domingo, 27 de mayo de 2007

La protesta de un bibliotecario



Tropas chilenas ingresan por el jirón de La Unión


Cómo se produjo el despojo de la 
Biblioteca Pública de Lima




Enero 17 de 1881, es miércoles, al día siguiente Lima estará de aniversario, 346 años de su fundación española pero es probable que no haya celebración. El jirón de La Unión, aquella serie de calles que resumía en dos palabras el atildado buen gusto de sus numerosas tiendas de moda, la confitería de Broggi & Dorca y las tertulias musicales en el Café Concert que sabían de la bohemia y elegancia, ofrecía aquel día por la tarde un sombrío y triste espectáculo: tropas chilenas desfilan por su calzada rumbo a la Plaza Mayor para alcanzar su objetivo en el Palacio de Gobierno.

Eugenio Courret, el fotógrafo francés, tocado con su clásica gorra asoma al retorcido balcón de su estudio al estilo Art Noveau; había dejado de imprimir hacía varios días en placas de vidrio los retratos de la selecta concurrencia que solía acudir a su estudio de la calle de Mercaderes; la gente no está para fotos, el cierrapuertas es general y cientos de banderas extranjeras se muestran en las puertas de los establecimientos y en los balcones.

Tropas de élite en correcta formación marchan acompasadas por los redobles. El rítmico golpe de los calamorros de la infantería sobre el empedrado de la calzada repercute multiplicado como otros tantos dolorosos golpes en el pecho de madres, ancianos y niños. La juventud de Lima y del Perú entero, lo mejor de su patrimonio, yace en los cálidos y lejanos arenales de San Juan y Miraflores. Hay luto por doquier.

En la mirada de los vencedores se muestra la expectación por las horas venideras; en sus rostros, donde se refleja la huella de la cruenta pero cara victoria que acaban de conseguir se deja traslucir, sin embargo, el asombro que les produce penetrar en una ciudad exótica, silente como un sepulcro, ornada de balcones y celosías a las que sin ser vistos asoman miles de ojos. Ojos acostumbrados, otrora, al fasto de los virreyes y a sus triunfales ingresos.

De muchas casas penden banderas y escudos de las más diversas nacionalidades. Se presenta Lima a los ojos de los soldados del sur como una ciudad de embajadores. Flaqueza del momento: a la raza le acometen grados de exultación pero también le sacuden temblores. En un intento de escudar la nacionalidad humillada y en peligro, bajo el subterfugio de la renuncia de su identidad, muchos buscan amparo en ese recurso. En el local del diario El Comercio se ha izado la bandera de Colombia para significar que sus dueños se amparan por la nación de origen de uno de sus propietarios, el señor Aurelio Miro Quesada procedente de la provincia de Panamá.

El cierrapuertas tradicional es completo; portones y postigos asegurados, las calles solitarias. Solamente algunos perros acompañan jadeantes y animosos a la hueste guerrera que después de salvar las cuadras del céntrico jirón de La Unión hace su aparición en la plaza principal para detener su marcha en la calzada, frente a la Casa de Pizarro, en Cajones de Ribera, como se llama la calle donde abre su puerta Palacio de Gobierno. Separada la tropa para guarnecer la vieja sede, el resto se dirige sobre los locales que la inteligencia chilena ha determinado para acomodo del grueso del ejército de ocupación, que llega paulatinamente.

La Universidad Mayor de San Marcos, la Escuela de Artes y Oficios, la Municipalidad, el cuartel de Santa Catalina, el de Barbones, la Pólvora, antiguos predios del ejército; casas y cuadras de particulares, de ellos la fábrica de sodas La Pureza, de R. J. Barton y otros muchos imprevistos hospedajes dan cupo a la mayor concentración de tropas, equipo y acémilas que hasta entonces había soportado Lima.

La Exposición, el vasto edificio inaugurado por el presidente José Balta para la Muestra Americana de 1872, queda convertida en un inmenso hospital. Muchos batallones íntegros levantan sus tiendas de campaña en espacios abiertos o en medio de los jardines. Lima de pronto se ha transformado: piezas de artillería con sus armones y todo el aparato de guerra que acompaña al invasor se muestra ahora en calles y parques; acémilas de tiro, carga y montura; carros con el bagaje y las ambulancias de campaña.

En la plaza mayor, unos cuantos cuerpos de esas unidades hace su entrada en Palacio de Gobierno, el resto se reparte como tenemos dicho y también una compañía hace su ingreso en la Biblioteca de Lima, como se la llamaba, cuyo Director desde 1875 era el coronel don Manuel de Odriozola.

