jueves, 3 de setiembre de 2009

La cripta



Cripta de los Héroes de la Guerra de 1879

Incidente diplomático de 1908 entre el Perú y Chile


Lima, martes 18 de septiembre de 1908.- Palacio de Gobierno. Gabinete del presidente José Pardo y Barreda.

El canciller, doctor Solón Polo tiene desde hace media hora audiencia con el presidente Pardo. Hay premura en palacio por atender asuntos de política interna habida cuenta que aquella administración estaba de salida, pero el tema principal en agenda es la propuesta que ha sido comunicada por el ministro plenipotenciario de Chile, señor José Manuel Echenique Gandarillas, recientemente acreditado ante el gobierno peruano, de colocar una placa de bronce en la cripta que el gobierno peruano había erigido en honor de los caídos en la guerra de 1879 y a la que se sumaba Chile.

El ministro quería de esta forma inaugurarse bien y La Moneda había aprobado la iniciativa, en época de acoso a los peruanos en la zona ocupada y como contrapartida la resistencia de aquéllos.

Sin embargo, de la aceptación a ésta o su rechazo, como resultó finalmente, habría de derivar acontecimiento singular con marcado daño para las relaciones entre el Perú y Chile que hicieron eco, principalmente, en 1911 y 1920 con movilizaciones comunes en la frontera, con claras intenciones recíprocas de una nueva guerra entre los dos países. Había pues en aquella manifiesta propuesta diplomática chilena resabios de una situación no concluida y el ánimo del gobierno peruano y su población era claro que no estaban dispuestos para aceptarla.

Antecedentes a la erección de la cripta

La cripta, levantada en el Cementerio General de Lima, fue concebida para el eterno reposo de aquellos combatientes peruanos y su inauguración solemne y concurrida tuvo lugar el 8 de setiembre de 1908, durante el gobierno del presidente José Pardo y Barreda. Obra del arquitecto francés Emilio Robert, reviste hasta hoy, ostensible, la severa majestad de su propósito lo que se puede ver de la hermosa fotografía que exorna este despacho.

Tras su erección, correspondió la ardua tarea de ubicar e identificar principalmente los restos de los militares peruanos que murieron y fueron sepultados en los osarios que se improvisaban en los campos de batalla, específicamente Mejillones y Tarapacá, Intiorco en Tacna, San Juan, Chorrillos y Miraflores, Arica, Huamachuco y San Pablo, amén de otros lugares referidos como tales. La actividad de traslación de los caídos en las jornadas del sur, sepultados en territorio ocupado, había correspondido al gobierno del general Andrés A. Cáceres.

Para conseguir tal propósito, expidió el 3 de junio de 1890, un decreto supremo, por el cual se disponía el traslado al seno de la patria de los restos de quienes sucumbieron en batalla y se comisionó a la flamante cañonera Lima a cuyo bordo llegaron al Callao y a diversas tumbas en el cementerio principal de Lima, ese mismo año.

En el primer nivel fueron colocados los magníficos sarcófagos en mármol que contienen los restos del almirante Miguel Grau Seminario y del coronel Francisco Bolognesi Cervantes, mientras que en el segundo se dispusieron los 246 nichos de los militares identificados, que incluyen los restos encontrados en cinco osarios.

El acto de adhesión chilena a tan laudable acontecimiento nacional lo era también como un gesto de distensión -la ocasión se mostraba propicia de la mejor forma encontrada por La Moneda- para apaciguar momentos de efervescente y exacerbado nacionalismo que confrontaban las dos naciones con relación a la suerte de los territorios peruanos de las provincias de Tarapacá y Tacna ocupados desde 1879, esto es 29 años atrás, gesto con el que decíamos, esperaba hacer su ingreso el nuevo ministro plenipotenciario chileno en momento de aquellos negocios jurídicos tan controvertidos que movían las pasiones populares del Rímac y del Mapocho.

La nota protocolar decía:

"Lima, 16 de septiembre de 1908.- A S.E. el Dr. Solón Polo.- Señor Ministro: El Gobierno de Chile, queriendo asociarse al homenaje que el Gobierno del Perú ha rendido a los ciudadanos que en defensa de su patria sucumbieron en la guerra de 1879, me ha confiado el honroso encargo de depositar una corona de bronce en la tumba que ahora guarda sus restos.

