción de los anotados en la lista de faltas, los señores jefes y oficiales de este E. M. G. del ejército, y la tropa del Perú, han cumplido patrióticamente su deber, mereciendo especial mención el jefe de la sección de estadística don Eulogio Seguín, que sin pertenecer al ejército me ha servido de ayudante, recorriendo la línea con notable valor, contribuyendo a los esfuerzos comunes para reorganizar la fuerza aliada que se desbordaba. V. S. ha podido ciar por si mismo la conducta de las divisiones, pero no puedo menos de hacer especial mención de la 2a y 3a del ejército, que nombrada de reserva mantuvieron ese puesto con ejemplar serenidad y disciplina verdaderamente militar en medio del fuego enemigo, sin ceder ni a la exaltación natural que produce el peligro y la efervescencia del comba-te.

Las relaciones de muertos y heridos, son desde luego incompletas por el desorden de la ocasión y por las causas a que puede atribuirse la desaparición de algunos de los que aún no se incorporan.

Dios guarde a V. S.

Belisario Suárez


Ladislao Espinar Carrera

Nació en ciudad del Cusco el 16 de mayo de 1842; encontraría la muerte en el cerro San Francisco, en Tarapacá, el 19 de noviembre de 1879. Para entonces había alcanzado el grado de teniente coronel. Hijo del coronel don Fernando Espinar y de doña María Josefa Carrera; el padre, ciudadano panameño, vino al Perú como médico de cabecera de Simón Bolívar.

Hizo sus primeros estudios en el Colegio de La Convención; más tarde en el Seminario de San Antonio. Fue enviado a Inglaterra a proseguir sus estudios.

A su retorno, ingresó al ejército con el grado de alférez de artillería. Radicado en Lima, ascendió en 1865 al grado de teniente. Participó en el combate del 2 de mayo de 1866. Poco después se unió a las fuerzas que enfrentaron la dictadura del general Mariano Ignacio Prado Ochoa, entonces participó en la batalla de Catarindo, cerca de Islay, Arequipa en diciembre de 1867.

Incorporado a la administración pública, dirigió por un tiempo la Escuela de Artes y Oficios, y después accedió a la subprefectura de Azángaro. El 3 de marzo de 1872 ascendió a teniente coronel o comandante e inmediatamente fue enviado a los Estados Unidos a proseguir sus estudios.

Tras su regreso, contrajo matrimonio con la dama chilena Manuela Taforó y Arróspide, con quien tuvo tres hijos: Ladislao, Elvira y Fernando.

Por una fotografía de la familia se muestra haber sido de estatura alta, cuerpo esbelto, rostro ancho y usar bigotes. Su personalidad arrogante tuvo mucho que ver con cierta desavenencia que le mostraron sus jefes. Le asignaron puesto en las ambulancias de la Cruz Roja, sin mando militar; el comandante aceptó lo que consideraba “un humillante puesto para un militar” con tal de estar junto con el ejército y combatir en la región de Tarapacá.

Corolario

El mariscal Andrés Avelino Cáceres diría en 1919, refiriéndose a la batalla de 40 años antes:

Doloroso es el recuerdo, la falta de previsión, el espionaje chileno, la defección de Daza, […], el asalto frustrado, la muerte del comandante Espinar al pie de los cañones…

Al día siguiente de la batalla, en Dolores, un cuerpo del ejército chileno formó frente a una fosa abierta. La salva de ordenanza fue digno epílogo de la sepultura de aquel valiente.

El Batallón de Comandos Nº 19 de la Brigada de Fuerzas Especiales del Ejército del Perú, ostenta su bandera de guerra donde el bordado expresa: Batallón de Comandos "Comandante Espinar" Nº 19.



Fuentes principales:

Historia Militar del Perú. 1935. Coronel de caballería, Carlos Dellepiane. Tomo II.

http://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_San_Francisco_o_Dolores

http://es.wikipedia.org/wiki/Ladislao_Espinar

http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Buendía

Grabados, de INTERNET.