Pocas semanas después el señor de Odriozola recibe la visita del coronel Pedro Lagos Marchant, el fiero y envanecido combatiente y destructor de la nación mapuche en Malleco; el asaltante del Morro de Arica y ahora comandante en jefe del ejército de ocupación de Lima. Pide al director de la biblioteca visitar el local, a lo cual accede el director llevándole por salas, oficinas y depósitos. Al finalizar el meticuloso recorrido, el militar pide las llaves al bibliotecario quien es reacio a dárselas; finalmente no le queda otro recurso que ceder a esto que se convierte en requerimiento y apremio.

El destino de los libros de la biblioteca ya lo hemos descrito en sendos artículos: La Biblioteca Nacional y la tesis del botín justificado (Ver) y La Lista de Domeyko (Ver) siguió la suerte del saqueo, por lo que Odriozola se dirigió al cónsul norteamericano, en una carta fechada el 10 de marzo de 1881 dirigida a mister Christiancy, ministro de los Estados Unidos en el Perú, en la esperanza que en algo pudiera intervenir, pero sabemos que fue inútil este propósito.
Este es el tenor de aquella carta que releva de comentarios:

Lima, marzo 10 de 1881

El infrascrito, director de la Biblioteca Nacional del Perú, tiene el honor de dirigirse a V. E. pidiéndole haga llegar a conocimiento de su gobierno la noticia del crimen de lesa civilización cometido por la autoridad chilena en Lima.

Apropiarse de bibliotecas, archivos, gabinetes de física y anatómicos, obras de arte, instrumentos o aparatos científicos, y de todo aquello que es indispensable para el progreso intelectual, es revestir la guerra con un carácter e barbarie ajeno a las luces del siglo, a las prácticas del beligerante honrado, y a los principios universalmente acatados del derecho.

La biblioteca de Lima fue fundada en 1822, poco después de proclamada la independencia del Perú, y se la consideró, por los hombres de letras y viajeros ilustres que la han visitado como la primera entre las bibliotecas de la América Latina. Enriquecida por la protección de los gobiernos y por obsequio de los particulares, contaba, a fines de 1880, muy cerca de cincuenta mil volúmenes impresos, y más de ochocientos manuscritos. Verdaderas joyas bibliográficas, entre las que no escaseaban incunables o libros impresos durante el primer medio siglo posterior a la invención de la imprenta, y que como v. E. sabe son de inestimable valor -obras rarísimas hoy, especialmente en los ramos de historia y literatura. Las curiosísimas producciones de casi todos los cronistas de la América española, y libros regalados por los gobiernos extranjeros, entre los que figuraba el de V. E. con no despreciable contingente; tal era señor ministro, la biblioteca de Lima, biblioteca de que con justo título estábamos orgullosos los hijos del Perú.

Rendida la capital el 17 de enero a las fuerzas chilenas, transcurrió más de un mes respetando el invasor los establecimientos de instrucción. Nadie podía recelar, sin inferir gratuito agravio al gobierno de Chile, gobierno que decanta civilización y cultura, que para él serían considerados como botín de guerra los útiles de la universidad, el gabinete anatómico de la escuela de medicina, los instrumentos de las escuelas de artes y de minas, los códices del archivo nacional, ni los objetos pertenecientes a otras instituciones de carácter puramente científico, literario o artístico.

El 26 de febrero se me exigió la entrega de las llaves de la biblioteca, dándose principio al más escandaloso y arbitrario despojo. Los libros son llevados en carretas, y entiendo que se les embarca ron destino a Santiago. La biblioteca, para decirlo todo, ha sido entrada a saco, como si los libros representaran material de guerra.

Al dirigirme a V. E. hágole para que ante su ilustrado gobierno, ante la América, y ante la humanidad entera, conste la protesta que, en nombre de la civilización, de la moral y del derecho, formulo.

Con sentimientos de alta consideración y respeto tengo el honor de ofrecerme de V. E. muy atento servidor.

Manuel de Odriozola



Coronel don Manuel de Odriozola (1804-1889)

Nuestro biografiado, señor Manuel T. de Odriozola de Herrera, nació en Lima, el 11 de agosto de 1804 y falleció en el Callao el 12 de agosto de 1889; militar y publicista; fue el primer patriota que se incorporó en Pisco al ejército libertador. Tomó parte en la Segunda Campaña a Intermedios y en la guerra contra Bolivia y la Gran Colombia y alcanzó el grado de coronel. Fue nombrado Director de la Biblioteca Nacional del Perú y ocupó el cargo de 1875 a 1881, año que este repositorio fue tomado por las tropas de ocupación y despojado de sus libros y documentos.