Al transmitir a V. E. este deseo de mi Gobierno que entraña sencillamente una elevada significación moral me permito rogar a V. E. estime oportuno para dar cumplimiento a la piadosa misión con que he sido honrado. Aprovecho con agrado esta ocasión para renovar a V. E... la expresión de los sentimientos de mi más alta y distinguida consideración. (Firmado José Miguel Echenique Gandarillas)"


Coyuntura diplomática


Empero las fechas del magno acontecimiento, su inauguración ya efectuada como explicamos el 8 de septiembre de 1908 y los de la trasmisión del mando al nuevo mandatario, don Augusto Bernardino Leguía Salcedo ganador de las elecciones de 1908, fijado para el viernes 25 de septiembre, escasamente a una semana de tiempo, fueron los motivos para que el canciller Polo contestase alongando su aceptación:

"Lima 17 de septiembre de 1908.- […] En respuesta, me es muy grato expresar a V. E. rogándole se sirva transmitir a su Gobierno los vivos agradecimientos del mío por tan delicada atención.

Una vez que se hagan los arreglos necesarios me complaceré en acordar con V. E. todo lo referente al significativo homenaje que el gobierno chileno quiere tributar al sacrificio de los que ofrendaron abnegadamente su vida en defensa de la patria. (Firmado Solón Polo)
[…]

Estando a esta repuesta el señor Echenique contrató en un taller de fundición de Lima la fabricación de la placa que se terminó y estuvo a punto a fines de diciembre de 1908, producida ya la trasmisión de la administración presidencial de Pardo a Leguía.

Personajes de la nueva administración peruana

La transmisión del mando se efectuó el 25 de setiembre y el nuevo presidente, quien relevaría a José Pardo hasta 1912, debería afrontar durante este mandato los problemas limítrofes con los cinco países vecinos que, conocedores de las limitaciones materiales que pesaban sobre el Perú después de la Guerra de 1879, encontraron el momento oportuno para acometer sus pretensiones territoriales.

Pero Leguía tenía elegido como canciller al doctor Melitón Porras Osores.


DON AUGUSTO B. LEGUÍA, PRESIDENTE DEL PERÚ (1908-1912) (1919-1930)



CANCILLER, DOCTOR MELITÓN PORRAS OSORES

Ambos, veteranos de la jornada de Miraflores como soldados de la Reserva, habían servido respectivamente, el primero de los citados, en el Reducto N° 1 con el batallón 2, del coronel Manuel Lecca, cuerpo perteneciente a la Segunda División (Ver) que comandó el coronel don Pedro Correa y Santiago, formada de los propietarios, banqueros, jefes de casas de comercio, de almacenes y empleados y dependientes de éste; y, el segundo, en el batallón N° 2 de la Primera División, comandada por el coronel don José Unánue, formada de los señores vocales y jueces, abogados y bachilleres; empleados judiciales, procuradores y escribanos y amanuenses de abogados y de escribanos; cuerpos en los que se batieron el 15 de enero de 1881.

Había pues una formada empatía y resolución en las respectivas personalidades políticas.

En ocasión de su discurso inaugural como presidente de la república, Leguía hizo hincapié en torno al conflicto por Tacna y Arica:

[…] "El criterio del progreso solidario de la América y las soluciones pacíficas, nos inspirará para dirigir todas nuestras relaciones diplomáticas, y muy principalmente los esfuerzos para conseguir que nuestra frontera del sur sea, en la realidad, la designada por un tratado que el infortunio impuso y que, si nuestra fe nos obliga a respetar, no puede nuestra dignidad consentir que se agrave en nuestro daño" […]

Se refería al Tratado de Ancón, producto del tristemente célebre Grito de Montán lanzado a la república por el general cajamarquino Miguel Iglesias Pino, en plena campaña de la resistencia y a pesar de ésta, que oponía al enemigo invasor el general Andrés A. Cáceres, pronunciamiento que tuvo por corolario el citado Tratado firmado en el balneario de Ancón, el 20 de octubre de 1883, cuyo Artículo segundo reza:

