lunes, 3 de diciembre de 2007

Los motivos del Doctor Francia





Esbozo de don José Rodríguez Gaspar de Francia,
prócer y dictador del Paraguay (1766 – 1840)




Singular nos resulta en la historia de América Latina la épica etapa de la formación del Paraguay, concebida durante una agitada vida al calor y abrigo de sus extensas tierras del Chaco Boreal y del Gran Chaco, allí donde crece la hierba mate y canta el pájaro Chogüí.

Es el español Domingo Martínez de Irala, enrolado dentro de la expedición de don Pedro de Mendoza, el fundador en tierras guaraní del fuerte Nuestra Señora María de la Asunción en 1537 a las riberas del Paraguay, escasamente dos años después de la fundación de Lima por Pizarro a orillas del Rímac, pero el de Irala debería contener la arremetida de los carios, aquellos bravos señores que igual de hábiles eran con la flecha que temibles por su antropofagia.

Asiento de pocos pero acomodados estancieros la vida en los pastizales, entre los caudalosos Paraná y Paraguay, discurría con el sólo apremio de la cría del ganado, el cultivo del tabaco y la yerba mate que Dios había dotado en abundancia a ese territorio donde por último todo lo demás estaba dado.

Don José Rodríguez Gaspar de Francia nació en Asunción en 1766 y moriría en 1840, hijo de un capitan portugués del arma de atillería y de una distinguida dama asuntina, pero antes el célebre jurista, gobernando en triunvirato en 1811, en consulado en 1813 y en magistratura unipersonal desde 1816 hasta su muerte, ejerció una dictadura despótica durante la cual cerró por cerca de treinta años el Paraguay al mundo, sin permitir el españolismo ni el porteñismo que acusaban marcada influencia en los destinos de la nación.

Es también la época de otro famoso dictador, don Juan Manuel de Rosas, el rico estanciero y poderoso gobernador de Buenos Aires, fundador de la Confederación de las Provincias del Río de la Plata, con el que Francia se enemistaría. Este singular caso de aislacionismo tiene parangón cuando el Gran Shogun aisló también al Japón, hasta que en 1853 el comodoro norteamericano Matthew Perry, bajo la amenaza de los cañones de su flota apuntando al puerto de Yokohama abrió al mundo las herméticas puertas de Yedo (Tokio). Al mediar el siglo XIX el mercantilismo no admitía puertas cerradas.

El Doctor Francia, resuelto y con mano firme no permitió ingerencia alguna en los asuntos externos y tampoco en los internos. Mantuvo una neutralidad a toda prueba. Prohibió la salida de los naturales, salvo en contadas ocasiones y con excepcionales permisos; tampoco el ingreso a los extranjeros, por lo que no tenía acreditado agente diplomático alguno. El autosostenimiento y la no dependencia eran las metas de aquel férreo conductor.

Odiado con especial ensañamiento, pero a despecho de esos sentimientos mantuvo sus propósitos frente a la reacción, crédulo de su poder al parecer omnímodo sin permitir ni permitirse atisbo de temor ni contemplación.

Eran los claros propósitos de su política, acabar con la influencia de España, con la proveniente del lado argentino y la del brasilero, verdaderas amenazas; dejar de lado la poderosa ingerencia católica al frente de la cual se erigió Francia como cabeza de la iglesia, que le valió la excomunión papal; la introducción del laicismo en la instrucción pública, la insurgencia de la clase criolla en los destinos de la nación y la toma de las vastas propiedades de la iglesia, amén del encarcelamiento y muerte de quienes eran acusados de oposición.

La leyenda negra alimentada por los europeos, y sus poderosos adversarios internos, no pudo empero descartar que José Gaspar Rodríguez de Francia, Supremo Dictador del Paraguay, encarnase la notable figura del proceso histórico de la Independencia hispanoamericana de principios del XIX. Aislado sin remedio, en el Chaco, encabezó el desarrollo autonómico de su país. Se había retirado de la confederación de las provincias del Río de la Plata proclamando "El Paraguay no es patrimonio de España, ni provincia de Buenos Aires" y defendió esta postura con tesón irreductible. Esta política había de preservar al Paraguay de los avatares de las guerras civiles que afligieron a las otras flamantes repúblicas emancipadas de la América Española, de ellas el Perú y sentó las bases de una singular sociedad sin latifundios ni terratenientes, con fuerte presencia del Estado en empresas, estancias y servicios que primó con insospechada pujanza durante los casi treinta años bajo su vigilante mirada de benévolo dictador perpetuo.