Al señor de Odriozola se debe Documentos Históricos del Perú, obra en diez volúmenes publicada en 1863, que compendia documentación de la colonia; la revolución de Túpac Amaru, Pumacahua; las conspiraciones y luchas por la emancipación; los documentos oficiales de la guerra de la independencia, principalmente los relativos a San Martín y Bolívar. Continúa con una serie importante de documentos republicanos hasta 1830. Los Documentos Literarios del Perú, en once volúmenes; en esta destacan las Actas de la Sociedad Patriótica con las deliberaciones y discusiones respecto de la monarquía y de la república; los artículos de don Ricardo Palma; el problema surgido por el asesinato del ministro Monteagudo; allí también se publica el Compendio de Geografía de Larriva y otros muchos más de singular valor.

Las fichas bibliográficas que se pueden ver en los registros de la Oficina de Investigaciones de la Biblioteca Nacional consignan Los cuadernos de Odriozola, un compendio de notas curiosas y profusa información de la colonia y la república sistemáticamente anotadas por el señor de Odriozola y a la que se remite Palma con frecuencia cuando trata de ejemplares de libros raros. Recuerdo haber leído de su puño y letra una sentida dedicatoria a uno de sus hijos.

Es sustituido en la dirección por don Ricardo Palma Soriano, quien es nombrado el 2 de noviembre de 1883 y como subdirector al señor Toribio Polo. El tercer nombramiento de aquella fecha es para el coronel don Manuel de Odriozola, en el cargo de Director Honorario con derecho a seguir habitando el departamento que ocupaba y a considerársele para el percibo de su haber en el cuaderno de Fundadores de la Independencia.

La Biblioteca Nacional resurge como Ave Fénix de sus cenizas gracias al esfuerzo de don Ricardo Palma. Desafortunadamente el 10 de mayo de 1943 un incendio la destruye por completo; el agua de los bomberos se encarga del resto. Sobre este siniestro se levantaron las más severas conjeturas, era el gobierno del presidente Manuel Prado Ugarteche. El Dr. Jorge Basadre Grohmann es llamado para su restauración. De sus esfuerzos tenemos el local de la Av. Abancay.

Paradójicamente los libros cautivos en Santiago de Chile son los únicos que salvaron del incendio y constituyen patrimonio invaluable de las primeras épocas cuando por el cuidado de los jesuitas, y la disposición del general San Martín se instituyó esta casa de cultura nacional, en 1822.

El ilustre Director falleció el 12 de agosto de 1889 a la avanzada edad de 85 años. 


  Biblioteca Pública de Lima

Fuentes

INTERNET
Fotografía de don Manuel de Odriozola,

Biblioteca Nacional del Perú



Primer sello de la Biblioteca Nacional. D. 13 de junio de 1836, tomado del tríptico Fondo Antiguo y Colecciones Peruanas. Año MMIX

Fotografía de una sala de la Biblioteca Pública de Lima, como se llamaba entonces.

Carta que aparece en la obra de don Mariano Felipe Paz Soldán, Narración Histórica de la Guerra de Chile contra el Perú y Bolivia. Campaña de Lima; Lima, Editor Milla Batres; 1979. Tomo 3

Diccionario Histórico Biográfico, Peruanos Ilustres; Camila Estremadoyro Robles; Lima - Perú, 1987. Instituto Cultural Ancashino (INCA)

Anécdotas Históricas en la Bibliotecología (2); Susana Roxana Gamboa

Fuentes INTERNET

Diario La República:

La Biblioteca Nacional: Aportes para su Historia; Biblioteca Nacional del Perú: http://www.comunidadandina.org/bda/docs/PE-CA-0015.pdf

Harun al Raschid:

miércoles, 2 de mayo de 2007

La Lista de Domeyko

Con relación a los libros extraídos de la Biblioteca de Lima en 1881, y el científico que los registró en Santiago de Chile





Ignacio Domeyko (1802-1889) gran propulsor de Chile

En enero de 1960, tomé el ferrocarril que partía de Iquique, hasta Calera. Mi propósito era llegar a Santiago de Chile. Un viaje por tren era por entonces considerablemente largo -ahora inconcebible- por las pampas del Tamarugal y sus neblinas o camanchacas; pero la Carretera Panamericana en ese largo tramo no estaba habilitada o era impracticable por lo que el tren resultaba el más adecuado transporte para adentrarse horas después en el desierto de Atacama, en Antofagasta, dilatado y seco páramo con sus colinas teñidas del verdín o almagre que es el óxido de cobre. Por largos tramos la locomotora se abría paso por desfiladeros de rocas afiladas y dejaba oír sus pitos prolongados y estridentes que el eco devolvía. Viajaba por el desierto más seco del mundo.