[…] La República del Perú cede a la República de Chile, perpetua e incondicionalmente, el territorio de la provincia litoral de Tarapacá, cuyos límites son: por el norte, la quebrada y río de Camarones; por el sur, la quebrada y río de Loa; por el oriente, la República de Bolivia; y por el poniente, el mar Pacífico. […]; y el consecuente Artículo tercero:


[…] El territorio de las provincias de Tacna y Arica, que limita por el norte con el río Sama, desde su nacimiento en las cordilleras limítrofes con Bolivia, hasta su desembocadura en el mar, por el sur, con la quebrada y río de Camarones, por el oriente con la República de Bolivia, y por el poniente con el mar Pacífico, continuará poseído por Chile y sujeto a la legislación y autoridades chilenas, durante el término de diez años, contados desde que se ratifique el presente tratado de paz. Expirado este plazo, un plebiscito decidirá, con votación popular, si el territorio de las provincias referidas queda definitivamente del dominio y soberanía de Chile, o si continúa siendo parte del territorio peruano. Aquel de los dos países a cuyo favor queden anexadas las provincias de Tacna y Arica, pagará al otro diez millones de pesos moneda chilena de plata, o soles peruanos de igual ley y peso de aquella.

Un protocolo especial, que se considerará como parte integrante del presente tratado, establecerá la forma en la que el plebiscito deba tener lugar y los términos y plazos en que hayan de pagarse los diez millones por el país que quede dueño de las provincias de Tacna y Arica.
[…]


Resistencia del clero peruano en Arica y Tarapacá


DON PEDRO MONTT MONTT PRESIDENTE DE CHILE (1906-1910)

A esto se sumarían de forma dramática, pues comprometía el servicio espiritual de las poblaciones del vasto territorio ocupado, la expulsión de Tacna que se hizo de los curas párrocos peruanos sufragáneos de la diócesis de Arequipa.

Al producirse la separación política de Tacna y Arica de la jurisdicción peruana y ocuparla Chile por la fuerza de las armas, no se rompió la unidad eclesiástica; los párrocos de estas zonas quedaron bajo el mando directo del obispo de Arequipa de la que dependían. Toda gestión del ministro chileno Errázuriz Echaurren por lograr de la Santa Sede un arreglo a esta situación fue estéril, pues el Papa evitaba pronunciarse en tanto subsistiese el estado de cambio de jurisdicción, so pena de declarase abiertamente por Chile.

Tacna y Arica permanecían invariables bajo la dirección espiritual de 38 párrocos peruanos, que como es natural tomaron bando, con el entusiasmo que es de imaginar, por los asuntos de su patria. Púlpitos, confesionarios y procesiones eran motivo y aliento para la propaganda peruana.

Los diarios chilenos, ya mayoritarios en Tacna y Arica, reclamaron a las autoridades y éstas pusieron los antecedentes en poder de su cancillería.

Se dispuso un trato cordial para lograr un advenimiento directamente con la propia Iglesia. El obispo de Arequipa intentando darle sentido favorable al pedido del ocupante enfocó el tema pero no con asidero a la denuncia de Chile sino a la vida y conducta privada de los curas párrocos, algunos de los cuales habrían estado confrontando denuncias graves en 1908, en aquella curia.

La opinión pública peruana protestó de inmediato sobre la conducta extraña del obispo. Entonces el prelado temeroso de caer en el "torrente de traidores a la patria", rechazó la petición oficiosa y confirmó a los párrocos en sus cargos. Dado este hecho Chile, consideró que los párrocos peruanos tenían la condición de funcionarios públicos y les canceló los permisos para ejercer su ministerio con la exigencia y requerimiento de nueva autorización ante la intendencia respectiva, temperamento que no fue aceptado.

El intendente Máximo Lira los conminó a no ejercer bajo ninguna circunstancia sus funciones; en respuesta aquellos sacerdotes abrieron oratorios privados. Una población, en su inmensa mayoría católica, quedó sin los auxilios de su religión y dividida por un agudo conflicto político.