Fotografía del Tnte. Cnel. Ladislao Espinar, en el Cusco. Del autor

11 comentarios:

Luis Enrique Pazos Maldonado dijo...

Apreciado Luis, gracias por tan importante dato histórico.
Es lamentable que las dirigencias políticas de nuestro país no aprendan del pasado.
Es mi deseo tengas un excelente fin de semana.
Abrazos

Luis Enrique Pazos Maldonado

José Abad dijo...

La lectura de este importante hecho histórico me permite reflexionar:

Mejor solos que mal acompañados...

El Perú tenía sus mejores hombres en esta contienda y un apreciable contingente, pero una vez más, malas decisiones, muchas dudas frente a un enemigo ya atrincherado y por lo tanto difícil de expulsar.

Hoy, como ayer, las ambiciones políticas... de poder, están por encima de los intereses nacionales. Lamentable.

José Abad dijo...

Olvidé agradecerle, amigo Luis por tan interesantes relatos. Excelente blog.

José Llatas Román dijo...

LUCHO:
ESTIMADO AMIGO, A UD. NO SOLO LO ACOMPAÑA EL CONOCMIENTO SINO TAMBIÉN LA RAZÓN EN ESTOS TRÁGICOS EVENTOS HISTÓRICOS, QUE DE HABER TENIDO NUESTROS GOBERNANTES UN POCO MAS DE AMOR AL PERÚ, LOS RESULTADOS HUBIESEN SIDO MUY DIFERENTES.

NUESTRA CLASE POLÍTCA NO CAMBIA Y ES IGUAL A LA DE ESOS ASIAGOS MOMENTOS DE NUESTRA HISTORIA, HABRÁ QUE HACER DOCENCIA PARA QUE NO SE REPITA LA HISTORIA.

SALUDOS.

PEPE.

Luis Ruiz Santa María dijo...

Tocayo, tu siempre nos tieners en constante espera sobre tus articulos sobre nuestra patria, como documentos que nos sirva de xperiencia para un mejor actuar en el futuro y hacer grande a este bello país que es el Perú.
saquemos provecho de nuestros errores y sabernos levantar despues de una caída
Luis Ruiz Santa María

Rafael Córdova Rivera dijo...

HERMANO LUCHO..EXCELENTE TU ARTICULO SOBRE LA BATALLA DE SAN FRANCISCO, EN LA CUAL LOS CAÑONES KRUPP CHILENOS DECIDIERON LA BATALLA, AYUDADOS POR LA DEFECCION DE DAZA.

ABRAZOS

Rafael Córdova Rivera dijo...

HERMANO:
A PARTIR DE LA BATALLA DE DOLORES JUAN DE LA CRUZ SALVO SE CONVIRTIO EN EL PATRONO DE LA ARTILLERIA CHILENA

ABRAZOS

Eleuterio Soto Salas dijo...

Antes que nada, un abrazo fuerte Dr. Siabala, siempre estoy al tanto de sus interesantes reportajes, la última sobre la batalla de San Francisco, para los chilenos la "Victoria de Dolores."
Aquí debió comenzar el contraataque a Chile, pero como siempre, algo falló. Todo falla cuando no hay unidad ni conciencia de patria. Hace poco tuvimos un Ministro de Defensa que sin la menor verguenza hizo desfilar un cascarón de tanque como letal arma de guerra, y por último casi se mata y mata a una congesista con un misil "inteligente" tira y olvida.

Bueno, no queda otra, siga usted con sus importantes difusiones, estoy seguro que ayudan a sacarnos la venda que nos enceguece.

Un abrazo fuerte
Eleuterio Soto

Anónimo dijo...

Finalmente, tenho o que eu estava procurando! Eu definitivamente desfrutar de cada pedacinho dele. Ainda bem que eu encontrei este artigo! sorriso que tenho guardado para verificar coisas novas que você postar.

Anónimo dijo...

Me gusta el diseño gráfico y la navegación del sitio, agradable a la vista y buen contenido. otros sitios son demasiado llena de suma

JORGE dijo...

Excelente post que nos debe dejar muchas enseñanzas. Parece que no hemos cambiado mucho desde entonces.