Aquella región comprende límpidos cielos nocturnos cuajados de estrellas; frío severo por las noches y sofocante calor durante el día. El ritmo cadencioso de la vieja máquina que tiraba de unos ocho vagones me llevaba desde Iquique, pasando, entre otras estaciones, por Pozo Almonte, la Noria, Pintados, hasta llegar a Quillagua, la vieja frontera peruana con Bolivia a orillas del río Loa, para continuar a la vista de las numerosas oficinas salitreras ya en abandono, pueblos fantasmas cuyas ruinas se extendían desde la pampa del Tamarugal, en Tarapacá, hasta Antofagasta por las estaciones de María Elena y Baquedano. Entonces, en este dilatado tramo del antiguo territorio boliviano, pude contemplar al oriente un hermosísimo y largo nevado, era la Cordillera de Domeyko, extraño topónimo para denominar un jirón de la cordillera andina. Este nombre me quedó en la mente.

Ahora, en nuestros días, con ocasión de la gestión del todo encomiable para la devolución de los libros de la Biblioteca de Lima, llevados a Santiago de Chile en 1881 como parte de un cuantioso botín de guerra, el nombre de Domeyko regresa del pasado, pues a este ilustre maestro, en su elevado cargo de rector de la Universidad de Chile, le fue encargado levantar el inventario del material científico, numerosos documentos y libros que se remitieron encajonados desde Lima; importante tarea que practicó bajo protesta pues le traía al recuerdo el despojo de su amada Vilna por los rusos.

Pero dejó a la posteridad un valioso testimonio cuyo registro servirá para que la Comisión encargada de atender la devolución, pueda conducir con éxito el cometido de regresar a su lugar de origen los diversos ítem; en especial los 10,000 libros que allí se consignan. Se trata de La Lista de Domeyko, que fue publcada en la gaceta de normas legales de Santiago aquellos luctuosos años de la guerra y allí se conserva.

Con relación al artículo aparecido en La República, edición del martes, 03 de mayo 2007 que lleva la firma de Marcelo Mendoza quien habría publicado una minuciosa crónica con importantes detalles que se está propagando en blogs y otros medios tomados del santiaguino Diario Siete -cerrado a la fecha después de una huelga de sus trabajadores que protestaron su eminente cese-, la entendemos una notable y esclarecedora pieza de investigación. (Leer la crónica respectica de La República) (Ver)

Dice Marcelo Mendoza, refiriéndose a la ingrata pero útil tarea que le fue encomendada a don Ignacio Domeyko:

[...]Los días posteriores a esta publicación, el ministro de Instrucción Pública definió el destino final del botín: los aparatos de física y química al Laboratorio de la Universidad de Chile; los anatómicos a su Museo de Anatomía; los objetos de historia natural al Museo Nacional; los libros de viajes a la Oficina Hidrográfica; los de meteorología a la Oficina Meteorológica; y "todos los libros restantes, incluso los de teología, a la Biblioteca Nacional". Desde entonces, se ignora el estado de situación del arsenal bibliográfico arrebatado. Pero es un hecho que varios de los libros más valiosos permanecen en la Sala Medina, el Fondo General y la bóveda de la principal biblioteca del país.[...] (Leer en este blog La Biblioteca Nacional del Perú y la tésis del botín justificado) (Ver)

Corresponde, en tributo de gratitud por la esmerada tarea del ilustre sabio polaco, darlo a conocer a nuestros amables lectores en su calidad de benefactor del patrimonio peruano cautivo en los repositorios chilenos de Santiago.

Don Ignacio Domeyko Había nacido en 1802 en el pueblo de Niedzviadk, perteneciente a Polonia, separada en 1990 como Lituania. Recibió su instrucción superior en Vilna, la capital de la entonces provincia de Lituania; allí recibió el grado de Licenciado en Ciencias Físicas y Matemáticas en 1820.

Como fuera del caso, su acendrado nacionalismo le llevo a participar de una revuelta contra la invasión rusa que al terminar con la derrota de los polacos le obligó a dejar la patria, antes fue testigo del despojo que hicieron las tropas con el patrimonio polaco, violento acto de abierta rapiña que jamás pudo olvidar nuestro biografiado y, paradojas de la vida, tuvo que ver repetirse en su vida al servicio público en Chile.