Búsqueda chilena de la intervención del Vaticano

El ministro chileno en Roma, señor Rafael Errázuriz Urmaneta, presentó un extenso memorial al secretario del Estado Vaticano, pidiendo la autorización para nombrar párrocos chilenos en Tacna y Arica. En subsidio se solicitaba la creación de un vicariato castrense que permitiese designar capellanes militares que atendieran las necesidades de la población civil. El Vaticano entró en estudio de esta proposición.

Como el ambiente general en Tacna era insostenible y los párrocos, alentados por la prensa de Lima, habían adoptado una posición de abierta rebeldía, Chile pidió directamente al obispo de Arequipa autorización para que ocho sacerdotes chilenos ejercieran su ministerio en la zona disputada. El obispo rechazó la petición y por el contrario confirmó a los párrocos peruanos, autorizando, incluso, los oratorios privados.

Por toda respuesta, los párrocos de Tacna, en número de seis, y los de Arica, de Estique, de Belén y de Codpa fueron puestos a bordo de un buque y expulsados del país. El clero chileno se plegó a su gobierno.

La cancillería peruana ordenó a su encargado de negocios en Santiago pedir sus pasaportes y retirarse. Las relaciones diplomáticas entre Chile y Perú quedaban rotas nuevamente.

A fin de evitar un rompimiento definitivo, el ministro chileno Agustín Edwards McClure preparó un proyecto completo para la realización inmediata del tan esperado plebiscito cuya demora estaba en función de la necesidad de aumentar la población chilena en aquellos territorios y disminuir la peruana, por obvias razones.

El 3 de marzo de 1910, la cancillería chilena enviaba a Lima la proposición, y el 24 de marzo Brasil ofrecía su intervención amistosa. El 25 del mismo mes se adherían Argentina y los Estados Unidos. El Perú contestó, por intermedio de su ministro en Washington, que consideraba inoportuno el ofrecimiento de Chile, hasta tanto los párrocos peruanos no fueran repuestos en sus cargos.

Como en esos mismos días la Santa Sede se pronunció por la creación del Vicariato Castrense, Chile dio por terminada la gestión. Se nombró vicario general a monseñor Rafael Edwards y 40 capellanes chilenos sustituyeron a lo clérigos extrañados y se hicieron cargo de la vida religiosa del territorio disputado.

Participación de Chile en el homenaje de los peruanos

Empero, el gesto al parecer del todo caballeresco, propiciado formal y diplomáticamente por el enemigo vencedor, confrontaba ahora para la aceptación de la placa de homenaje aquellos reales acontecimientos descritos, propios de la clara resistencia pasiva que oponían maestros y curas párrocos de las provincias ocupadas, a las instrucciones y prohibiciones que impartían los intendentes de aquellas jurisdicciones nombrados como tales por el gobierno chileno, en especial del intendente Máximo Lira, que lo era de Tacna, abocados a cualquier costo en aumentar la población chilena en la zona y de esta forma tener la mayoría necesaria para un potencial plebiscito.

Administración de salida

El panorama peruano en 1907 estaba revuelto. Terminaba su primera presidencia don José Pardo y Barreda, cuya previsora y ejemplar administración se había preocupado, entre otras importantes medidas de política interna, de la adquisición de novísimo armamento y la adopción de la moderna y distinta concepción de la doctrina militar en boga, además de la orden para la construcción en Inglaterra de los cruceros Grau y Bolognesi. Era claro que el Perú se recuperaba y que la sombra de una nueva conflagración se cernía sobre el horizonte.

La exacerbación de pasiones, tanto en el plano interno como en el internacional eran hechos permanentes. Para entonces, el pensamiento diplomático del Perú era ya no insistir en el plebiscito, sino pedir la revisión total del tratado de Ancón. Al período de apaciguamiento y serenidad había sucedido otro de clara revancha guerrera y exaltado fervor nacionalista.

Un patriotismo efervescente muy popular influía seriamente en las decisiones del gobierno. Entenderse con Chile era motejado de traición. Los estudiantes de San Marcos habían declarado como "indignos de llevar el nombre de peruanos" a todos los firmantes del documento de Ancón y a numerosos oficiales y diplomáticos que habían recibido condecoraciones de Chile.