El escritor, también asuntino, Augusto Roa Bastos ha descrito los desatinos del doctor Francia con apasionamiento en su libro Yo el Supremo.

Empero, en ese dilatado interregno, que sería motivo de alzamiento y sofocación, Francia elevó las condiciones materiales de la nación. Una sólida infraestructura, donde fundiciones y almacenes modernos y bien dotados aseguraron la producción civil y militar y el abastecimiento que marchando a la par con una agricultura racional y un comercio en igualdad de condiciones hizo del Paraguay modelo de progreso en América, sin dependencia foránea. Un ejemplo que Inglaterra no estaba dispuesta a tolerar.

Años después de su muerte el nuevo y también singular mandatario del Paraguay, el mariscal Francisco Solano López debe confrontar la guerra contra la Triple Alianza, que le declararon Argentina, el imperio del Brasil y el Uruguay, una guerra de exterminio que terminó en 1870 con la derrota de Solano López en la memorable jornada de Cerro Corá donde perdió la vida. Con él había sucumbido también gran parte de la valiente nación paraguaya forjada en el yunque del doctor Francia.

Don José Rodríguez Gaspar de Francia, letrado graduado en derecho civil y canónico por la Universidad de Córdoba de Tucumán, devoto de la Revolución Francesa, lector perspicaz de Voltaire, de Rousseau y el enciclopedismo francés, poseía la biblioteca más grande de Asunción. Anticlerical, xenófobo, tirano y propugnador de la autarquía económica, empero fue el fundador de la nación paraguaya. El padre de la patria. Un nacionalista a ultranza.

6 comentarios:

Luis Adolfo Siabala dijo...

Muy precisa la información de este nacionalista paraguayo. Me recuerda el fervor de las Horas de Lucha de Manuel Gonzales Prada, quien posiblemente supo de don José Rodríguez. Este perfil, estas aspiraciones, han quedado en los anales de la historia y en el anecdotario del idealismo de unos pocos que no encuentran aún inspiración para iniciar su propia gesta emancipadora, en aras de reivindicar la Civilización.

Felicitaciones.

Anónimo dijo...

Siempre es condenable el atropello a las personas individuales, pero aparte de ello, su muy interesante narración permite destacar cláramente como la percepción cambia con el tiempo. Específicamente su ensayo dice que durante la dictadura, la población paraguaya rechazó drásticamente los métodos empleados por el Dr. Francia; la actitud anterior tiene un marcado contraste con la lista de logros positivos a favor de la nación, evaluados un siglo y medio después.
Carlos Urquizo

Anónimo dijo...

QUERIDO HERMANO TU SEMBLANZA DEL DR FRANCIA COMPLETA A YO, EL SUPREMO Y A HIJO DEL HOMBRE, DE ROA BASTOS... LE GUARDO UNA SECRETA ADMIRACION A FRANCIA POR LO QUE TU MENCIONAS, ANTIPORTEÑISMO, LAICISMO Y NACIONALISMO UN ABRAZO
RAFAEL

Juna Pablo Vitali dijo...

Muy estimado señor:

Efectivamente mi apellido es Vitali, un apellido italiano como el de tantísimos argentinos (la mitad de la población seguramente).
Le comento que no vivo en España, pero como nadie es profeta en su tierra, escribo allá, donde tengo buenos amigos.

Llegué a su blog buscando algunas cosas sobre el Dr. Francia, personaje increíble, tan bien plasmado en la soberbia novela "Yo, El Supremo" de Augusto Roa Bastos, que mi mujer, profesora de literatura, está releyendo ahora.