Después viajó por diversos países de Europa Central; estuvo un tiempo en Alemania y luego pasó a radicar en París. Estudió en La Sorbona, el Colegio de Francia, el Jardín Botánico y la Escuela de Minas, recibiendo sólida formación como científico y naturalista. Se especializó en la Escuela de Minas de París y se tituló como Ingeniero de esa especialidad.

En la Academia de Ciencias y el Conservatorio de Artes y Oficios, uno de sus ilustres maestros, el sabio Dufrenoy, lo interesó para que viajara a Coquimbo, Chile, país que se vislumbraba ya como minero y requería por ello exploraciones. Como en alguna oportunidad también lo hiciera el científico alemán Teodoro Hänke para no arriesgar con la azarosa vuelta por el Estrecho de Magallanes, o lo que era peor por el Cabo de Hornos, desembarcó en Buenos Aires y cruzó la Cordillera de los Andes a lomo de mula para llegar en junio de 1838 al puerto de Coquimbo lugar de su contratación por el industrial minero Carlos Lambert. Entonces el joven ingeniero contaba 36 años de edad.

En Coquimbo pudo impartir sus clases, pese a que no hablaba el castellano, se las arreglaba con sus conocimientos de latín, lituano, alemán, inglés, ruso y francés. No dejó de explorar la región que se le representaba impresionante y durante los tres primeros años realizó excursiones por ella, estuvo con este propósito en La Serena, Huasco, Copiapó, Aconcagua y Santiago. Los resultados de sus exploraciones los dio a conocer en los Annales des Mines y El Araucano. En su honor, la Cordillera de los Andes que corre por la región de Antofagasta lleva su nombre: Cordillera de Domeyko.

Desde 1838 a 1846 ejerció como profesor de Química y Mineralogía en Coquimbo. Fundó talleres, escribió programas de cursos, organizó exploraciones geológicas, fundió hornos, construyó laboratorios, iniciando con todo ello un vasto programa de instrucción y experimentación de base científica y tecnológica, con los conocimientos obtenidos en París. Aquel año de 1846, luego de un viaje a la Araucanía, Domeyko se establece en Santiago, donde era conocido por su actividad educativa y sus artículos. Comenzó enseñando en el Instituto Nacional. Su vocación de maestro le llevó al lado de otro ilustre sabio al servicio de Chile, D. Andrés Bello.

Estupendo dibujante, era prolijo y preciso a la vez y claro como conciso además: al final de este artículo se puede apreciar la calidad de uno de sus dibujos. Acompañó muchas de sus investigaciones con diseños y dibujos; contribuyó al desarrollo de la mineralogía, la geografía y la etnografía. Realizó múltiples actividades científicas y aportó decisivamente a la reforma del sistema educacional chileno. Se dedicó constantemente al análisis de los minerales y materias primas que obtenía en sus exploraciones en el terreno.

A lo largo de los años, colaboró lealmente con el sabio Andrés Bello, natural de Venezuela y primer Rector de la Universidad de Chile, otro personaje a quien Chile acogió con el mayor afecto y respeto cuando el Perú le denegó su pedido de asilo a cambio de sus servicios docentes. Chile bien pronto cosechó el fruto de su acertada decisión pues Bello le proporcionó su Código Civil, una brillante pléyade de sagaces diplomáticos y la exitosa política educativa para erradicar el acentuado analfabetismo de esa nación.

Mantuvo con Bello largas conversaciones sobre filosofía, ciencia, humanidades y educación y lo reemplazó en 1867 cuando el ilustre venezolano dejó la Facultad de Filosofía y Educación. Ese mismo año es elegido Rector de la Universidad de Chile y lo sería por tres períodos.

En 1883 decidió dejar su cargo de Rector de la primera universidad nacional, renunciando también a sus clases de química, mineralogía y geología, pues ya había alcanzado los 81 años de edad. La Cámara de Diputados en enero de 1889 le asignó pensión vitalicia, pero don Ignacio Domeyko falleció en Santiago el 23 de ese mes, a los 87 años.

Sobre la base de los esfuerzos del ilustre polaco chilenos y peruanos emprenderemos el regreso de un patrimonio que ya es anhelo nacional, un paso importante para ayudar a distender los ánimos de ambas naciones.






Créditos:

Grabado de la cabecera: Ignacio Domeyko. Memoria de Chile

Grabado al pie: Dibujo de la casa de Domeyko, hecho por el sabio en su último viaje a Polonia. Memoria de Chile

http://www.memoriachilena.cl/mChilena01/temas/dest.asp?id=ignaciodomeyko

Universidad Nacional de Chile
http://www.uchile.cl/uchile.portal?_nfpb=true&_pageLabel=conUrl&url=4687


http://es.wikipedia.org/wiki/Ignacio_Domeyko