El presidente de Chile, don Pedro Montt Montt, se mantenía firme en su creencia que los problemas con el Perú podrían arreglarse con buen sentido y con la eliminación del patriotismo bullanguero que se manifestaba por ambas partes. Al igual que muchos políticos chilenos, había cifrado en el presidente Guillermo Billinghurst, cuya administración había dado claras muestras de acercamiento y, más tarde, en la de don Augusto B. Leguía, las más grandes esperanzas de poder llegar a un acuerdo.

Por ello, una de las primeras disposiciones de Montt al asumir el poder a principios de 1907, fue designar ministro en Lima a don José Manuel Echenique Gandarillas, con las miras de tender un puente que permitiese una solución cordial. Echenique era portador de instrucciones precisas para proponer a la cancillería de Torre-Tagle la realización del plebiscito de Tacna y Arica.

Corolario, ruptura y movilizaciones

Pero la placa jamás fue colocada en el monumental sarcófago de los defensores peruanos. Echenique, ofendido, pidió una explicación. Porras le contestó:

[...] "la situación existente entre mi país y el vuestro es la menos propicia para un acto público de esta naturaleza, que podría herir los sentimientos patrióticos del pueblo peruano" [...]

La cancillería chilena ordenó a Echenique averiguar exactamente qué entendía el gobierno del Perú por "situación existente", y de no ser la respuesta satisfactoria, pedir sus pasaportes.

El señor Porras, al contestar al plenipotenciario chileno, se lanzó contra el Tratado de Ancón, declarándolo inválido, injusto, impuesto por la fuerza e inaplicable. Echenique consideró, con toda razón, que plantear el problema de Tacna y Arica, o cualquier otro, en estas circunstancias, era simplemente perder el tiempo y en consecuencia solicitó sus pasaportes.

El 20 de diciembre el semanario El Porvenir, da cuenta del incidente de la corona ofrecida por Chile, y al día siguiente Miguel Echenique envía a su gobierno una extensa nota informando todo el asunto desde su personal óptica, culminando así:

"La conducta del Perú podría ser apreciada a la luz de la nueva prueba de amistad que le hemos dado y quedaría demostrado ante los Gobiernos amigos que todos los esfuerzos de Chile se estrellan contra la tenaz negativa de avenimiento del Perú".

No obstante conocer el parecer del gobierno del Perú, Echenique envía una nota al canciller peruano reiterando finalmente:

"Réstame después de transcurrido tres meses, conocer la resolución de V.E. en orden de la fijación de la fecha para la realización del acto material de la entrega de la corona que ha quedado pendiente desde el día señalado".

El Ministro de RR EE peruano contesta por fin el 28 de diciembre de manera contundente:

"Es nuestro más vivo y sincero deseo que no se turbe con actos públicos que puedan tal vez provocar la susceptibilidad del sentimiento nacional peruano, la tranquilidad de las gestiones con que, confiamos, se ha de poner término a la triste situación de nuestros compatriotas de Tacna y Arica".

Así proseguía el tiempo y el 9 de enero de 1909, el canciller chileno Balmaceda remite una nota a Echenique:

"El Gobierno estima que dados los términos de la nota del señor Porras V. S. debe regresar al país. Deje al Secretario como Encargado de Negocios".


El gobierno, por intermedio del ministro de RR EE, pidió sus pasaportes y el diplomático, frustrado en sus propósitos, abandonó Lima.

A título de despedida, el gobierno peruano declaró persona no grata al cónsul general en el Callao, señor Paut Vergara, por haber puesto el escudo de Chile en el frontispicio del consulado, lugar que se encontraba, según la cancillería limeña, en "recinto portuario y militar". Para no agriar más las cosas, Chile cambió de cónsul.

Dañadas las relaciones que hasta el momento habían sido tibias, se produjeron movilizaciones de contingentes de tropa a la frontera común, por ambas partes y con demostraciones recíprocas de fuerza de las guarniciones de Arequipa y Arica para el caso reforzadas.

Una nueva generación de peruanos se mantenía sobre las armas.

Estos fueron los acontecimientos que en el Perú se conocen como el Incidente de la corona, presumiblemente por que la placa de bronce ofrecida por Chile tenía inserta una corona de hojas de laurel cuya etimología heráldica es la del honor, gesto de adhesión protocolar, en su sentido estricto, pero ofrecido en momento inoportuno de recíproca hostilidad, conforme se tiene reseñado y como siempre lo será en tanto subsistan diferencias de todo orden que confronten vecinos tan obstinados y comprometidos con el pasado.