Veo que también le interesan los trenes. Elemento mágico que une precariamente las mágicas lejanías de Sudamérica. A nosotros también nos interesan mucho.

Creo que la fragmentación de Sudamérica debe encontrar un punto de encuentro en lo que yo llamo el criollismo. No es eso un folklore barato claro, sino una línea que desde la antigua cultura europea trasmutada, se enriquece con aspectos propios y sigue un rumbo singular.

Hay un mito del Sur que se está construyendo. No es de derecha ni de izquierda, no es un racismo europeo ni un racismo indígena. Es un destino, una voluntad. Y como las cosas necesitan un nombre yo le digo criollismo, para luego enriquecer el término con sus matices.

Recibo con alegría su amistad y le brindamos la nuestra, bajo la Cruz del Sur.

Juan Pablo Vitali.

Alejandro Reyes dijo...

Estimado Lucho, leí tu semblanza sobre el Dr. Francia, como siempre preciso y académico.

Un abrazo y espero volvamos a vernos en abril para seguir departiendo momentos gratos con nuestros amigos
Alejandro

Jaime Sandoval Espinoza dijo...

Respecto a los gobiernos de corte dictatorial o totalitario, y sin dejar de reconocer sus logros (discutibles o no) mientras duraron, es evidente y comprobable lo que la historia universal nos demuestra: una tendencia clara a la adopción de la democracia (en todas sus formas y matices) por cada vez más países. Y aunque tengamos una visión cíclica de la historia y hayan algunos agoreros y sostenedores del punto de vista contrario, no es previsible que la humanidad retorne a formas de gobierno ya superadas; a menos que grandes catástrofes universales sobrevengan y la humanidad en su conjunto retroceda significativamente y la precariedad de la existencia haga necesaria la presencia de gobiernos “fuertes” unipersonales. Desde sus inicios, muchos miles de años atrás, prácticamente todos los gobiernos que existieron fueron totalitarios, bajo distintas denominaciones. Esto empezó a cambiar irremediablemente y para siempre con la Revolución Francesa y no hay visos de que esta tendencia vaya a cambiar. Que algunos pueblos no estén maduros para la democracia es un asunto opinable aunque bastante discutible; pero esto no puede cambiar la realidad de las cosas: la democracia, con todos sus defectos y contradicciones es la forma más adoptada por los pueblos para gobernarse y siempre estará en perpetuo proceso de adecuación y perfeccionamiento.

El otro alcance adicional se refiere al tema de la autarquía y más específicamente al caso del Japón. La apertura del Japón a punta de cañones realizada por el comodoro Perry hace más de un siglo es muy conocida. Lo que no es tan conocido es como, aún en nuestros tiempos de globalización, esa tendencia al aislamiento y a la autarquía sigue presente en el pensamiento y en el ánimo de los japoneses.

Recién hace poco tiempo, el Japón pudo salir de un largo periodo de estancamiento, producto de una deflación endémica, que tuvo postrada su economía por más de diez años. Por ese problema Japón, que se pronosticaba iba a convertirse en la primera potencia económica mundial a fines de los 80, no pudo hacerlo. En un extenso reporte especial sobre el Japón que publica la revista The Economist en su edición del 1º de Diciembre, se lee lo siguiente:

“Akira Takehishi del Instituto de Investigación para la Innovación de la Universidad Hitotsubashi, ha investigado porqué las firmas japonesas son altamente competitivas en algunas industrias (manufactura de carros, electrónica, imágenes, juegos de video) y lo son menos en otras (computadoras personales, software). El concluye que las firmas japonesas lo hacen mejor en industrias manufactureras con diseños de producto cerrados que no requieren la colaboración con el resto de la industria; y peor en campos que se basan en estándares abiertos y arquitecturas modulares. De manera que si la naturaleza de la innovación ha cambiado y ahora depende la colaboración con otras firmas alrededor del mundo, Japón puede estar en problemas. Las patentes japonesas con co-inventores extranjeros son menos del 3% del total, comparados con el 12% de los Estados Unidos.”

Más claro, ni el agua.

07 de diciembre de 2007 JSE