Fuentes:

Historia de la República, Jorge Basadre. Tomo VIII, Séptima Edición. Lima, 1983. Edit. Universitaria

Historia Diplomática de Chile, 1541–1938, Mario Barros van Buren. 1970. España. Ediciones Ariel. Espulgues de Llobregat. Barcelona

Entre el Perú y Chile: la cuestión de Tacna y Arica
Páginas de divulgación histórica
Enrique Castro y Oyanguren
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01305031955026836088680/p0000001.htm#17

Grabados:

Internet

Presidente del Perú, Don Augusto. B. Leguía Salcedo

Presidente de Chile, Don Pedro Montt Montt

Foto de la Cripta de los Héroes de 1879, en el Cementerio Presbítero Maestro, del artista nacional, señor Telmo Cáceres Serna, (Chimi). Flickr

Dr. Melitón Porras Osores. Diccionario Enciclopédico del Perú; Editorial Mejía Baca. Tomo II, Lima, 1966.

7 comentarios:

CHIMI dijo...

Estpendo reportaje Luis, algo que desconocía casi en su totalidad...esto no lo enseñan en los colegios pero que importante es saber nuestra historia y así tener una identidad más fuerte y profunda con nuestra patria, gracias por ilustrarnos con tan importante fragmento de la historia del Perú.
Honor que me haces usar una de mis fotos en tu tan interesante artículo Luis.

Un fuerte abrazo

Anónimo dijo...

Apreciado cuñado:
creo que tu contribución de mantener viva la memoria peruana sea esta en actos buenos o aquellos en el qiue se demuestra la falta de tino y el falso naciobnalismo cayendo en el chauvinismo debe de ssr conocido por los pertuanos para no volver a caer en lo mismo
un abrazo y sigue siendo nuestro guardiande nuestra cultura y de nuestrto rico pasado
un abrazo
Luis

Rafael Córdova Rivera dijo...

EXCELENTE, LUCHO...COMO QUISIERAMOS QUE NUESTROS ACTUALES GOBERNANTES, DIPLOMATICOS, MILITARES Y PUEBLO EN GENERAL, TUVIERAN EL ESPIRITU ALTIVO DE LAS GENERACIONES PASADAS.

RAFAEL

Alejandro Reyes dijo...

Un saludo y abrazo Lucho, te felicito por el artículo, muy ilustrativo y reflexivo, los pesonajes que mencionas los he visto en textos chilenos y peruanos, incluso algunos jefes como Lecca lo tengo registrado.

Nuevamente, un abrazo
Alejandro

Eloy Villacrez dijo...

Señor Siabala, leí con atención su nota sobre la Cripta que nos recuerda nuestros héroes de la agresiòn chilena de 1879, edito una revista llamada Aukana, desearía publicar un condensado, espero recibir su autorización haciendo constar la fuente.

Saludos

Eloy Villacrez

Perdro Jareño dijo...

Hola Luis,

pues un verdadero placer y un orgullo que lleguen respuestas como las tuyas. Me he apuntado tus blogs en mi lista de favoritos para ir leyendo cositas poco a poco. Me encanta la historia...

A partir de ahora estamos en contacto.

Te mando saludos desde Madrid,

Pedro

Eleuterio Soto Salas dijo...

Hola Dr. Siabala:
Son esporádicos, y algo temerosos, los gestos de dignidad de los gobernantes peruanos frente a las bravuconadas chilenas. Los chilenos, que eran peones de los peruanos antes de 1879, se creen muy astutos. A si que tuvieron la osadía de pretender colocar una placa de bronce en la Cripta de los Héroes. Estoy seguro que ellos no lo hacían por amigables, sarcásticamente quisieron poner una lápida sobre la dignidad de nuestros héroes. Usted ha reseñado prolijamente ese hecho en su blog. Curiosamente el Director del diario Correo toca el tema en manera similar en su artículo del día 22-09-2009, aunque en forma resumida.

Atte.

Eleuterio Soto